Por Francisco J. Ávila Camberos
Columna: A propósito de la reforma fiscal
A propósito de la reforma fiscal
2014-06-21 | 10:06:11
Pagar impuestos es una obliga¬ción de todos los ciudadanos. Para que sea aceptada dicha obligación, los impuestos de¬ben ser justos, lógicos, parejos, razonables, proporcionales, sencillos de calcular y fáciles de pagar.
Para convencer a los mexica¬nos de que cumplan con dicha obligación es necesario que el dinero de los impuestos sea empleado con sensatez, aus¬teridad, honradez y sentido de urgencia; para atender lo prioritario con eficacia.
Dichos recursos deben usar¬se para pagar los servicios y la infraestructura que necesita-mos y que los ciudadanos no podemos atender o resolver de manera individual. Esa es la ra¬zón fundamental que justifica el pago de impuestos.
Así como es obligación de un ciudadano trabajar para proporcionarle a su familia lo necesario para su subsis¬tencia, educación, bienestar y superación; resulta también una obligación ineludible del gobierno trabajar con eficien¬cia para atender todo aquello que la ciudadanía necesita y que individualmente no puede resolver por sí misma.
Un padre de familia desobli¬gado malbarata su salario en tonterías y con ello hace que los suyos sufran escasez, lo que limita su desarrollo y bienestar.
Un gobierno irresponsable, despilfarra el erario en ocurren¬cias, lo que limita los recursos destinados a infraestructura, salud, seguridad, educación y desarrollo de la comunidad.
Si a esto le agregamos el sa¬queo producto de la corrupción, entonces descubrimos porque en México los servicios y la in¬fraestructura son tan deficien¬tes y el dinero jamás le alcanza al gobierno. Cosa curiosa: Go¬bierno pobre y la mayoría de los gobernantes multimillonarios.
Si revisamos a fondo las co¬sas, encontramos que aquí las tasas de impuestos son simila-res a las que tienen los países del primer mundo y en algunos casos, más altas; pero los servi¬cios y la infraestructura del país son frecuentemente de tercera.
Otro aspecto lamentable es que no todos pagamos impues¬tos. Se calcula que al menos la mitad de la población está den¬tro de la economía informal y posiblemente esa proporción se incremente con la actual reforma fiscal, que subió los impuestos e inexplicablemente complicó la manera de calcular¬los y pagarlos.
Destacados analistas anun¬ciaron a tiempo lo que pasa¬ría. Los altos impuestos y las complicaciones para pagarlos no mejorarían la captación de recursos, porque resulta tan caro y complejo estar dentro de la formalidad que muchos ciudadanos están migrando a la informalidad.
Eso ya lo vivimos en el pasa¬do y no aprendieron nuestros gobernantes la amarga lección. Entre más altos sean los im¬puestos, menor recaudación.
Actualmente, mientras unos ciudadanos pagamos mucho, otros no pagan nada; lo cual es injusto.
Otra falla grave tiene que ver con la manera de utilizar los recursos presupuestados. Después de una elección, quie¬nes ganan la contienda pagan favores de campaña dándole empleo a quienes los ayudaron, aunque sus servicios no sean necesarios, ni tengan el perfil requerido para el puesto.
También dándoles empleo a recomendados de las cúpulas políticas. Esto, hace que la mayor parte del presupuesto se dilapide en pagar sueldos que la mayoría de las veces no se justifican.
Por eso hay organismos quebrados. Algunos gastan el 91 por ciento de sus ingresos en salarios y prestaciones. Mientras esto no se corrija, no habrá dinero suficiente para mantenimiento, pago de ener¬gía eléctrica, ni infraestructura nueva. Esto no puede seguir así y debe cambiarse de raíz.
Igualmente tiene que atacar¬se a fondo la corrupción, la im¬provisación y el saqueo, porque estas lacras consumen recursos que bien empleados podrían sacarnos del subdesarrollo.
También tienen que supri¬mirse los gastos innecesarios como los festivales constantes, los eventos faraónicos pagados con nuestro dinero, las campa¬ñas políticas despilfarradoras, las camionetas de lujo que usan los funcionarios y la cauda de auxiliares, achichincles y asesores que los rodean, así como los juegos deportivos que consumen carretadas de dinero, mientras hay escasez de equipo médico y medicinas en los hospitales, falta dinero para reparar semáforos y tapar baches. Tampoco es justo que se dilapide el erario en equipos deportivos profesionales carísi¬mos y en cambio no haya dinero para aumentar la matrícula en la universidad pública, ni pa¬ra darle mantenimiento a las escuelas.
Con ese pésimo manejo del dinero, cada año el gobierno gasta más de lo que recibe, por lo que el déficit acumulado debe cubrirse con cuantiosos présta¬mos que generan intereses. Pa¬ra liquidar los enormes adeudos tendrán mañana que crearse nuevos impuestos. Con tiempo se lo avisamos a los ciudadanos: “Los préstamos de hoy serán los impuestos de mañana”.
Lo peor de todo es que el dine¬ro conseguido vía préstamos no siempre se utiliza en solucionar las necesidades de la población, tampoco para pagarle a quienes se les debe, sino que su mayor parte se dilapida en ocurrencias y se pierde en los sótanos de la corrupción.
Con ello se aleja la posibili¬dad de nuestra recuperación económica para salir de la crisis. Es triste ver como en México caminamos en sentido contrario al de los países que van superando las dificultades en que cayeron.
Un ejemplo significativo es España. Allá bajaron las tasas de interés, disminuyeron el im-puesto sobre la renta, restrin¬gieron el dispendio y los gastos superfluos, están atacando la corrupción a tal grado que has¬ta una hija del rey puede ir a la cárcel y poco a poco, gracias a estas medidas su alicaída eco¬nomía empieza a mostrar signos de recuperación, comenzando por el empleo.
Aquí, hacemos lo contrario. Seguimos improvisando, su¬biendo impuestos, complican¬do su pago, aumentando los trámites y el papeleo, pidiendo más préstamos, tolerando a los saqueadores, dando tumbos, inventando el hilo negro y lle¬gando tarde a la historia.
¿Que vamos a hacer los ciu¬dadanos para cambiar esto y mejorarlo?. La respuesta está en la participación ciudadana responsable en la política y en el voto razonado. No lo olvidemos nunca.
Hasta el próximo sábado.
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