Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Glorificación de héroes
2013-08-07 | 22:13:48
Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, le contó a Himenia Camafría, célibe otoñal como ella, que había conocido a un caballero muy interesante. “¿De veras? -se interesó Himenia-. ¿Qué hace?”. “Es músico -le informó Solicia-. Toca violín, cello y viola”. “¡Si viola preséntamelo!” –exclamó al punto la señorita Himenia...
Los recién casados le dijeron al doctor que deseaban esperar algún tiempo antes de tener su primer hijo. Le preguntaron: “¿Qué nos recomienda?”. “Para eso -respondió el facultativo- el jugo de naranja es infalible”. “¿Jugo de naranja? -se sorprendió el muchacho. “Sí -confirmó el médico-. Jugo de naranja”. Inquirió la chica: “¿Antes de o después de?”. Respondió el doctor, lacónico: “En vez de”…
El profesor de Matemáticas le preguntó a Pepito: “¿Cuánto es un treintaidosavo más un sesentaicuatroavo?”. “No se exactamente –respondió el chiquillo-, pero me da la impresión de que no es mucho”...
A las 5 de la mañana el rudo sargento entró en la barraca y les gritó con voz tonante a los reclutas: “¡Levántense, bastardos!”. Todos saltaron de sus literas, menos uno. Le dijo calmosamente al mílite: “Hay muchos ¿verdad, mi sargento?”...
Me dio bastante risa que Vicente Fox fuera declarado persona non grata en el estado de Oaxaca, y que se organizaran actos de desagravio a Juárez con motivo de que el guanajuatense dijo que había sido mejor presidente de México, mejor aún que el Benemérito.
Recordé la ocasión, tan recordada, en que El Loco Valdés sufrió consecuencias igualmente non gratas por haber hablado en uno de sus sketches de Bomberito Juárez y doña Manguerita Maza de Juárez. Tal se diría que al prócer oaxaqueño no se le puede rozar ni con el pétalo de una risa.
Para reír han sido muchas de las declaraciones de Fox –en otras le ha asistido la razón-, pero es risible también el exagerado culto, casi religioso, que se rinde a la figura de don Benito, convertido en una especie de santón por muchos de sus adoradores, tanto que no faltan observadores suspicaces que se preguntan si algunos de ellos no tendrán interés pecuniario o de política en la glorificación.
A Juárez se le deben magníficas acciones en bien de este país, sobre todo las relativas a la separación de la Iglesia y el Estado. Merece ciertamente, y con sobrados motivos, el bien de la Nación. Pero no es un dios, y ni siquiera un semidiós.
Igual que todos los humanos tuvo errores -algunos de ellos graves- que en su tiempo le fueron señalados aun por sus más cercanos colaboradores y fieles partidarios.
El mejor homenaje que podemos rendir a nuestros héroes es no exponerlos al ridículo con acciones como esos anacrónicos desagravios que -¡vaya ironía!- parecen más cosa de Iglesia que de Estado…
El cuento que ahora sigue es en extremo sicalíptico. Para poder publicarlo el autor hubo de entablar una delicada negociación con doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, pues la ilustra dama se oponía en forma terminante a que el dicho cuento llegara a ver la luz.
Se ablandó finalmente cuando quien esto escribe accedió a cambiar dos palabras que vienen al final -ciertamente sonaban demasiado duras- por otras más delicadas. Merced a esa concesión doña Tebaida otorgó por fin su Nihil Obstat.
Eso no quita, sin embargo, que el cuento sea sumamente rojo, motivo por el cual las personas que no gusten de esa tonalidad cromática deben abstenerse de leerlo. Helo aquí…
Una boa decidió dedicarse al antiguo y muy competido oficio de la prostitución. Haría comercio con su cuerpo. Le comunicó su determinación a otra serpiente, y ésta le auguró: “Fracasarás. No podrás resistir la tentación de tragarte a tus clientes”.
“Te equivocas” -le respondió la boa. Y enfatizó su respuesta con una sabia frase de aplicación universal, y que no admite réplica por su carácter axiomático: “Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”.
Ese mismo día la boa llevó a la práctica su decisión, y puso en la puerta de su morada un foco rojo que encendió a la caída de la tarde. No tardó en llegar el primer cliente. Era un conejito gordo, luciente, apetitoso.
La boa tenía hambre por efecto de varios días de ayuno. Así, no se pudo contener: la hambruna y el instinto hicieron que se tragara prontamente al conejito. Recordó de repente, sin embargo, lo que le había dicho su amiga, y lo regurgitó.
Salió el conejito todo mojado, lleno de confusión, aturrullado. “¡Caramba! –exclamó con emocionado asombro-. ¡Si así estuvo la besada cómo irá a estar la fornicada!”... FIN.

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