Por Catón
Columna: De política y cosas peores
La mujer siempre engaña
2013-09-30 | 13:06:16
Cuatro amigos fueron a comer en el restaurante “Los optimismos de Leopardi”. Uno de ellos iba a ver a su novia aquella noche, de modo que les comentó a los demás: “Voy a ver a mi chiquita”. Con toda cortesía el mesero le indicó: “El baño está al fondo a la derecha”...
Un hombre andrajoso se acercó en la calle a un señor de aspecto próspero y le pidió con lamentoso acento: “Dele algunas monedas a este hombre que alguna vez fue rico como usted”.
Se interesó el señor al oír aquello y le preguntó al pordiosero: “¿Cuánto hace que fue usted rico, buen hombre?”. Respondió acongojado el individuo: “Hace dos esposas”...
En mi opinión las actuaciones judiciales emprendidas contra Elba Esther Gordillo están viciadas de origen. Y es que no fueron actuaciones judiciales: fueron actuaciones políticas. Cuando la política se mezcla con la justicia la inficiona y contamina en tal manera que la justicia termina por no ser justicia.
Si los juzgadores actúan ahora con autonomía e independencia saldrán a la luz las graves fallas procedimentales en que incurrió el órgano persecutor. En ese caso la llamada maestra tendría que ser puesta en libertad en medio de la ira de las redes sociales y entre la reprobación universal.
La justicia, sin embargo, debe hacerse aunque perezca el mundo, pues de otro modo todos quedaremos expuestos a similares abusos y semejantes riesgos. No son los tiempos ya del salinato, cuando todos los poderes se rendían ante el Ejecutivo y era posible dar golpes como el del quinazo sin que nadie opusiese el derecho o la razón a la omnímoda voluntad presidencial.
El caso de la señora Gordillo mostrará si hemos avanzado en el camino de hacer de México un estado de derecho o si ha vuelto a regir el mismo PRI de los tiempos del autoritarismo y la politización de la justicia...
Don Astasio llegó a su casa y, como de costumbre, encontró a su esposa, doña Facilisa, haciendo rechinar la cama en compañía de un desconocido. Desconocido para don Astasio, claro, pues la señora daba trazas de conocer bien al individuo, a juzgar por las expresiones de familiaridad con que se dirigía a él: le decía “Papacito” en diminutivo, y “Cochototas” en aumentativo.
Colgó don Astasio en el perchero su saco, su sombrero y la bufanda que usaba aun en los días de calor canicular, y luego fue al chifonier donde guardaba una libreta con baldones para vejar a su mujer en tales ocasiones. Volvió a la alcoba y le dijo: “Mohatrona”. “¿Qué quiere decir eso?” preguntó la infiel consorte del desdichado tenedor de libros sin dejar de menearse en compás de 3 por 4, valseadito, que era el que generalmente usaba en sus encuentros de erotismo.
Respondió don Astasio: “Esa palabra, ‘mohatrona’, la usa el diccionario para designar a quien comete engaño”. “Yo no lo cometo –adujo doña Facilisa-. A la luz de día, sin furtivismo, pero también sin barrumbada, llevo a cabo mis divertimentos”. “Aun así –replicó el mitrado esposo- tus acciones pecan de dolosas, y más cuando se les puede añadir la tacha de reincidencia, pues las vienes llevando a cabo desde que estábamos en la luna de miel, cuando te liaste con aquel hombre que movía la panza en las playas de Acapulco”.
Al oír aquello doña Facilisa se molestó bastante. Le dijo a su marido: “Recuerdos sí, vulgaridades no”. En eso intervino el rufián con quien la señora celebraba su ilícito connubio. Le dijo a la pareja: “¿No pueden dejar su discusión para después? Me están distrayendo, y en esas condiciones no puedo garantizar la calidad de mi trabajo”. “¿Lo ves, Astasio?” -reprendió la mujer a su marido-.
Anda, ve a bartolear en otra parte y deja que el señor cumpla sin estorbos su función”. Mohíno salió del cuarto don Astasio. ¡Qué mundo aquél!, se dijo contristado: en la oficina lo reprendía su jefe, y en la casa su mujer. Pensó que en el más allá también lo reprendería algún ceñudo arcángel, y se preguntó si sería obligatorio ir al más allá. Dejémoslo en esas abstrusas cogitaciones y narremos un cuento final que cierre el telón de esta columnejilla... El cocuyito y el ciempiés contrajeron nupcias el mismo día con sus respectivas novias. Al día siguiente el cocuyito le preguntó al ciempiés: “¿Cuántas veces hicieron el amor anoche tú y tu esposa?”. Respondió él: “Una sola vez”. “¿Nada más una? -se burló el cocuyito-. ¡Nosotros hicimos el amor seis veces!”. Razonó el ciempiés: “Es que ustedes no tardan tanto en quitarse los zapatos”... FIN.
MIRADOR
Por Armando Fuentes Aguirre
Llegó el número uno y me dijo con orgullo:
-Soy el número uno.
Le respondí:
-Lo felicito. Yo ni siquiera soy el número dos. Pienso que ando por el número 1000.100.372,874.933.
-Pocos podemos ser el número uno -replicó él-. De hecho creo que yo soy el único uno que es el número uno.
Le pregunté:
-¿Y no se siente solo?
Esa pregunta lo desconcertó.
-Es cierto-dijo-. Siempre estoy solo por ser el número uno.
-Hágase parte de los otros números -le sugerí-. El 2, el 3, el 4 y todos los demás lo recibirán con gusto, y con ellos usted será más útil que siendo nada más el número uno.
Pienso que siguió mi consejo, porque desde entonces el número uno ya no se siente el número uno, y ahora es muy feliz.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS
Por AFA
“... Los ‘maestros’ de la CNTE no salen de la Ciudad de México...”.
Todo esfuerzo ha sido en vano
para que salgan de allá.
Se han vuelto una parte ya
del paisaje inurbano.

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