Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Literatura para ver
2013-08-09 | 22:20:15
La sabia abuela daba consejos a su nieta, muchacha en edad de merecer. Le dijo: “Las mujeres nunca debemos perseguir a los hombres. ¿Acaso has visto alguna vez que las trampas persigan a los ratones?”...
Eran las tres de la mañana cuando sonó el teléfono en casa del doctor Herrioto, médico veterinario. Quien llamaba era la señorita Sinpena Nigloria, célibe madura. “¡Doctor! -clamó en voz llena de angustia-. Estaba dormida, y me despertaron unos gañidos desesperados de mi perrita, la Kikí. Sucede que salió al jardín, por el calor. Quién sabe cómo se metió un perro callejero, se le subió a la Kikí y le está haciendo eso que no puedo nombrar, pero que usted ya sabe. ¡Todavía está encima de ella, y no he podido hacer que se quite y deje en paz a mi pobre perrita!”. “Es muy sencillo -le indicó el médico-. Cuelgue ahora mismo. Yo llamaré por teléfono al perro”. Replicó la señorita: “No entiendo, doctor. Ya le pegué al animal en la cabeza con la escoba; le eché agua, y sigue arriba de la perrita. ¿Y dice usted que con una llamada telefónica el perro se va a quitar?”. “Estoy absolutamente seguro -masculla el veterinario tratando de contener su enojo-. Precisamente por la llamada telefónica de usted yo me acabo de quitar de mi mujer”...
Radio Concierto, la estación de radio cultural que mi familia y yo fundamos en Saltillo, tiene ya 17 años de vida. Mis paisanos la consideran un orgullo de nuestra ciudad, y a donde voy me felicitan por sus trasmisiones. Las 24 horas del día trasmitimos buena música –dice uno de nuestros lemas de identificación: “Radio Concierto: en el aire, música que no se lleva el viento”-, pero además tenemos una intensa actividad cultural.
La radiodifusora está en el centro histórico de la ciudad, en la antigua casona que ha sido la de nuestra familia desde mi bisabuelo. Hemos logrado mantener la casa como siempre ha sido, con sus muebles y sus objetos de arte. La gente la ve como un museo –la llama “La casa de Saltillo-, y nos visitan diariamente lo mismo niños y jóvenes de las escuelas, y la gente de la ciudad, que turistas llegados de otras partes.
Pero además tenemos un intenso programa cultural con actividades gratuitas para todos, que incluyen lo mismo recitales de música que conferencias, presentaciones de libros, obras de teatro, exposiciones de pinturas, lecturas de poesía, etcétera. Hay en la difusora un club nacido del programa “Ópera sin anestesia”, que todas las tardes conduce Alejandro Reyes, un excelente músico, club en el cual cada semana se reúnen los aficionados a ese género magnífico para ver el video de una ópera y comentarla.
Cada lunes mi lindísima y talentosa hija Luz María presenta el ciclo de cine “Literatura para ver”, con grandes obras literarias hechas película, y nuestra sala de exhibición se llena totalmente con un público ávido por ver cine de calidad. Todo esto no lo digo por orgullo –lo sentimos, claro-, sino para mostrar que la gente está ansiosa de recibir ese precioso don que se llama la cultura.
No es cierto que al público le guste lo malo: sabe apreciar lo bueno, y lo agradece. Nuestra emisora tiene un alto rating, para usar la dichosa palabreja, y sus actividades culturales se llenan cada día. Lo bueno es apreciado, pero eso no lo saben quienes dan lo malo...
Doña Abusivia persiguió a su pobre marido don Wormilio hasta que éste se metió abajo de la cama. “¡Sal de ahí, gusano!” -le gritó la fiera mujer amenazándolo con el palo de la escoba. “¡No salgo, no salgo y no salgo! –replicó firmemente don Wormilio-. ¡Eso te enseñará quién manda en esta casa!”...
“Doctor –le dijo una señora al psiquiatra-. A mi marido le ha dado por beber en cantinas callejeras. Estoy desesperada: ya van varias veces que lo encuentro abrazado a un farol”. “Señora -le contesta el analista-: es perfectamente normal que un hombre beba hasta emborracharse. A la que voy a tener que tratar es a usted. Es la primera vez que veo a una mujer que tiene celos de un farol”...
Babalucas entró apresuradamente a un restorán. “Estoy de prisa -le dijo al mesero, sin sentarse-. Nada más tráeme la cuenta”...
Eran las 12 de la noche. El tipo que estaba en la cantina llamó por teléfono a su casa. “Ya voy a casa -le avisó a su señora-. Nada más me echo el último trago”. Dijo la mujer: “Tienes tiempo de echarte otro, mi vida”. “No -contestó el individuo extrañado por esa respuesta cariñosa- Te digo que ya voy”. Replica la señora: “A ti no te estoy diciendo”...
FIN

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