Por Catón
Columna: De política y cosas peores
La juventud es viento
2013-09-20 | 10:33:44
“Quiero que me dé una receta de Sex-Lax” –le pidió don Languidio, señor de edad madura, a su médico de cabecera. “Querrá usted decir Ex-Lax -aclaró el facultativo-. Es un laxante”. “No –opuso don Languidio-. Para eso no tengo problema”…
La joven esposa iba a dar a luz. Le comentó al tocólogo: “Mi esposo quiere estar presente en el momento del parto”. “Siempre he pensado –replicó el obstetra- que el padre de la criatura debe asistir al alumbramiento”. Ponderó aquello la señora y luego dijo: “No creo que en este caso sea una buena idea, doctor. El padre de la criatura y mi esposo no se llevan bien”…
Aquella noche Afrodisio Pitongo se le acercó en la cama a su mujer con evidentes intenciones de realizar el H. Ayuntamiento. “Hoy no –lo detuvo la señora-. Debo levantarme a las 6 de la mañana para ir a mi clase de natación”. Replicó Afrodisio: “Te prometo que acabaré antes de esa hora”. (Decía el tal Pitongo: “Desde que mi mujer toma clases de natación, nada, nada y nada”)…
Meñico Maldotado, infeliz joven con quien se mostró avara la naturaleza en la parte correspondiente a la entrepierna, casó con Florilí, muchacha que algo sabía de la vida. Al empezar las acciones tendientes a consumar el matrimonio le dijo él con ternura a su flamante mujercita: “No sientas ningún temor, amada mía. Para no hacerte daño procederé con delicadeza”. “Procede sin ella –le indicó la muchacha-. ¿Qué daño puedes hacer con eso?”…
“An act of God”, dicen los estadunidenses cuando sucede algo de lo que no se puede culpar a ningún ser humano. Las turbonadas que con los huracanes y ciclones vienen son para los creyentes actos de Dios, y para los agnósticos o ateos hechos de la naturaleza que no se pueden evitar. Algunos de sus resultados, sin embargo, se deben a omisiones de los hombres.
Lo acontecido en Acapulco es muestra clara de la culpable imprevisión de quienes tienen el deber de advertir con oportunidad a la gente sobre los riesgos que se avecinan con motivo de algún evento natural. Tardíamente se dieron a conocer ahí esos peligros, cuando se habían presentado ya sus más graves consecuencias.
Sucede que muchas veces los organismos relacionados con la protección civil son meramente decorativos; operan por rutina un protocolo para salir del paso y aparentar que se está cumpliendo su función. Ante una emergencia, sin embargo, hay quienes no están capacitados para llevar a cabo las tareas de prevención o ayuda, y es entonces cuando se muestran palmariamente el burocratismo y politización de tales dependencias.
Ya veremos cómo, ante el desastre de Acapulco, los funcionarios federales, estatales y municipales se culparán unos a otros de lo sucedido. No es ocasión ahora, desde luego, para semejantes dimes y diretes. Lo que en estos momentos importa es dar auxilio a los damnificados. Tiempo habrá después, ya muerto el niño, para tapar el pozo…
Don Añilio, caballero otoñal -invernal casi-, sintió el deseo de revivir sus lauros del ayer. Juventus, ventus, decían los latinos. La juventud es viento. Aires de amador tuvo en sus mocedades don Añilio, y quería evocarlos antes de que no hubiera ya sol en las tapias.
Para el efecto contrató los servicios de una chica de cuerpo complaciente, y la llevó al motel Kamagua -300 pesos la noche, 100 el rato-, cuyo dueño gustaba de encomiar en la radio los méritos de su establecimiento.
Decía en sus anuncios: “Comodidad e higiene son nuestro lema, pero sobre todo discreción, discreción absoluta. Por eso la clientela nos prefiere, como lo prueba el hecho de que a nuestro motel acuden los más distinguidos miembros de la comunidad, como el juez Ulpiánez, el doctor Avicénez y el señor cura Tonsurio. ¡Motel Kamagua, al servicio de usted y del amor!”.
Pero advierto que me he apartado del relato. Vuelvo a él. Antes de su cita con la joven daifa don Añilio tuvo el cuidado de beber un centilitro de las miríficas aguas de Saltillo. ¿Extrañará a alguien, entonces, que el buen señor haya hecho tres veces obra de varón en la muchacha? Yo más bien pienso que los efectos en él de esas taumaturgas linfas fueron limitados, quizá por su metabolismo.
El caso es que al consumar el tercer acto don Añilio se desplomó de espaldas en el lecho, exinanido, y profirió asombrado: “¡Es cierto! ¡Es cierto!”. Le preguntó la ninfa: “¿Qué es cierto, señor?”. Respondió con feble voz el veterano: “¡Es cierto que cuando a mi edad se hace el amor más de una vez, toda tu vida pasa ante tus ojos!”… FIN.

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