Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
‘El tamaño no importa’
2013-06-09 | 11:23:20
Meñico Maldotado sufría de cortedad porque su bibí sufría de lo mismo. ¿Qué es bibí? En judeo-español esa palabra sirve para designar al atributo del varón. Si un hombre le reclama a otro por mirar a su esposa o a su novia, éste responderá: “No hago daño al mirarla, caballero. El ojo no es bibí”).
Se angustió el pobre Meñico pues una linda chica había aceptado ir con él al Ensalivadero, solitario paraje a donde solían ir las parejas a practicar eso que en inglés se llama “necking” (“Quien le puso ese nombre no sabe nada de anatomía”, comentó Gorucho Marx), y en español mexicano se conoce como pichoneo, cachondeo o guacamoleo.
¿Qué sucedería, pensaba con aflicción Meñico, cuando la chica descubriera su escaso capital de entrepierna? La noche de marras, en el Ensalivadero, los dos se pasaron al asiento de atrás del automóvil. En la oscuridad Meñico le dijo a la muchacha: “Tengo algo para ti”. Y así diciendo le guió la mano hasta ponerla en la consabida parte. “Gracias –respondió ella-. No fumo”. ¡La chica pensó que lo que su galán le ofrecía era un pitillo, dicho sea sin juego de palabras! Meñico no es el único que padece esa minusvalía.
Recordemos a aquel señor que al responder una encuesta acerca del tema declaró: “El tamaño no importa; importa la técnica”. La chica que hacía la encuesta anotó: “Uno más de pija pequeña”. Otro pobre hombre que sufría de esa misma indigencia fue a la consulta de un urólogo. La cosa empezó mal: cuando le vio la mencionada parte el médico le pidió a su asistente que le trajera una lupa (la de 42 potencias, para colmo).
Le preguntó al paciente: “¿Tiene usted algún problema a causa del ridículo tamaño, perdón, del reducido tamaño de su parte?”. “Sí, doctor –respondió el tribulado consultante-. Por la mañana batallo mucho para hallármela cuando voy al pipisrúm”. “¿Y por la noche?” –inquirió el facultativo-. Respondió el lacerado: “Por la noche el problema es menor, porque entonces somos dos los que buscamos”.
Hablando de carencias, un toro de lidia fue indultado por su bravura, y el ganadero lo dedicó a semental. Una tarde el toro vio a una luciente vaca que al parecer estaba en la temporada grande, pues se acercó a él, incitante. El problema es que la vaca era de la ganadería vecina, y los dos campos estaban separados por una cerca de alambre de púas.
Pero “Omnia vincit amor”. El amor todo lo vence. El toro retrocedió unos pasos, tomó impulso y saltó sobre la cerca. ¡Oh desdicha! “Amor et melle et felle fecundus est”. El amor es rico lo mismo en miel que en hiel. No alcanzó el infeliz bovino a trasponer la cerca, y en las afiladas púas del alambre quedaron sus testes, dídimos o compañones.
Al escuchar los bramidos de dolor del animal acudió el ganadero, y llegó también el mayoral de la otra ganadería. Vio el dueño a su semental –ex semental ahora- y dijo apesadumbrado: “Ni modo: el animal quedó castrado y ya no puede ya cumplir su natural función. Tendré que sacrificarlo”.
“No lo haga –le aconsejó el mayoral-. El toro fue bueno en la plaza, y fue bueno también en el campo bravo. Ciertamente no puede ya hacer lo que hacía antes, pero no se deshaga de él, siquiera sea en atención a lo que fue. ¿Por qué en vez de sacrificarlo no lo deja de asesor?”…
Doña Macalota regresó anticipadamente de un viaje. Entró a su casa ya muy noche; subió con pasos tácitos la escalera, y procurando no hacer ruido abrió despacio la puerta de la alcoba.
Lo que vio a la luz de la farola de la calle la dejó estupefacta y furibunda: en el lecho conyugal asomaban de las sábanas cuatro pies en vez de dos. Hecha un obelisco (Nota de la redacción: seguramente nuestro estimado colaborador quiso decir “hecha un basilisco) doña Macalota sacó del clóset el bate de beisbol que don Chinguetas, su casquivano esposo, usaba en la liga de veteranos -su equipo se llamaba “Los Pelicanos” (no “Los Pelícanos”)-, y con él tundió a conciencia a los dos bultos que en la cama estaban.
Seguidamente fue a la cocina a prepararse un té de tila, a fin de ver si con eso se le recogía la bilis. ¡Sorpresa! Ahí estaba su marido, tomándose un vasito de leche tibia con galletas marías. Antes de que la asombrada mujer pudiera pronunciar palabra le dijo don Chinguetas: “Vinieron tus papás a visitarnos, y para que estuvieran a gusto les cedí nuestra recámara”… FIN.

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