Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
‘¡A mí! ¡A mí!’
2013-06-25 | 22:06:49
Permítanme mis cuatro lectores compartir con ellos un recuerdo personal que todavía me conmueve. En la antigua calle de Santiago de mi ciudad, Saltillo, vivía una señora, vecina nuestra, que tenía gemelitos. Extrañamente uno de los pequeños era un niño precioso, un querubín que llamaba la atención de todos por su infantil belleza.
El otro, en cambio, era feúcho, carecía de toda gracia. La gente, claro, se fijaba siempre en el bonito. Todos lo acariciaban y le decían cosas de alabanza: “¡Qué hermoso! ¡Qué lindo! ¡Es un ángel!”. El niño feo tendía, ansioso, los bracitos y suplicaba: “¡A mí! ¡A mí!”. El pobrecillo pedía caricias y palabras de ternura como las que recibía su hermanito.
En cierta forma esto puede aplicarse al caso de Marcelo Ebrard. También él está diciendo: “¡A mí! ¡A mí!”. Se vio fuera de los reflectores, e hizo un intento desesperado para volver a ellos. El medio que escogió no fue el mejor: su reto al presidente sonó hueco. Ninguna base tiene el desafío, que se vio fuera de toda razón, sin viabilidad alguna y sin proporción entre las presuntas partes del encuentro.
Pero Ebrard no podía dejar que la escena de la izquierda sea ocupada solamente por López Obrador y Mancera, y saltó inopinadamente a la palestra. Pero lo hizo en modo desmañado, sin seriedad ni consistencia. Su voz fue destemplada, y su propuesta absurda. Tendrá que buscar otras maneras de darse a ver y de hacerse notar, pues ésta cayó en el vacío. Tendrá que hallar otras formas de decir: “¡A mí! ¡A mí!”…
Himenia Camafría, madura señorita soltera, se presentó por la mañana en el mostrador del hotel donde había pasado la noche, y con airadas voces exigió la presencia del gerente. Cuando éste acudió la señorita Himenia le anunció, indignada: “¡Voy a demandar al hotel!”. “¿Por qué?” –se alarmó el hombre. “Por crueldad mental” -respondió ella. “¿Crueldad mental? -se sorprendió el gerente. No entiendo”. “Sí -confirmó la señorita-. Me dieron el cuarto que está al lado de la suite nupcial”...
El abuelo le comentó a su nieto mayor: “Estoy leyendo un libro muy triste: el Kama Sutra”. “Pero, abuelo -opuso el muchacho-, el Kama Sutra es un libro jubiloso, lleno de la alegría de vivir, pues trata de los placeres del amor sensual, que tanto gozo brinda al hombre y la mujer”. “Precisamente -replicó el veterano-. A mi edad leer un libro de ésos provoca gran tristeza”…
Don Astasio llegó a su casa después de su jornada de ocho horas de trabajo como tenedor de libros. Colgó en la percha su sombrero, su saco y la bufanda que usaba aun en días de calor canicular, y luego se encaminó hacia la recámara con intención de reposar un momento su fatiga.
No pudo reposarla: en el lecho conyugal estaba su esposa, doña Facilisa, en trance de erotismo con el repartidor de pizzas. Don Astasio, pese a su aparente carácter apocado, es un hombre de acción. Fue de inmediato al chifonier donde guardaba una libreta con inris para afrentar a su mujer en tales ocasiones.
Regresó y le dijo a la pecatriz: “¡Arrimadiza!”. Ese vocablo, que se aplica a la abarraganada, lo sacó don Astasio del “Vocabulario andaluz” recopilado por el señor Alcalá Venceslada. Doña Facilisa, ocupada como estaba en sus meneos eróticos, no se dio por enterada de la injuria.
Le dijo su mancebo: “Señora: a’i le hablan”. “No me distraigan –replicó doña Facilisa-, porque pierdo el ritmo”. Le sugirió don Astasio, dispuesto siempre a dar un buen consejo: “En estos casos, como en el baile, lo mejor es contar: un, dos, tres cuatro; un, dos, tres cuatro…”. “Lo hago –replicó la señora-, pero cuando apenas voy en ‘un’ pierdo la cuenta, por el calor de la ocasión”.
“Me ofrecería a contar por ti –dijo don Astasio-, pero eso me parece impropio. Lo mejor es que por esta vez suspendas esta actividad, que además no se aviene con tu condición de esposa”. “No puedo suspenderla –opuso doña Facilisa-. Ya le pagué al joven”. “Me pagó usted la pizza, señora –aclaró el jovenzuelo-, pero esto es aparte”.
“Debería ser cortesía de la casa –apuntó la señora-. Después de todo por lo menos tres veces en la semana les consumimos pizzas, ¿verdad, Astasio?”. “Es cierto –confirmó él-. Pero el mercantilismo de la empresa es insaciable. Págale al joven. Cuentas y razones conservan amistades”. Doña Facilisa sacó de su bolso un billete y se lo dio al muchacho. Le preguntó éste: “¿Quiere usted que le haga el redondeo?”. Al oír eso don Astasio se molestó bastante y exclamó indignado: “¡Degeneraciones no!”… FIN.

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018