Por Catón
Columna: De política y cosas peores
De política y cosas peores
2013-06-14 | 09:18:53
Un político de la época de la dominación priista se quejaba de lo difícil que es ahora hacer trampas en las elecciones. “En mis tiempos –decía apesarado- todo era legal”. Y añadía, cogitabundo: “Esto de la democracia es algo muy latoso”. En efecto, las nuevas leyes e instituciones electorales, fruto de la presión que los ciudadanos ejercieron sobre el partido dominante y los gobiernos emanados de él, hacen que hoy por hoy un fraude electoral sea prácticamente imposible.
Los partidos no pueden ya influir en forma ilegal sobre el resultado de una elección, ni siquiera para favorecer al candidato opositor. Lo digo por aquellas tristemente famosas “concertacesiones” que en tiempos de Salinas de Gortari dieron al PAN algunas victorias electorales fincadas en la negociación política, no en la voluntad de los ciudadanos.
Por estos días se dice, en el caso de la elección de gobernador en Baja California, que las cosas ya están arregladas a favor del PAN, al que supuestamente el PRI cederá el triunfo a cambio del apoyo del partido blanquiazul al Pacto por México.
Hay demasiados controles que imposibilitan una manipulación así. El próximo gobernador de la entidad será el elegido por los bajacalifornianos. Personalmente me hago responsable de eso…
Es muy recordada la ocasión en que don Languidio Pitocáido llegó a su casa, al término de un viaje, insignido por unas botas nuevas que se había comprado. Su esposa no advirtió el estreno, de modo que el senescente caballero se le presentó en peletier, vale decir nudo, corito, au naturel, llevando como única prenda aquellas botas.
Ni por ésas se percató la mujer de lo que le presumía su marido. Le dijo éste, amoscado: “Observa la dirección en que apunta mi atributo de varón, y mira lo que me compré”. “Ah, vaya –replicó, indiferente, la señora sin dar mayor aprecio al calzado de su cónyuge-. La próxima vez cómprate un sombrero”.
Este señor don Languidio, desposeído ya de su élan erótico por causa de los años, debía realizar ímprobos esfuerzos para izar la grímpola de su masculinidad. Y no tenía la cachaza o autosuficiencia de aquel argentino que cuando estaba en ocasión carnal con una linda chica y sufría un inoportuno episodio de disfunción eréctil le decía con toda calma a la muchacha: “¡Qué lástima, pebeta! ¿Te sucede esto con frecuencia?”.
Don Languidio, en cambio, sufría mucho por esa incapacidad. Bien pudo haberse ahorrado dicha pena: tal disfunción es más frecuente en el varón de lo que muchos piensan, y tiene ahora remedio merced a los modernos fármacos, a un tratamiento médico adecuado, y siempre con la comprensión de la pareja.
En todo caso existen la imaginación y la destreza, que pueden suplir con arte –y con amor también, y con ternura- lo que por razones de edad o por cualquier otro motivo niega, traidora, la naturaleza.
“Quiero de ti tus emociones –le dijo una sabia mujer a su apenado hombre-, no tus erecciones”. Mas veo que me aparto del relato. Vuelvo a él. Mortificado por su insuficiencia don Languidio Pitocáido acudió a la consulta de un afamado médico, y éste le dio un frasquito de las miríficas aguas de Saltillo, que, le dijo, tendrían pronto efecto taumaturgo para restituirle la perdida fuerza.
Un solo centilitro, le advirtió, era suficiente para enhestar la más caída insignia. Don Languidio, sin embargo, temeroso de que la dosis indicada por el facultativo no surtiera el efecto apetecido, en el camino a casa apuró tres o cuatro centilitros de las miraculosas aguas saltilleras. El milagro se hizo.
Cuando el señor Pitocáido llegó a su domicilio iba ya en actitud de hacer sentir a su mujer, en forma física, el amor que por ella tenía. Incluso se lo hizo antes de la cena.
Terminado el trance le preguntó la señora: “¿Quieres cenar?”. “No tengo hambre” –le dijo don Languidio. Por la mañana la esposa le ofreció el desayuno. Repitió el señor: “No tengo hambre”. Luego, por la tarde, le dijo la señora: “¿Ya quieres la comida?”. Volvió a decir él: “No tengo hambre”.
Al oír eso le pidió la mujer, exhausta ya, exánime, agotada: “Pues yo sí tengo hambre. Ya bájate ¿no?”. ¡Qué barbaridad! Por obra y gracia de aquellas miríficas aguas don Languidio había estado haciendo obra de varón toda la noche, toda la mañana y buena parte de la tarde. (Y entiendo que todavía no termina)… FIN.


mirador
armando fuentes aguirre

Variación opus 33 sobre el tema de Don Juan.
Doña Ana era la mujer más hermosa de Sevilla, y don Juan el galán más apuesto.
Don Juan les dijo a sus amigos:
-Voy a seducir a doña Ana.
La sedujo, en efecto.
O al menos eso fue lo que creyó.
Porque doña Ana les había dicho a sus amigas:
-Voy a seducir a don Juan.
Lo sedujo, en efecto.
Y, ella sí, estaba en lo cierto.
¡Hasta mañana!...


manganitas
por afa

“…Granier vino a lavar su nombre…”.
Su descrédito es ingente.
Por lo que se ha visto ya,
Granier necesitará
un mundo de detergente.

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