Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Poco a poco
2013-08-29 | 21:59:59
Facilda Lasestas, joven mujer de mucha actividad hormonal y muy poca neuronal, fue invitada a un picnic. No sabía qué era eso, pero por si las dudas esa mañana, al bañarse, se lavó todo lo posible -y lo imposible también-, y se puso bragas nuevas.
Al llegar al sitio donde tendría lugar la comida campestre Facilda se sentó con los demás invitados sobre el de grama césped no desnudo. La expresión es de Góngora, y puede sintetizarse en una palabra mexicana: “zacate”, que significa pasto o yerba baja.
A propósito de zacate, en mi ciudad vivió el general Jesús Dávila Sánchez, hombre de la Revolución, militar de mucho mérito. Tenía aspecto patriarcal; era un hermoso anciano de azules ojos y tez clara.
Lucía una vellida barba blanca que le cubría el pecho y le daba semejanza con santo de estampa religiosa antigua. En cierta ocasión una niñita le preguntó dónde ponía su barba al acostarse por las noches, si arriba de la cobija o por abajo.
El general Dávila le contestó que no se acordaba, pero que esa noche se fijaría bien para darle la respuesta al día siguiente. No pudo dormir aquella noche el general. Si metía la barba abajo de la colcha se sentía incómodo, e igual si la dejaba fuera.
“¡Diablo de muchachilla!” –decía luego con inquina al referirse a la culpable de su insomnio. Solía el general Dávila Sánchez pasear a la caída de la tarde por la plaza principal de la ciudad.
Lo hacía con parsimonia, apoyado en su bastón de junco; parecía que revisaba la limpieza de los andadores y el cuidado del pasto en los jardines, como si fuera el propietario del paseo.
Sucedió que un par de traviesos estudiantes que andaban por ahí se llegaron a él y le dijeron con fingida consideración: “Perdone usted, señor: ¿nos da permiso de pasear por su plaza?”. “Háganlo –les contestó don Jesús sin cambiar la expresión-. Nada más no se coman el zacate”.
Advierto, sin embargo, que me he apartado del relato. Vuelvo a él. Facilda bebió un par de copas de cierto chínguere que alguien le ofreció, y el bebistrajo le provocó un sopor o somnolencia que la llevó a alejarse un tanto del grupo. Se acostó en el zacate, y ahí se quedó dormida.
Aconteció que una vaca que atravesaba el prado pasó sobre ella. Sintió Facilda las cuatro pezuñas de la res, y dijo entre sueños: “Uno por uno, muchachos: uno por uno”…
En igual forma, pienso, habría sido mejor que el presidente Peña Nieto hubiera emprendido una por una las importantes reformas contenidas en el Pacto por México, en vez de proponer dos al mismo tiempo.
Estamos viendo los efectos y riesgos de haber lanzado simultáneamente la reforma educativa y la energética. Los nacionalistas del petróleo y los pancistas de la educación harán seguramente causa común para oponerse a cualquier cambio que altere el vicioso statu quo que prevalece en el país y que impide su desarrollo y su progreso, lo cual será motivo de agitación y de problemas. Por eso yo no soy statu quo: porque no quiero que nadie me califique de vicioso…
Bustolina Grandchichier, joven mujer de prominente busto, iba caminando por el parque con un zapato de un color y otro de color diferente. Uno de los señores que iba ahí todas las mañanas le preguntó a su compañero de banca: “¿Ves los zapatos de Bustolina?”. “No” -contestó el otro, que era algo corto de vista.
Y declaró el primero: “Ella tampoco”. (En efecto, Bustolina no podía verse los zapatos, pero por diferente causa: su ubérrimo tetamen le estorbaba la visión hacia abajo. Por la misma razón tampoco pudo nunca tocar la guitarra: los brazos no le alcanzaban)…
Don Chinguetas, señor de edad madura, le contó a doña Macalota, su mujer: “Bastó que la doctora observara la debilidad que tengo en las piernas para que me diera media incapacidad”. Replica ella con desabrimiento: “Si conociera la debilidad que tienes en otra parte te habría dado incapacidad total”…
El cuento que cierra el telón de esta columnejilla es sumamente sicalíptico. Al menos eso me dicen quienes me lo contaron, porque a decir verdad yo no logré captar su significación. Según ese relato dos señoras estaban conversando.
Le dijo una a la otra: “Estoy furiosa: mi marido llegó anoche con manchas de lápiz labial en la camisa”. Replicó la segunda: “Yo estoy más enojada aún: mi esposo traía en las orejas manchas de crema para las piernas”. (No le entendí)… FIN.

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