Muchos somos los mexicanos que nos preguntamos por qué si nuestro país tuvo antes que los Estados Unidos minería, imprenta, universidad, caminos, escuelas, puertos y hospitales, resulta que, si nos comparamos con ellos, económicamente hablando estamos en pañales.
La exitosa economía norteamericana basada en la libertad de emprender, que no ha sufrido de ninguna reforma agraria, ni tampoco expropiaciones populistas como las padecidas por México, actúa como poderoso imán que atrae a millones personas que anhelan alcanzar el llamado sueño americano.
Son muchos los mexicanos quienes abrumados por la falta de empleo y oportunidades abandonan su patria, su casa y su familia para emprender un viaje riesgoso en un intento de buscar del otro lado un empleo mejor remunerado, en un país donde desconocen el idioma, sus leyes y costumbres, donde serán discriminados y tendrán un sueldo más bajo que el que reciben los trabajadores americanos.
La explicación es muy sencilla: a pesar de las dificultades descritas, los sueldos en los Estados Unidos son mucho mejores que los nuestros y las oportunidades que allá se presentan son enormes, comparadas con las nuestras. Hay muchos mexicanos que estando aquí sin empleo y sin esperanza, emigraron y gracias a su trabajo y ahorro, lograron triunfar; incluso convertirse en prósperos empresarios, situación que difícilmente hubieran logrado en México.
¿Cómo nos explicamos que alguien que en México no puede salir adelante, y allá triunfe por las facilidades que el sistema les otorga?
Por desgracia, aquí el sistema vigente ha hecho todo más enredado y complicado por el papeleo, la corrupción, el burocratismo, las altas tasas de interés y los trámites frecuentemente inútiles que desmotivan a los emprendedores.
Allá, las facilidades, bajas tasas de interés, libre competencia y la simplificación administrativa permiten que la eficiencia suba, los precios bajen y la calidad mejore, convirtiendo a esa nación en un país de oportunidades. Ayuda a esto también la seguridad jurídica de que disfrutan, misma que alienta la inversión y genera empleos.
Acá en México escasea la libre competencia que genera monopolios. Hasta ahora, solo puede contratarse el servicio eléctrico con la CFE, mientras que allá hay múltiples alternativas para escoger. Acá la gasolina y el diesel solo los maneja Pemex y hemos llegado al colmo de que estos productos nos los venden más caros que en Estados Unidos, no obstante que aquí extraemos el petróleo y allá lo importan. Acá lo maneja el gobierno y allá está en manos privadas.
El responsable de este desorden es el sistema que padecemos, creado paulatinamente por políticos que no llegaron al poder para servir, sino a perpetuarse en él para saquear el erario, hacer negocios y acomodar a sus incondicionales o parientes en los cargos públicos, para que les cuiden las espaldas cuando se vayan.
Esta clase de democracia falsificada es la que genera incompetencia, redes de corrupción y desorden. Por eso avanzamos a paso de tortuga. Nos dice la propaganda que para ser más competitivos han creado aquí programas gubernamentales que simplifican los trámites y agilizan las autorizaciones para abrir negocios.
Yo invito a quienes me leen, que intenten abrir un negocio legalmente y vivirán en carne propia lo que aquí describo. Verán lo complicado que resulta hacerlo. Vueltas, papeleo, dinero y tiempo perdido. Con razón la economía informal es del 57 por ciento, mientras que la formal solo alcanza el 43 por ciento.
Nos dicen que hay cambios en México, pero muchas de las reformas que nos recetan son solo de fachada y no de sustancia. Cambian nombres a un costo carísimo, mientras que en el fondo todo sigue igual. La antigua SIEDO (Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada) ahora se llama la SEIDO, el IFE ahora es el INE; la Secodam pasó a ser la Secretaría de la Función Pública, y ahora será la Secretaría Anticorrupción, aunque la corrupción siga imparable. El ahora SAS se llamaba CRAS y antes SAPA (el cambio de nombre no solucionó los problemas que tiene).
La PGR la convertirán en fiscalía. Para combatir la pobreza se creó Solidaridad, que se convirtió en Progresa, luego en Oportunidades y ahora se volverá Prospera. Eso sí, ahora hay más pobres que antes. Resulta la misma gata, nada más que revolcada.
Los problemas que tiene México no se corrigen cambiándoles el nombre a las dependencias burocráticas, sino modificando el sistema de raíz.
El cambio de nombre implica desperdiciar la papelería y los uniformes, rotular con el nuevo logotipo todos los vehículos y oficinas, malbaratar el erario inútilmente y al final dejar la parte medular de las cosas tal y como estaban, sin haber solucionado nada de fondo. Por eso, a pesar de los miles de millones gastados y de los cientos de discursos rolleros, México a nivel internacional ha caído 21 escalones en competitividad y en cuanto a calidad de las instituciones pasamos del lugar 50 al 102.
Mientras los ciudadanos no cambiemos y sigamos viendo como normales las ocurrencias, la corrupción, el cinismo, la impunidad y la improvisación; no estaremos generando nuevas oportunidades ni tampoco tendremos derecho a quejarnos.
Hay que cambiar, empezando por nosotros mismos, modificando actitudes, siendo responsables y solidarios con los demás, exigiendo derechos y cumpliendo con nuestras obligaciones, acudiendo a votar y participando en política.
Es vital que los padres de familia actuemos con responsabilidad para poder encauzar correctamente a las nuevas generaciones. La gente de bien, los héroes y las personas productivas se forman en los hogares, cuando los hijos se educan adecuadamente y se les da buen ejemplo. En cambio los delincuentes, los que practican la rapiña aprovechando el caos, como sucede en Baja California y los políticos bribones, surgieron de hogares disfuncionales donde los hijos no fueron educados, ni corregidos a tiempo. Por eso el verdadero cambio debe empezar en nosotros los ciudadanos. No lo olvidemos jamás.
Hasta el próximo sábado.