Por Francisco J. Ávila Camberos
Columna: Las matemáticas, la democracia y la política.
(Segunda y última parte)
2014-05-30 | 21:57:01
Nos dicen hasta el cansancio que quien manda es el pueblo y resulta que a éste le aplican la ley del embudo; porque le exigen que cada vez pague más impuestos, que acepte como normales los gasolinazos, que pague la tenencia que suprimieron antes de las elecciones y pasadas éstas nos la regresaron copeteada con el derecho de registro vehicular. También que pague más impuestos por los chicles, papitas, gansitos y refrescos; que pague IVA en los boletos de los autobuses foráneos, etc.
También se les exige a quienes tienen un negocio que declaren todos sus ingresos y aclaren todos sus gastos; que emitan comprobantes fiscales electrónicos, que lleven complicados controles, elaboren enredados reportes, hagan declaraciones informativas y declaraciones anuales. También que almacenen miles de datos para asegurase de que cumplen escrupulosamente con todas las disposiciones impuestas por quienes jamás han producido nada y solo ordenan cómodamente desde sus escritorios lo que nosotros los ciudadanos comunes y corrientes debemos cumplir, no obstante el sobrecosto y la pérdida de tiempo que esto implica; porque frecuentemente dichas disposiciones solo encarecen y dificultan la operación de las empresas.
En cambio graciosamente, el gobierno no da cuentas de nada. Nadie sabe a ciencia cierta cuánto debe, cuánto paga de intereses, cuánto gasta en comilonas, en guaruras y en coches que regala; cuánto en competencias deportivas carísimas que ningún ciudadano pidió. Nadie sabe cuánto gasta en festivales, jubilaciones anticipadas con mega-pensiones para los cuates y benefactores, como los magistrados del TRIFE. Cuánto paga de sobreprecio en las compras y en los contratos de obra pública. Cuánto gasta en constantes viajes al extranjero cargados a nuestros bolsillos, cuánto dilapida en los partidos políticos, en aviadores y en asesores que no dan golpe alguno y tienen sueldazos como los detectados recientemente en el sector educativo; cuánto despilfarra en equipos deportivos profesionales carísimos que son verdaderos barriles sin fondo. Cuánto gasta en contralorías inútiles que solo sirven para cuadrarle las cuentas a los gobernantes y no para encarcelar a los saqueadores del erario público. Nadie sabe cuánto gasta en prestaciones exageradas a sindicatos que tienen quebrados a varios organismos paraestatales.
De todo esto no hay rendición de cuentas, lo que fomenta la opacidad, la impunidad, el cinismo y el desánimo.
Al ciudadano se le exige todo y a los políticos muy poco o mejor dicho nada.
En cambio: Para tapar baches, ampliar el cupo de las universidades públicas, introducir drenaje en las colonias, arreglar el alumbrado y los semáforos que se están cayendo; para que los hospitales del sector salud tengan medicinas suficientes y equipo que funcione; que las escuelas cuenten con baños dignos y ya no haya aulas bajo los árboles; para eso, no hay dinero.
Dijo Sergio Sarmiento en su artículo de ayer: “Nuestros impuestos están trabajando. El gobierno está repartiendo pantallas planas de televisión en todo el país. Si usted compró su propio televisor, fue un tonto. Entregar 13.5 millones de televisores costará más de 25,000 millones de pesos. Ver televisión es más importante que comer en nuestro país”.
Como que ya es tiempo de que la ciudadanía despierte y exija mejores resultados y el uso racional de los recursos públicos. La clave está en que siempre use con responsabilidad sabiduría y amor a México la fuerza de su voto y que por favor ya no lo venda, ni lo cambie por espejitos. (Tampoco por televisores).
Buen fin de semana
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