Por Catón
Columna: De política y cosas peores
La tecnocracia
2013-09-11 | 10:08:19
Hay tres palabras que dichas por mujer pueden arruinar para siempre la autoestima de un hombre: “¿Ya estás ahí?”…
Le dice ella a él: “Me dejé crecer el pelo para parecerme a mi mamá”. Le dice él a ella: “Yo me dejé crecer el bigote, también para parecerme a mi mamá”. (Caón, de seguro la vieja se parecía a la mamá de Danny DeVito en la película “Throw momma from the train”).
Dos huevos de gallina, uno femenino, masculino el otro, entablaron conversación dentro de la olla donde se estaban cociendo. Le dice el huevo femenino al masculino, mostrándole su cáscara: “Mira: tengo una rajadita”. Contesta el otro: “Espera un poco; todavía no me pongo duro”. (No le entendí).
El golfista salió de su casa antes de que su esposa despertara, y se dirigió a la de su amiguita. Con ella se pasó todo el sábado en deleitosas ocupaciones (tres). Por la noche volvió a su domicilio. Antes de entrar frotó concienzudamente sus zapatos en el pasto del jardín.
“¿Dónde estuviste todo el día?” –le preguntó su esposa hecha una furia. Respondió con una sonrisa el individuo: “Estuve en casa de mi amiguita, entregado con ella a deleitosas ocupaciones (tres)”. “¡Mientes, descarado! –le gritó la señora hecha una furia-. ¡Otra vez te fuiste a jugar golf! ¡Mira cómo traes los zapatos!
El próximo viernes saldrá aquí el espantoso chascarrillo intitulado “Blaser R8”. ¡No se lo pierdan mis cuatro lectores!.
“Para bailar me pongo la capa. Para bailar me quito la capa. Porque sin la capa no puedo bailar. Porque con la capa no puedo bailar”. Muy linda adivinanza es ésa, de tiempos coloniales.
La respuesta es el trompo, claro, que no puede ser bailado sin la cuerda, y que solo puede bailar cuando la cuerda se le quita al arrojarlo. Muy diferente adivinanza es otra que me llegó no de tiempos coloniales, sino de una prima picarona que me la enseñó antes de que pudiera yo entender la carga de sicalipsis que llevaba.
Dice así: “Entra lo duro en lo blando, y lo demás queda colgando”. Son los aretes, claro. Inocente, repetí el acertijo en la sesión cultural de mi colegio, y no supe por qué los hermanos lasallistas me aconsejaron que no lo dijera en otras partes.
Desoí la prudente admonición y volví a proponer la adivinanza en la tertulia familiar, ante el azoro de mis tías y el grande regocijo de mis tíos. Mi señor padre frunció el entrecejo; mi madre soltó la carcajada, y cuando en seguida di triunfalmente la respuesta les pregunté a las tías: “Pues ¿qué pensaron ustedes?”.
La reforma fiscal me hizo recordar lo de los trompos. Si echarse uno a la uña es desafío, echarse varios es temeridad. Los expertos en finanzas critican con desfavor el hecho de que no se haya incluido finalmente en la reforma el cobro del IVA en medicinas y alimentos.
Yo, que no soy experto en asuntos financieros –en nada soy experto-, pienso que al hacer eso el gobierno actuó prudentemente. En estos tiempos de crispación social haber cargado ese tributo al pueblo habría sido echar gasolina al fuego, si me es permitida esa expresión, quizá demasiado original.
Hay ocasiones en que no podemos darnos el lujo de la tecnocracia. Con la CNTE en el Zócalo y López Obrador en la calle –en más de un sentido- no era atinado dar a los pugnaces un motivo más de pugna.
Es muy riesgoso dejar de atender el presente en aras del futuro. Por otra parte, se estableció un gravamen a los refrescos azucarados, lo cual ya de por sí impactará severamente la economía popular, pues mucha gente tiene en ellos un artículo de primera necesidad.
Si por gracia se entiende favorecer a quien lo necesita, al suspender el cobro del IVA a los alimentos y las medicinas, esta reforma puso la gracia por encima de la eficacia. Así lo piden los tiempos, y cuando los tiempos se ponen difíciles no se les puede negar nada, porque se encaboronan.
Cerraré el telón de esta columnejilla con un cuento alusivo. En el autobús de pasajeros una señora se angustió porque en ese momento su niño se había tragado una moneda. Un pasajero sugirió que de inmediato el niño fuera llevado a un hospital. Otro, sin embargo, se ofreció a resolver ahí mismo el problema.
Sin decir palabra le apretó con gran fuerza al pequeñín la parte correspondiente a la entrepierna. El chiquillo lanzó un grito de dolor y escupió la moneda.
“¡Gracias, señor! –exclamó con alivio la señora, pues andaba algo escasa de monedas-. ¿Es usted médico?”. “No –respondió el hombre-. Trabajo en Hacienda, y soy experto en apretarle los éstos a la gente para sacarle el dinero”… FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Jean Cusset, ateo con excepción de las veces que escucha canto gregoriano, dio un nuevo sorbo a su martini –con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-El mayor milagro que hay es uno que no sabemos apreciar, que ni siquiera advertimos: el milagro de haber nacido, de estar en este mundo y haberlo conocido. Sea cual fuere nuestra vida, sea cual fuere nuestra muerte, vivir ese milagro es un gran don que hemos de agradecer. Debemos apreciar la belleza de estar vivos, y vivir plenamente nuestra vida hasta el final, esté lejos o cerca ese final.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...
Manganitas
por afa
“… Cobrarán IVA a los chicles, pues no son alimento…”.
Eso nos pone en un brete
que causa preocupación.
Luego, si el chicle es balón
cobrarán por ser juguete.

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