Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Líderes de hombre y seguidores de Mujeres
2013-07-22 | 22:25:27
El niñito le preguntó a su madre: “Mami: ¿por qué salí con cara de Ratón Miguelito?”. Suspiró la señora: “Hijo mío: tomando en cuenta la postura en que me lo hizo tu papá, debes dar gracias de no haber salido con cara de Pluto”. (No le entendí)…
Simpliciano, muchacho boquirrubio, era cándido, ingenuo, simple, inocente, pueril y candoroso. Cierta noche una mujer llamó a la puerta de su departamento. Era la vecina, mujer de 8 cilindros, quiero decir potente, en plenitud de vida, y con ebúrneas carnes distribuidas generosamente por todas las latitudes de su cuerpo. Le dijo la profusa dama a Simpliciano: “Perdone la molestia, vecinito. ¿Podría usted prestarme una taza de azúcar?”. Mentira, gran mentira. ¿Cuál azúcar? Lo que deseaba la voluptuosa fémina era gozar la juventud de Simpliciano; contrastar sus arterías de Mesalina con la virtud del tímido doncel. Y vaya que lo consiguió.
Sabidora ella, lleno él de las apetencias propias de su edad, después de un breve rato de conversación ya lo tenía en el lecho. El juntamiento no fue uno nada más. La señora llevaba mucho tiempo sin trato con varón (tres días), y el mocetón tenía colmadas sus alforjas, de modo que al primer trance de erotismo siguió otro, y otro más. Se disponía Simpliciano a disfrutar el reposo del guerrero, pero de nueva cuenta la ávida mujer solicitó obra de varón, y el galán hubo de cumplir el pedimento.
No por eso se dio por bien servida la mujer: pidió un encore más. El muchacho pensó que en ése se le iba a ir la vida, pero juntó sus fuerzas y consiguió ponerse otra vez a la altura de la situación, si bien ahora con ímprobos trabajos. Indiferente a la fatiga del mancebo, que se veía exhausto ya, y exánime, le dijo la voraz sirena: “La última y nos vamos”. Y otra vez a comenzar el himeneo.
La última, sin embargo, resultó ser la antepenúltima: solo cuando el pobre Simpliciano, en trance ya de fenecer, hizo tres veces más la tarea, dejó el revuelto lecho la mujer, y tras vestirse se encaminó a la puerta. “Señora –le dijo Simpliciano-, se le olvida el azúcar”. ¡Así de cándido era el inocente! Ella se rió y le lanzó un beso a modo de despedida. Cuando por fin se encontró a solas el asustado muchacho fue al baño. Y sucedió que no pudo encontrarse lo que necesitaba para hacer lo que iba a hacer. Dirigiéndose a su entrepierna le dijo con ternura: “No tengas miedo, linda. Ya puedes salir; ya se fue”…
Las frases efectistas tienen mucho efecto. Deslumbran; son coloridas y sonoras, como los fuegos de artificio, pero al igual que ellos no iluminan. Una frase de bastante efecto me sirve de tema para no reflexionar hoy. Aquel dirigente de masas decía al hablar de aquellos a quienes lideraba: “Soy su líder; tengo qué seguirlos”. Lo cierto es que hay muy pocos líderes de hombres. Solo uno de cada mil logra que lo sigan. Los demás somos seguidores de mujeres.
El verdadero líder, sin embargo, no es quien adula y obedece al grupo, sino aquel que lo guía para obtener lo que conviene al bien común. Digo eso porque tanto el dirigente del PAN como el del PRD están siendo presionados por extremistas de sus respectivos partidos para que se deslinden del Pacto por México. La convocatoria hecha por Peña Nieto es la primera oportunidad que el país ha tenido en muchos años para avanzar con el consenso y el impulso de todas las fuerzas políticas del país, sin imposición de nadie, sino por convicción de todos.
La circunstancia de que el presidente haya sido quien emitió ese llamado no le quita validez a la propuesta. Debemos ir todos juntos a la búsqueda de una nación más moderna, más productiva, más entregada a la práctica de la libertad y la democracia, y con más firmes bases para lograr sus aspiraciones de justicia. El Pacto es perfectible, desde luego; nada ni nadie es perfecto en este mundo, excepción hecha del marido difunto de la viuda que contrajo nuevo matrimonio.
Toca a los partidos opositores proponer modos de mejorar las reformas propuestas por esa convención, pero no oponerse a ella por sistema, por mero hábito, por perpetua, automática, empecinada y sistemática oposición. “Pongámonos de acuerdo, señores –demandaba un sujeto en medio de la orgía-. Ya van seis veces que me ha tocado a mí; y a mí no me ha tocado ni una todavía”. Nosotros también pongámonos de acuerdo, señoras y señores, para que al fin a todos los mexicanos les toque algo…FIN.

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