Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Cada cosa en su lugar
2013-07-12 | 22:11:09
Don Bucolio, conocido ganadero, presentó su mejor toro en el concurso de sementales.
Se trataba de ver cuál toro era capaz de cubrir más hembras en el menor tiempo.
Potentino, el extraordinario toro de registro de don Bucolio, ganó el concurso fácilmente: en una impresionante demostración de fuerza dio buena cuenta, una tras otra, de la docena de vacas que le pusieron enfrente.
El poderoso animal recibió el listón azul que lo proclamaba Gran Campeón de Sementales, y don Bucolio fue felicitado por todos los presentes.
Al día siguiente un especialista en inseminación artificial fue al rancho de don Bucolio a fin de negociar con él los servicios de Potentino.
Para su sorpresa encontró al hombre en la labor.
Estaba arando, y uncido al arado traía nada menos que al fabuloso toro Potentino, que jadeaba como infeliz al tirar del arado por el surco. “¡Pero, don Bucolio! -se sorprendió el visitante-. ¿Cómo es posible que traiga usted arando a ese costosísimo semental?’’. Responde don Bucolio: “Quiero que el animal aprenda que no todo en la vida es diversión”…
Un chico le dijo a su amigo: “No conozco a Picia. ¿Qué clase de muchacha es?’’. Contestó el otro: “Es una de esas chicas que invitas al cine cuando quieres ver la película’’…
Aquel marido llevaba un mes ausente de su casa
Tan pronto llegó al aeropuerto le pidió a su esposa que fueran inmediatamente a la casa a hacer lo que un marido y su mujer hacen en su casa. “¡Pero, Avidicio! -se sintió la señora-. Tenemos un mes sin vernos, y cuando nos reunimos lo único que se te ocurre es hacer el sexo.
Ni siquiera me preguntaste cómo he estado’’. Respondió el individuo: “Te lo habría preguntado, pero el avión llegó con 15 minutos de retraso, y ya no hay tiempo para esas minucias’’…
Tuvo razón el gran torero Cagancho cuando al ver a un grupo de monjes preguntó acerca de ellos, y alguien le dijo que eran monjes trapenses que hacían voto de perpetuo silencio. “No cabe duda –comentó, meditativo, el diestro-. Hay gente pa’tó”. Es cierto: hay gente para todo. ..
Hace algunos semanas perdió la vida en una carretera de Oregon, atropellado por un camión pesado, un hombre joven llamado Richard Swanson.
El conductor del vehículo no tuvo culpa alguna: la víctima iba caminando por la cinta asfáltica al tiempo que pateaba un balón de futbol.
Había salido de Seattle el primer día de mayo, y su propósito era llegar a Sao Paulo, Brasil, a tiempo para la Copa del Mundo así, a pie, empujando con los pies el balón de soccer como promoción para un organismo privado cuya finalidad es regalar pelotas de futbol a niños y jóvenes de naciones subdesarrolladas. Para lograrlo habría tenido que atravesar 11 países. Es válida la regla según la cual se debe hacer el bien sin mirar a quién, pero al menos debes mirar por dónde vas cuando lo haces.
Será más fácil inscribir la desdichada muerte de mister Swanson en el libro de los hechos curiosos que en el de los heroicos.
Las buenas intenciones deben ser presididas por el buen sentido, y la prudencia ha de ser siempre compañera obligada de la benevolencia.
Las carreteras no son para ir por ellas pateando balones de futbol, del mismo modo que las canchas deportivas no son para que por ellas circulen los vehículos.
En esto, como en todas las cosas –salvo quizás en las del sexo-, un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar.
Pero tenía razón Cagancho: hay gente pa’tó…
Babalucas se quejó con un amigo.
Le contó: “Rosibel es muy incumplida.
Le pedí aquellito, y me dijo que me fuera a freír espárragos.
Fui, freí algunos, y cuando regresé con ellos Rosibel ya no estaba’’…
Doña Macalota le dijo a su marido don Chinguetas: “Estuve en un restorán que me recordó mucho tu manera de jugar tenis’’. “¿Por qué?’’ -se extrañó el señor. Contesta doña Macalota: “Tiene un pésimo servicio’’…
La esposa se quejaba con el médico de que su marido había perdido el ímpetu amoroso. “Sométalo a una dieta de zanahorias -le recomienda el médico-. Da buenos resultados’’.
Meses después el galeno y la señora se encontraron nuevamente. “Seguí su consejo, doctor -dice ella-. Desde hace medio año no le doy a mi marido más que zanahorias en desayuno, comida y cena’’. “¿Y qué ha pasado?’’ –se interesó el facultativo-. “-Nada -respondió la mujer-.
Cuando me acerco a él con intención erótica nada más se me queda viendo con esos ojos grandes, rojos y redondos, golpea el suelo con las patas y mueve la nariz y las orejas’’… FIN.

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