Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
2013-06-22 | 21:49:03
En el súper un señor se acercó a una guapa chica y le dijo: “No encuentro a mi esposa. ¿Podría yo hablar con usted unos momentos?”. “¿Por qué?” –preguntó con extrañeza la muchacha.
Le explicó el señor: “Porque no puedo hablar un minuto con una muchacha bonita sin que se aparezca mi mujer”... Babalucas oía a un pianista que interpretaba melodías populares. La señora que estaba al lado comentó: “¡Qué música tan pegajosa!”. “Es natural –respondió con tono de conocedor el tonto Roque-. El piano es de cola”. (Muy viejo chiste ha de ser éste. La cola ya ni se usa. Digo, la de carpintero)… La señora le pidió a su esposo que hablara con su hijo, muchacho adolescente, acerca del sexo. Terminada la conversación, la madre del crío le preguntó al señor cómo le había ido. “Muy bien -dijo él-. Aprendí muchas cosas que no sabía”... Don Ignaro, nuevo rico, regresó de un viaje a China. “Estuve en la Muralla –comentó-. Vi la Ciudad Prohibida y el palacio del Emperador”.
Le preguntó alguien: “¿Y las pagodas?”. Responde don Ignaro: “En cada esquina había una. Buenonas, pero algo caras”... En horas de la madrugada la señora se dio cuenta de que su esposo no estaba en el lecho conyugal. Lo buscó en la cocina y no lo halló. En eso escuchó ruidos extraños procedentes del cuarto donde dormía la linda criadita de la casa. Fue hacia allá, abrió la puerta y se encontró con la visión de su marido en pleno trance de fornicación con la mucama. “¡Mano Poderosa!” -exclamó la señora, que recordaba jaculatorias aprendidas de su abuela. “Con la mano no está haciendo nada” –acotó la muchacha. “A ti no te hablo –se enfureció la esposa-. Dime tú, infame marido: ¿qué significa esto?”. El esposo se enderezó en el catre del pecado. “¡Qué barbaridad! –exclamó al tiempo que se frotaba los párpados, desconcertado-. ¿Hasta dónde me irá a llevar este sonambulismo?”... Una señora le comentó a otra: “Anoche fui a la reunión semanal con mis amigas, pero antes le serví a mi marido una cena de siete tiempos. Se puso feliz”. “¿Siete tiempos?” -se asombró la otra. “Sí –confirmó con orgullo la señora-. Una pizza comprada y un six pack de cerveza”... Un manso señor le dijo con acento terminante a su tremenda esposa: “No saldremos hoy a cenar en restorán. Y esa es mi penúltima palabra”… La maestra le preguntó a Pepito: “¿Recuerdas alguna frase célebre de César?”. Arriesgó cautelosamente el niño: “‘¿Yo hago la ensalada’?”... Don Poseidón, granjero acomodado, fue a visitar a su hija casada, que vivía en la ciudad. Ella, para lucirse con su padre, le hizo un desayuno de lujo que incluía un omelette de huevo con queso roquefort. Don Poseidón olfateó el platillo, receloso, y lego le dijo a la muchacha: “Ten cuidado con tus gallinas. Se me hace que un zorrillo se las está tirando”... Cuando volvían de la fiesta le dijo con agria voz doña Jodoncia a su esposo don Martiriano: “¿Te diste cuenta de lo que hiciste?”. “No –contestó él-. Pero reconozco que fui imprudente, que actué mal, que me equivoqué, que no debí haber hecho eso. Ahora dime, por favor: ¿qué hice?”. (El matrimonio es una institución muy útil. De no ser por el matrimonio el hombre iría por ahí pensando que no tiene ningún defecto)… El joven marido entró en el cuarto del bebé llevando una bata de lona, botas de hule, guantes de médico, anteojos de aviador antiguo y una máscara de gases como las que se usaron en la Primera Guerra, de ingrata memoria. (La guerra, no la máscara ni los gases. Aunque éstos también). Le dice su señora: “Ya entendí. Si esa es tu actitud, yo le cambiaré el pañal al niño”... Junto a la casa de Pepito vivía una estupenda morenaza que acostumbraba tomar el sol en el jardín cubierta sólo con unas gafas negras. Por un imprudente comentario de su papá se enteró Pepito de lo que hacía la vecina. La madre del chiquillo, a fin de evitar que su hijo cayera en alguna insana tentación, le advirtió que si veía a la vecina se iba a convertir en estatua de piedra. A pesar de la ominosa admonición Pepito esperó esa tarde a que sus papás salieran, y junto con su amigo Juanilito trepó a la barda. En efecto, en el jardín estaba la escultural muchacha sin otra vestimenta que aquella con la que vino al mundo. Le dice muy asustado Pepito a Juanilito: “Mi mamá me advirtió que si veía esto me iba a convertir en estatua de piedra. Y tenía razón: ya me estoy endureciendo de acá”... FIN.

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