Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Los diputados cayeron de rodillas
2013-08-22 | 21:36:41
“Tiene más cuernos que una canasta de caracoles”. Así dijo Pierre Brasseur, el gran actor, al hablar de un infeliz a quien su casquivana esposa coronaba asiduamente. Lo dijo en la película Il bell’Antonio (1960), dirigida por Mauro Bolognini, con una bellísima Claudia Cardinale y un Marcello Mastroianni en flor de edad. De esa misma legión, la de cornudos, formaba parte don Hornilio, casado con mujer fácil de cuerpo. Un amigo le dijo cierto día: “Ayer vi a tu señora entrando con un desconocido en el Motel Kamagua”. “¿Cómo éra él?” -preguntó con inquietud el gurrumino-. Respondió el oficioso informador: “Era alto, moreno, de bigotito a la Pedro Infante y con cabello ensortijado”. “¡Ah, sí!” -dijo entonces don Hornilio-. Pero te equivocas: no es un desconocido; es el compadre Pitorrón”...
Pimp y Nela, chulo de oficio él, pupila ella en la manflota del lugar, asistieron a la cristiana inhumación de una compañera de mancebía a quien Diosito se llevó a su rancho. En el cementerio el dueño del lupanar tomó la palabra -varias, de hecho- para hacer el elogio fúnebre de la difunta maturranga. Dijo: “Desde su edad más tierna Buñi dio muestras claras de lo que al paso del tiempo llegaría a ser. A los 5 años ganaba ya unos centavitos enseñándoles los calzones a los niños de la vecindad. Luego, cuando llegó a la adolescencia, abandonó a su padre y madre ancianos, de quienes era hija única, para fugarse con un hombre casado que la dejó a los pocos meses. Fue entonces cuando vino a trabajar con nosotros. ¡Qué gran adquisición resultó ella! Podía tomarse una botella entera de tequila sin despegarla de los labios. Se fumaba 20 carrujos de mariguana cada día. Era capaz de inyectarse heroína, mascar peyote y aspirar cocaína sin que se le notara. Daba buena cuenta de 20 hombres, uno tras otro, en una misma noche. Y para pelear era una fiera. ¡Le rajaba la cara a cualquiera!”. Al oír todo eso Nela se echó a llorar, acongojada: “¡Qué injustos somos los humanos! -exclamó llena de sentimiento-. ¡La pobre Buñi tuvo que morirse para que alguien dijera cosas bonitas de ella!”...
Le preguntaron a André Gide quién fue el más grande poeta francés del siglo diecinueve. Respondió con acento pesaroso: “Hugo, helás!”. Eso quiere decir aproximadamente: “Hugo, ¡ay de mí!”. Magnílocuo y altitonante fue, en efecto, el ínclito rapsoda Victor Hugo. Lo digo yo, que gusto de la expresión sencilla. Fue él quien en horas oscuras para Francia prorrumpió en este arrebatado verso: “Je ne sais plus mon nom, je m’apelle Patrie!”. “Mi nombre lo he olvidado; ahora me llamo Patria”. Nunca he sentido vergüenza -jamás la sentiré- de haber nacido en México y de llamarme mexicano. A veces, sin embargo, me invade un sentimiento de pena al ver lo que sucede en mi país. Pena no es lo mismo que vergüenza. Pena es dolor, tristeza, pesadumbre. Lo sucedido entre los mal llamados maestros de la CNTE y los diputados es para sentir al mismo tiempo pena, vergüenza e indignación. Cuando la máxima representación nacional se deja avasallar por una turba; cuando permite que le arrebaten su sede, vale decir su casa; cuando se ve en la precisión de sesionar en forma vergonzante en un local privado; cuando todo eso sucede es porque esa supuesta representación ha perdido no sólo toda fuerza, sino también todo decoro y toda dignidad. Con ese episodio, en cuestión de civilidad y de política hemos tocado fondo. Pobre país éste en donde la violencia y el desorden toman el sitio de las instituciones y la ley. Los sedicentes profesores no representan al pueblo: son hombres y mujeres sumidos en la mediocridad. Usan a los niños como instrumento para lograr sus pretensiones, y una y otra vez dañan impunemente a quienes con sus impuestos -o sea con su trabajo- los mantienen. Su movimiento no es rebeldía popular: es vandalismo para sacar tajada. ¡Y todavía hay quienes los consideran “luchadores sociales”! No son otra cosa que fuerzas de choque de un aparato de corrupción política que tiene en continua zozobra a las comunidades donde opera, de cuyo atraso y pobreza es en buena parte responsable. Motivo de vergüenza para México son esos malos mexicanos, lo mismo que la claudicación de los pusilánimes y tolerantes diputados que en vez de sostener la dignidad de la República cayeron de rodillas ante la barbarie. (Nota: Esto último lo habría firmado Victor Hugo)... FIN.

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