Por Catón
Columna: De política y cosas peores
2013-07-05 | 23:09:18
Himenia Camafría, seronda señorita soltera, entró en la mueblería y le pidió al encargado:
“Muéstreme por favor el mueble sexual”. “¿Mueble sexual?” -se desconcertó el hombre. “Sí -confirmó la señorita Himenia-. Ése que anuncian hoy en el periódico”. “Ah, sí –dice entonces el de la mueblería-. Pero leyó usted mal: es ‘mueble seccional’”...
Al salir de una conferencia Rosibel le comentó a Susiflor: “No sé por qué dicen que la falta de control de calidad es mala. En mi caso ha sido algo bueno”. “¿Por qué?” –preguntó Susiflor sin entender. Explica Rosibel: “Anoche iba a hacer con mi novio algo que realmente yo no quería hacer, y me salvó la falta de control de calidad. A la hora de la hora se le atoró el zipper del pantalón, y no lo pudo ya desatorar”...
Don Algón, salaz ejecutivo, le dijo con voz untuosa y tono serpentino a la ingenua Dulcilí: “Hermosa niña: si te doy un reloj de oro, tú ¿qué me darás?”. Arriesgó tímidamente la cándida muchacha: “¿La hora?”...
Doña Panoplia de Altopedo, señora de buena sociedad, construyó un local comercial con dos oficinas: una que daba al frente de la calle y otra en la parte posterior. Don Sinople iba a ocupar esta última para sus cosas, de modo que la señora ofreció en alquiler la que daba a la calle. Se presentó un cliente, y el local del frente le pareció algo caro. Le preguntó a la propietaria: “¿No tiene disponible el de atrás?”. “No –respondió al punto doña Panoplia-. Ése es solamente para mi marido”...
Desde luego el automóvil no es para mí un objeto sagrado. Cuando manejo uno jamás me transformo de doctor Jekyll en mister Hyde. Sé, sin embargo, que el automóvil cambió la vida cotidiana de los hombres como no la ha cambiado ningún otro invento, si se exceptúan quizá los modernos aparatos de comunicación, cuyo formidable impacto en nuestras vidas aún no acabamos de conocer en su totalidad. Confieso, eso sí, que he llegado a amar algunos automóviles. Aquel Chevrolet 1937, por ejemplo, único vehículo que en toda su vida pudo tener don Mariano, mi papá. En vano he tratado de conseguir uno en su memoria. O aquel pequeño Renault Dauphin, mi primer coche, orgullo de mi primera juventud y cómplice de inenarrables aventuras. (Si ese automovilito hubiese podido hablar ¡cuántas cosas habría callado!). Otros carros hay que ya no volverán. Uno de ellos es el carro completo del PRI. Se acabaron para siempre los tiempos en que cuando había elecciones el prigobierno las ganaba de todas todas. (“Y las elecciones, señor Gobernador, ¿fueron legales?”. “Legalonas, señor Presidente; legalonas”). Eso en ninguna forma es un indicio de debilidad del PRI: es más bien una evidencia del fortalecimiento de la democracia. En ese ejercicio los mexicanos todavía nos estamos estrenando, y por él vamos con andadura vacilante, cayendo y levantando. Democracia es pluralismo y alternancia. Antes el PRI perdía mucho cuando ganaba todo; ahora ganará bastante perdiendo lo que pierda, pues la ciudadanía verá que ese partido ha dejado de ser la aplanadora de antes, y que la voluntad presidencial ya no es omnímoda, ni el gobierno todopoderoso. Quizá con paso de Chevrolet 1937 o de Renault Dauphin 61, pero vamos avanzando…
La exuberante muchacha le preguntó al ávido galán: “¿Por qué dices que el escote de mi vestido es tipo telenovela?”. Responde el mozalbete: “Porque siempre quiere uno ver lo que sigue”...
Doña Jodoncia se molestó bastante porque en el autobús un hombre sumamente gordo no se levantó a darle el asiento. “¡Ah! -le dijo con voz ácida-. Si esa panza estuviera en una mujer yo diría que estaba embarazada”. “Estuvo, señora –replicó, imperturbable, el panzón-. Y está”...
Simpliciano, joven inocente, sorprendió a su novia en trance de cachondeo, pichoneo o guacamoleo con un tipo. “Pero, Crispeta –le reclamó en tono desolado-. Siempre me has dicho que tu corazón me pertenece”. “Y es cierto –replicó ella-. Pero el resto de mi cuerpo todavía no está escriturado”...
Se casó Yupo, profesionista joven que presumía de ser muy ejecutivo. Tan pronto se vio con su mujercita en el cuarto del hotel donde pasarían su noche de bodas le espetó sin preámbulos: “Muy bien, Rosilí. Vamos a nuestro negocio”. Después del primer acto el tal Yupo no tuvo ya capacidad ejecutiva para levantar el telón y dar un segundo acto. Le dice Rosilí: “¡Caramba! ¡No sabía que el negocio se te iba a caer tan pronto!”... FIN.

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