Por Catón
Columna: De política y cosas peores
‘Equis’
2013-08-02 | 09:37:44
Oscar Levant era un hombre de ingenio, a más de un notable pianista. En cierta ocasión Harpo Marx le presentó a su prometida. Luego, aparte, le preguntó su opinión acerca de ella. “Es una chica adorable –le contestó Levant-. Merece un buen marido. Cásate con ella antes de que lo encuentre”.
Dulcilí, muchacha ingenua, aspiraba también a ser esposa. Incurrió en el grave error de suponer que haciendo dación de sus encantos a un galán conseguiría llegar más pronto al matrimonio. Aceptó las interesadas atenciones de uno, y finalmente fue con él a un motel de esos de corta estancia o pago por evento. Terminado el ilícito trance le preguntó con timidez a su labioso seductor: “¿Nos casaremos, Libidiano?”. “Yo seguramente sí –contestó el ruin sujeto-. No sé tú”…
¡Ah, cándidas doncellas! ¿Ignoráis por ventura que conseguido el fruto los hombres le dan la espalda al árbol? ¡No deis oídos a su palabra untuosa, ni creáis en sus aleves juramentos! “Amor amara dat”, escribió Plauto. El amor da amarguras. Abrid muy bien los ojos, pero si por desgracia caéis en las redes de algún canalla fementido que os abandona luego, llamadme al teléfono 49017-172-925.
Con tiernas caricias (y de las otras luego, si se necesitan) procuraré sacaros de vuestra tribulanza. Consolar al triste es una de las obras de misericordia que el buen Padre Ripalda enumeró en su Catecismo. No seré yo quien desprecie su piadosa enseñanza…
La gente de edad critica a los muchachos por sus maneras de hablar, y ahora también de escribir en los modernos artilugios que usan para comunicarse. Yo digo que si los modos de habla y escritura sirven a la función comunicativa no son entonces criticables.
Cada edad, época y lugar tienen sus especiales formas de comunicación, y es tiempo perdido el que se emplea en reprocharle a un joven –o a una joven- que diga, por ejemplo, “güey”, o que abrevie o transforme las palabras hasta dejarlas irreconocibles para los adultos, o invente algunas nuevas para expresar su pensamiento o sentimiento al poner un mensaje en su tableta.
(“Tableta”, por más que esa acepción aún no la registre el diccionario, ya es otra cosa aparte de trozo de madera delgada, porción de medicina, o pastilla de chocolate plana y rectangular).
Observo algo en esos nuevos modos de expresión: la tendencia a la economía de las palabras. Cada vez las que se usan son menos y más breves, y más lacónicos y escuetos los modismos. Para designar a una cosa baladí o a una persona sin personalidad se decía antes: “No es ni chicha ni limonada”, “Ni fu ni fa”, “Es agua de borrajas”, o: “Está entre azul y buenas noches”.
Ahora para significar eso los jóvenes usan una sola palabra: “Equis”. “¿Cómo estuvo el show?”. “Equis”… “¿Cómo es el novio de Tirlita? “Equis”… “¿Qué te pareció la película?”. Equis…
Eso quiere decir que el show, el novio y la película no son buenos ni malos, sino todo lo contrario y viceversa; o sea que no tienen nada relevante, que su manera de ser, sus acciones o imagen son triviales, anodinas, inanes, insubstanciales, fútiles; que no calan en la gente ni dan idea de fuerza o eficacia.
Pondré un ejemplo: “¿Qué piensas de Miguel Mancera como político y posible candidato a la Presidencia, y qué opinas de su desempeño como Jefe de Gobierno del Distrito Federal?”. “Equis”. ¿Lo ven mis cuatro lectores? Con una sola palabra se dicen muchas cosas…
Después de esta lucubración morfosintáctica que ninguna intención lleva aparte de la gramatical, procedo a narrar un último chascarrillo que me servirá para bajar el telón de esta columnejilla equis…
La sala de espera del doctor Ken Hosanna estaba llena de pacientes. Un individuo entró, y en voz bien alta le dijo a la recepcionista: “Quiero que el médico me vea. Tengo un problema en mi pija”. “¡Señor! –se indignó la mujer-. ¡No use usted aquí ese vocabulario! Hay damas presentes, y también estoy yo. Salga, vuelva a entrar y diga que tiene problemas con cualquier otra parte de su cuerpo, digamos una oreja”.
El sujeto, apenado, salió de la sala de espera. Volvió en seguida a entrar, y con voz de actor que recita su parte le dijo a la recepcionista: “Quiero que el médico me vea. Tengo un problema en mi oreja”. La mujer, en tono igualmente estudiado, le preguntó: “¿Qué problema tiene usted en su oreja, señor?”. Respondió el tipo: “No se me levanta”… FIN.


mirador
armando fuentes aguirre
Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que escuchó a Mahalia Jackson cantar “Nobody knows the trouble I’ve seen”, dio un nuevo sorbo a su martini –con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-El azar nos rodea por todas partes. Cada uno de nosotros es una barca que navega sin brújula por el océano de la casualidad. Una ola nos lleva, otra nos trae. Somos marineros del acaso, y no sabemos nunca a qué puerto final nos llevarán las olas.
En eso una linda chica pasó junto a la mesa donde estaba Jean Cusset. Dio él un último sorbo a su martini y se levantó al tiempo que decía:
-Perdonen ustedes que me despida. Voy tras mi azar.
¡Hasta mañana!...


manganitas
por afa

“…Los partidarios de AMLO harán bloqueos para frenar la reforma petrolera…”.
Está fuera de lugar
la amenaza mencionada,
mas no se paran en nada
con tal de no progresar.

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