Para nadie es un secreto que desde hace años el aeropuerto actual de la ciudad de México resulta insuficiente para atender con eficacia y seguridad el creciente número de vuelos que maneja.
La saturación genera constantes demoras en los despegues y aterrizajes, provocando pérdidas millonarias y miles de horas-hombre desperdiciadas.
El riesgo de un accidente fatal se incrementa cuando por falta de pistas disponibles, los aviones no pueden aterrizar y tienen que estar sobrevolando el Distrito Federal hasta que les asignan una.
Hace dos sexenios se intentó solucionar el problema construyendo un aeropuerto nuevo en Atenco. Desafortunadamente los intereses políticos y la violenta oposición de los habitantes de ese lugar impidió que el proyecto se concretara.
Para reducir el problema, se optó por construir la terminal dos. El número de pistas permaneció igual porque no había espacio para hacer otra.
Este paliativo duró poco. El aeropuerto se volvió a saturar. Lo inestable del terreno donde se hizo al vapor la terminal dos está cobrando la factura, porque dicha se está hundiendo.
Costó 2 mil millones de pesos y tan solo su reparación saldrá en mil millones, si no es que más. En otro país, los responsables de esos errores ya hubieran sido detenidos y sancionados, mientras que aquí en México, como siempre, no pasa nada.
Por todo lo anterior, construir un nuevo aeropuerto se ha convertido en una prioridad.
Pero.... ¡cuidado!
Hacer una obra de esta naturaleza implica arriesgar mucho dinero. Para no cometer errores que acabemos pagando todos los mexicanos, necesitamos colocar a la técnica sobre la política, al sentido común sobre el discurso triunfalista, a nuestras posibilidades económicas sobre el dispendio en obras faraónicas que no buscan resolver problemas, sino el lucimiento de los gobernantes.
Y es que éstas resultan ofensivas cuando faltan escuelas, hospitales públicos y medicinas; cuando hay colonias sin drenaje y la tercera parte de la población mexicana vive en condiciones de pobreza extrema.
Son muchas las voces autorizadas que señalan los errores que se cometerán si el nuevo aeropuerto se construye en el antiguo lecho del lago de Texcoco y si en lugar de hacer una terminal aérea acorde con las posibilidades del país, se pretende hacer una obra suntuosa que costará, según anuncian, 169 mil millones de pesos. Si el presupuesto se dispara, tal y como ya ha sucedido en otros casos, el monto requerido para el nuevo aeropuerto rebasará los 200 mil millones.
Como la generación de recursos propios para construirlo resulta insuficiente, tendrán que pedir prestado y emitir bonos cuyo importe con todo e intereses acabaremos pagando los ciudadanos, incluso los que jamás se han subido a un avión y que son más del 80 por ciento de la población.
En lugar de constituir una empresa que construya el aeropuerto y coloque sus acciones entre los inversionistas, para que ellos corran el riesgo y vigilen el buen uso de los recursos, está optando el gobierno por manejar a su gusto no solo el proyecto, sino también el dinero, garantizándole a los bancos y tenedores de bonos el capital y los intereses, mientras que a los ciudadanos nos endosa el riesgo de sus decisiones y el pago del adeudo.
Una muestra del despilfarro y planeación deficiente son entre otros: el túnel sumergido de Coatzacoalcos, la línea 12 del metro y la Terminal dos del Aeropuerto de la Ciudad de México. Fueron obras mal planeadas, carísimas, mal hechas y con sospechas de corrupción.
Sobre el nuevo aeropuerto, los expertos señalan varios errores.
El lago de Texcoco donde se construirá, es un vaso regulador que reduce las inundaciones del Distrito Federal. Rellenar y pavimentar miles de hectáreas agravará el problema e incrementará las inundaciones. Intentar resolver esto costará miles de millones.
Dicen también que harán un bosque de 700 hectáreas junto al nuevo aeropuerto. ¿Sabrán quienes manejan estas ocurrencias que el terreno es salitroso y que difícilmente podrá lograrse que los árboles ahí sembrados sobrevivan?
Además, ¿cómo van a estabilizar el terreno si el suelo limoso del fondo del lago donde harán las pistas, no resistirá el impacto de un avión moderno de 100 toneladas de peso aterrizando a 200 kilómetros por hora. ¿Cuánto costará solucionar esto?
Además, su construcción anulará al aeropuerto actual, porque los polígonos de aproximación y despegue se entrecruzarán. Conclusión: todo lo invertido en el aeropuerto actual se irá a la basura. Dicen que ahí harán áreas verdes y unidades habitacionales. Tendrán que demoler todo. ¡Qué desperdicio! Los políticos graciosamente toman decisiones radicales con nuestro dinero, no con el suyo.
La solución más sensata sería hacer un nuevo aeropuerto menos ostentoso, en otro lado y dejar en funcionamiento el actual para vuelos nacionales o como aeropuerto complementario. Las grandes urbes del mundo tienen 2 ó 3 aeropuertos. ¿Porqué no imitar lo que funciona bien en lugar de inventar el hilo negro?.
Cierro este comentario semanal con un fragmento del artículo que Jacobo Zabludovsky publicó recientemente:
“Un aeropuerto no es un detonante económico, ni una sala de exposiciones, ni el símbolo patrio que nos ubica de golpe y porrazo entre las potencias mundiales. Un aeropuerto es una terminal de transportes donde la gente espera estar el menor tiempo posible, tanto de ida como de llegada, no cargar el equipaje, no perderlo, no hacer colas en el mostrador de la compañía aérea, migración y aduanas, ni las cada vez mas largas, lentas y latosas inspecciones de seguridad. No desea lujos, sino eficiencia”.
Y yo agrego: Es como el que necesita un volcho para transportarse, porque es lo que apenas puede pagar a plazos y pretende comprar un Ferrari fiado. Con lo que gana, no le alcanzará ni para la tenencia, mucho menos para las mensualidades.
Así, o más claro.
Hasta el próximo sábado.