Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Anécdota del ring
2013-09-06 | 21:39:33
Cuando lo conocí ya era él hombre de edad. Conservaba, sin embargo, su antigua prestancia de extraordinario boxeador. Hablaba con lentitud; la voz la tenía ronca. Solía ir algunas tardes a tomar café en la terminal de los autobuses Monterrey-Saltillo, por la calzada Madero, en Monterrey. Ahí me lo presentó Félix Chávez, uno de los dueños de esa línea de autobuses. También Félix había sido excelente boxeador en los años de su juventud. Aquel hombre que digo se llamaba Jorge Monzón, y era regiomontano. Alcanzó la gloria pugilística en la década de los treintas. Peleaba en peso ligero, pero tenía tal pegada que no dudaba en aceptar combates contra boxeadores de peso medio, y aun más grandes. En cierta ocasión peleó contra un famoso peso completo norteamericano, en San Antonio, y lo noqueó en el tercer round. El día que Félix me presentó a Monzón le pidió que me contara “la anécdota”. Solía él narrarla una y otra vez, con las mismas palabras, como si la tuviese aprendida de memoria. Contaba que estaba entrenando en la Arena “México”, de la Capital. Habló ahí con él un muchacho a quien veía con frecuencia preparándose también en el gimnasio. Era apuesto y bien parecido. Por su modo de vestir y su conducta se adivinaba fácilmente que no pertenecía a la esfera de donde salían todos los boxeadores mexicanos. Sin embargo mostraba cualidades de gran peleador, y en combates cortos, de tres o cuatro rounds, salía casi siempre vencedor, aunque lo enfrentaban a los mejores prospectos capitalinos. Aquel muchacho le pidió a Monzón hablar con él. Le dijo quería que apadrinara su carrera de boxeador profesional. Estaba estudiando Leyes, pero quería cambiar los juzgados por el ring. “No hagas eso, muchacho -le aconsejó Monzón-. Esta carrera es dura, y muy ingrata. Sigue boxeando, si quieres, como afición, como ejercicio que te puede ser de utilidad, pero no dejes la escuela”. El otro insistió. Le dijo que se sentía con madera para llegar a ser campeón nacional de su peso, y quizá hasta mundial. Monzón esgrimió diversos argumentos en contra de la idea. Fue inútil su argumentación: terco, el joven estudiante le pedía una y otra vez su ayuda. Finalmente Monzón, algo impaciente ya, le propuso: “Subamos al ring. Los dos somos del mismo peso, y tú no eres precisamente un novato. Si me aguantas un round, uno solo, me comprometo a ayudarte. Pero si no me lo aguantas tendrás que prometerme que dejarás esto y continuarás tu carrera”. El muchacho, engallado, aceptó el reto. Por el gimnasio corrió rápidamente la noticia de lo que sucedía, y el ring quedó rodeado de un expectante público formado por peleadores, managers, periodistas y gente del ambiente. Sonó la campana y salieron de sus esquinas los dos púgiles. El joven se tiró inmediatamente a fondo lanzando sus mejores y más potentes golpes. Todos los eludió el profesional con elegancia. Tiró Monzón un solo recto de derecha y el estudiante cayó a la lona fulminado. Varios minutos tardó en recobrar el conocimiento. Cuando lo llevaron al vestidor, sus ayudantes se dieron cuenta de que tenía rota la nariz. Conservaría hasta el fin de sus días la señal que aquel combate le dejó. “Pobre muchacho -meneaba la cabeza el viejo peleador al recordar aquel suceso-. Me dio mucha pena haberle hecho eso. Y vaya que no le pegué fuerte, pues no quería lastimarlo. Pero me cumplió la promesa. Se retiró del box. Y qué bueno, porque luego destacó mucho en otros campos. Se llamaba Adolfo López Mateos”...
Hay una fotografía en que se le ve estrechando la mano del Presidente Kennedy al recibirlo en la Ciudad de México. La estatura del norteamericano es bastante mayor, pero el mandatario de México eleva la suya, y se le ve orgulloso, y hasta altivo, ostentando con dignidad la representación de su país. De soberanía a soberanía todas las naciones son iguales. Obama es de estatura procerosa; Peña Nieto no. Esperemos que se porte a la altura en el caso del espionaje ejercido por los Estados Unidos en México...
El agente de seguros le informa al granjero: “Si su granero desapareció por el tornado, le daremos otro igual”. “En ese caso -responde con alarma el individuo- cancele inmediatamente el seguro de vida de mi esposa”...
He aquí cinco palabras que un hombre jamás le dirá a una mujer: “Tus bubis son demasiado grandes”... FIN.

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