Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
La mujer siempre engaña
2013-10-01 | 11:15:10
Cuatro amigos fueron a comer en el restaurante “Los optimismos de Leopardi”. Uno de ellos iba a ver a su novia aquella noche, de modo que les comentó a los demás: “Voy a ver a mi chiquita”. Con toda cortesía el mesero le indicó: “El baño está al fondo a la derecha”... Un hombre andrajoso se acercó en la calle a un señor de aspecto próspero y le pidió con lamentoso acento: “Dele algunas monedas a este hombre que alguna vez fue rico como usted”. Se interesó el señor al oír aquello y le preguntó al pordiosero: “¿Cuánto hace que fue usted rico, buen hombre?”. Respondió acongojado el individuo: “Hace dos esposas”... En mi opinión las actuaciones judiciales emprendidas contra Elba Esther Gordillo están viciadas de origen. Y es que no fueron actuaciones judiciales: fueron actuaciones políticas. Cuando la política se mezcla con la justicia la inficiona y contamina en tal manera que la justicia termina por no ser justicia. Si los juzgadores actúan ahora con autonomía e independencia saldrán a la luz las graves fallas procedimentales en que incurrió el órgano persecutor. En ese caso la llamada maestra tendría que ser puesta en libertad en medio de la ira de las redes sociales y entre la reprobación universal. La justicia, sin embargo, debe hacerse aunque perezca el mundo, pues de otro modo todos quedaremos expuestos a similares abusos y semejantes riesgos. No son los tiempos ya del salinato, cuando todos los poderes se rendían ante el Ejecutivo y era posible dar golpes como el del quiñazo sin que nadie opusiese el derecho o la razón a la
omnímoda voluntad presidencial. El caso de la señora Gordillo mostrará si hemos avanzado en el camino de hacer de México un estado de derecho o si ha vuelto a regir el mismo PRI de los tiempos del autoritarismo y la politización de la justicia... Don Astasio llegó a su casa y, como de costumbre, encontró a su esposa, doña Facilisa haciendo rechinar la cama en compañía de un desconocido. Desconocido para don Astasio, claro, pues la señora daba trazas de conocer bien al individuo, a juzgar por las expresiones de familiaridad con que se dirigía a él: le decía “Papacito” en diminutivo, y “Cochototas” en aumentativo. Colgó don Astasio en el perchero su saco, su sombrero y la bufanda que usaba aun en los días de calor canicular, y luego fue al chifonier donde guardaba una libreta con baldones para vejar a su mujer en tales ocasiones. Volvió a la alcoba y le dijo: “Mohatrona”. “¿Qué quiere decir eso?” preguntó la infiel consorte del desdichado tenedor de libros sin dejar de menearse en compás de 3 por 4, valseadito, que era el que generalmente usaba en sus encuentros de erotismo. Respondió don Astasio: “Esa palabra, ‘mohatrona’, la usa el diccionario para designar a quien comete engaño”. “Yo no lo cometo –adujo doña Facilisa-. A la luz de día, sin furtivismo, pero también sin barrumbada, llevo a cabo mis divertimentos”. “Aun así –replicó el mitrado esposo- tus
acciones pecan de dolosas, y más cuando se les puede añadir la tacha de reincidencia, pues las vienes llevando a cabo desde que estábamos en la luna de miel, cuando te liaste con aquel hombre que movía la panza en las playas de Acapulco”.

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