Ningún asesinato de un ser humano se justifica, aunque sea un
delincuente. Por eso resulta absurdo que muchos de los que se
oponen a la pena de muerte para quienes cometen delitos graves,
estén a favor del aborto, que no es otra cosa que el asesinato de
un ser humano inocente e indefenso, que debería gozar de la
protección decidida de todos nosotros.
Esta clase de incongruencias, como muchas otras que nos
encontramos en la vida, hay quienes no las notan porque desconocen
que las mentiras mecánicamente repetidas las convierten
en verdades y quienes aceptan como válidas las medias verdades,
olvidan que tras éstas se esconden mentiras completas.
En el mundo actual, donde la comunicación se da como nunca
antes en la historia humana, quienes nos preocupamos por lo que
pasa en México debemos utilizar la reflexión y el análisis, para
descubrir la verdad y evitar ser confundidos por la información
manipulada que con frecuencia surge.
Comento esto porque si bien es cierto que resulta muy grave
la desaparición y posible asesinato de los estudiantes normalistas
de Ayotzinapa Guerrero, delito por el que los responsables
deberán ser castigados; también resulta criticable el tradicional
comportamiento de esos alumnos, quienes en lugar de dedicarse
al estudio para lograr su propia superación y así mejorar sus
condiciones de vida y las de su comunidad, se dedican la mayor
parte del tiempo a causar problemas.
Cada año los estudiantes de esa normal se trasladan a Chilpancingo
para exigirle a las autoridades estatales mayor presupuesto
y la entrega automática de plazas a los egresados, sin
tomar en cuenta sus calificaciones ni la preparación obtenida,
situación absurda que nos obliga a pagar con cargo a nuestros
impuestos los sueldos de quienes no siempre tienen vocación,
ni capacidad para la docencia.
Como ya es costumbre, las autoridades terminan cediendo
para resolver temporalmente el problema, porque al año siguiente
se repite la misma historia.
El problema es que sus peticiones no siempre son hechas dentro
del marco de la ley, porque no son pacíficas, ni son respetuosas,
sino que van aparejadas con bloqueos de calles y carreteras,
secuestro de autobuses, violencia y toma de edificios públicos.
En el 2011, grupos de estudiantes de esa normal bloquearon la
autopista del Sol y llevaron a cabo actos vandálicos al incendiar
una gasolinera, provocando la muerte del empleado que intentó
apagar el fuego. La intervención de la policía para despejar el
bloqueo y permitir el paso de miles de personas que estaban
varadas, ocasionó una violenta respuesta de los manifestantes.
En el enfrentamiento volaron piedras y palos. Hubo heridos
en ambos bandos y lamentablemente resultaron muertos dos
estudiantes.
Esto retroalimentó su movimiento porque los muertos,
convertidos automáticamente en mártires, les dieron nuevas
banderas.
No es casualidad que dicha escuela sea identificada como
un semillero de activistas que buscan el cambio de las estructuras
políticas y sociales, lo cual pudiera ser entendible porque
provienen de comunidades marginadas. Lo criticable son los
métodos violentos que utilizan, porque en lugar solucionar los
problemas, los complican más afectando a quienes nada tienen
que ver con sus demandas.
De esa escuela surgieron Lucio Cabañas y Genaro Vásquez
Rojas, guerrilleros que buscaron un cambio a través de la violencia
y del secuestro.
Aclaro lo anterior porque así como es condenable la desaparición
forzada de los estudiantes, también es imprudente
llamarlos luchadores sociales, como absurdamente empiezan
a etiquetarlos algunos y menos si resultase cierta la teoría planteada
por un conocido analista político, que supone ligas de uno
de los líderes normalistas con un cártel que opera en esa zona.
Incluso dicho analista supone que fueron secuestrados por un
grupo rival.
Lo cierto es que cuando los normalistas fueron detenidos no
estaban en su escuela estudiando, sino en uno de sus pastiempos
favoritos: secuestrando autobuses.
La historia nos enseña que cuando los cambios que alguien
desea impulsar para mejorar a su comunidad, son efectuados a
través de la violencia, todos salimos perdiendo.
Cuando los cambios que se requieren en cualquier país se
impulsan a través de la preparación y capacitación de la gente,
de la participación ciudadana, así como del voto responsable y
libre de los electores, los resultados son mucho mejores y además
perdurables.
La violencia puede generar cambios, pero el costo de los daños
que los pueblos pagan son altísimos y las pérdidas considerables.
En todos los casos que la historia registra, los revolucionarios
que se autonombraron salvadores de la patria, acabaron cometiendo
mayores excesos que los que antes combatían. Muchas
veces la ciudadanía afectada ha comentado con angustia: ¿Y
ahora, quien nos salvará de nuestros salvadores?.
Yo espero sinceramente que una vez castigados de manera
ejemplar los responsables de la desaparición de los estudiantes de
Guerrero, las cosas se calmen para bien del país y todos actuemos
con responsabilidad y patriotismo para evitar males mayores
que nos afectarían a todos.
Es cierto que son muchas cosas las que debemos cambiar
en México para tener un país más próspero, más justo y más
humano; pero esperar ese cambio a través de quienes promueven
la violencia, haría caer de la sartén al fuego y terminaríamos
perdiendo también lo bueno que durante muchas generaciones
hemos construido poco a poco.
Ojalá y recordemos esto siempre y no nos dejemos manipular
jamás.
Hasta el próximo sábado.