Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
La esperanza de una patria más libre
2013-08-14 | 22:28:33
Don Heliohades –con hache intermedia, por favor- gustaba de las cosas del cielo y de la tierra. Quiero decir que era hombre al mismo tiempo carnal y espiritual. ¿Alguno acaso habrá que no lo sea?
Ansias de trascendencia lo llamaban, e igual lo convocaba la animalia que en nosotros va, recordatorio de nuestro ser original. Este señor era hombre de cultura y de natura.
Dado al tono altílocuo, solía decir con sonoroso acento: “Tres cosas me han impresionado en la vida: el Partenón, la Capilla Sixtina y las nachas de mi comadre Cuca”.
No tuve la fortuna de conocer a la señora, pero quienes alguna vez miraron su abundante popa comentaban llenos de emoción: “Quien la vio no la pudo ya jamás olvidar”. Don Heliohades, claro, se prendó de la región glútea de su comadre, y aun se dice que le escribió un soneto.
No a la totalidad de la comadre, sino a la dicha parte nada más. Cierto día la señora declaró su esperanza de vivir en una patria más libre, más democrática y más justa.
Don Heliohades puso los ojos en blanco, a semejanza de Groucho Marx cuando estaba junto a Margaret Dumont, y luego dijo con mucho sentimiento: “¡En ésas nos viéramos, comadre!”. Pero al decirlo miraba las pomposas pompas de la declarante. Cosa muy natural –y muy de la naturaleza- es la atracción que los varones sienten por la grupa femenina.
No piensan -¿quién puede pensar en nada cuando contempla ese maravilloso encanto?- que su diseño no obedece a estética, y menos aún a erotismo, sino a un sabio cálculo de ingeniería: la profusión de carnes en la parte posterior de la mujer servirá para equilibrar su cuerpo cuando lleve en su seno el milagro del hijo por nacer.
Si eso se debe a invención divina, gratias agimus tibi, Domine; gracias te damos, Señor. Si es obra de la naturaleza, felicidades, madre. Sea cual fuere el caso, en el momento de pasar las manos por la tersura de esa suave y redondeada pasta no habrá varón que sienta que está acariciando una ecuación.
Todo esto viene a cuento para evocar el día en que la comadre de don Heliohades lo invitó a visitarla esa noche en su casa.
Vivía sola la atractiva dama, por lo cual el maduro señor concibió la esperanza, si no de vivir en una patria más libre, más democrática y más justa, sí de refocilarse con la comadrita, haciendo especial énfasis en su magnificente geografía sur.
Temeroso de no estar a la altura de las circunstancias acudió esa tarde a una marisquería llamada “Las glorias de Neptuno” y ahí dio cuenta de los siguientes nutrimentos: un cóctel doble de ostiones, uno de camarones, uno de pulpo y uno de caracol, a más del cóctel llamado “Vuelve a la vida” y otro elaborado con variedad de mariscos nombrado “Viagra marina”.
Una sopa de pescado, una de almejas, una de jaiba y una de langosta; un filete de huachinango, uno de tilapia, uno de robalo, uno de mero, uno de atún y uno de salmón, y, finalmente, cuatro docenas de ostiones en su concha.
Todo eso lo roció con seis botellas de vino blanco y dos cartones de cerveza. Pasados unos días relató don Heliohades: “A eso de las 6 de la tarde estaba yo así”. Y levantó el brazo en alto. “¿Firme?” –le preguntó un amigo. “No –replicó gemebundo el buen señor-. ¡En el hospital, con suero en la vena!”.
Así, imagino yo, se encuentra Pemex. En medio de la riqueza que el petróleo representa sufre quebrantos económicos de todo orden y desorden. Una plena reforma energética debe incluir forzosamente la exigencia de una mejor administración, y el total destierro de la corrupción.
Otros dos grandes males sufre Pemex: el sindicalismo y el burocratismo. Y una rémora más estorba el desarrollo de la empresa: el nacionalismo. Somos dados a convertir en santones a algunos personajes públicos: Juárez en el siglo diecinueve; Cárdenas en el pasado siglo. Grandes próceres fueron los dos, no cabe duda. Ambos merecen el bien de la Patria. Pero no son dioses. Su vida y su obra obedecieron a un tiempo y a una circunstancia.
Las circunstancias y los tiempos ya son otros; la vida nacional no puede estar sujeta siempre a los cánones que ellos señalaron. ¿Acaso el aporte que hicieron los mexicanos de ayer impedirá que los mexicanos de hoy hagan también su aportación?
Ciertamente México no es tábula rasa, país sin historia. Pero tampoco es página en que sea imposible ya escribir palabras nuevas. He cumplido por hoy mi deber de orientar a la República.
Me retiro con la satisfacción del deber cumplido, si me es permitido el uso de esa frase inédita. Antes, sin embargo, expreso mi esperanza de vivir en una patria más libre, más democrática y más justa… FIN.

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