Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Naturaleza inflexible
2013-06-01 | 20:56:33
Demasiado tarde el joven Frustracio se dio cuenta del grave error que al casarse había cometido. El mismísimo día de su boda, al salir de la iglesia, su esposa Frigidia le anunció que harían el amor solamente un par de veces cada año: en su aniversario matrimonial y en la fecha del cumpleaños de él, a modo de regalo, para no tener que comprarle uno. “Pero, mujer –se atrevió él a argumentar- hay otras fechas que deberíamos solemnizar también: la del estreno de ‘El mago de Oz’ (25 de agosto de 1939); la del triunfo de Joe Louis sobre Max Schmeling en el primer round (22 de junio de 1938); la de la muerte de Lord Byron en Missolonghi, a los 36 años (19 de abril de 1824); la del nacimiento de Javier Solís en Tacubaya, Distrito Federal (1 de septiembre de 1931). Merecedores de recordación son todos esos días, y sería bueno conmemorarlos igualmente celebrando el eterno rito del amor”.
“Demasiadas ocasiones son las mencionadas –replicó Frigidia-. ¿Eres acaso un erotómano, un maniático sexual? Recuerda el consejo que da la sabiduría popular para llegar a edad longeva: ‘Come poquito, bebe vinito y duerme solito’”. No pudo ya responder el tribulado novio, pues en ese momento la mamá de Frigidia, quiero decir la suegra del recién matrimoniado, llegó llorando a lágrima viva y lo abrazó de tal manera que la cabeza de Frustracio quedó oprimida entre las abundantes glándulas mamarias de la robusta dama, y eso no solamente lo privó por el momento del preciado don del habla, sino que casi lo asfixió. Aquel día empezó el calvario del infeliz marido. Cada vez que requería de amores a su esposa ella esgrimía un pretexto diferente para negarse a la dación propia del connubio: ya le dolía la cabeza; ya estaba muy cansada; ya tenía que levantarse muy temprano al día siguiente; ya estaba haciendo el novenario de San Saturio y no podía profanar la devoción.
Cualquier otro hombre habría hecho lo que aquel señor, a quien su hijo encontró una noche en la casa de mala nota del pueblo. “¡Pero padre! –le reclamó el muchacho, consternado-. ¿Usted aquí?”. “Hijo mío” –replicó, humilde, el genitor-. Para lo que cobran estas pobres muchachas ¿qué caso tiene molestar a tu mamá?”. Don Frustracio, sin embargo, tenía principios que adquirió en el colegio de los tarsicianos, y no se avenía a sedar la natural concupiscencia de la carne en lecho ajeno. Así, el infeliz vivía en perpetuo estado de contención, y eso lo hacía andar siempre tenso y encalabrinado. Bien dijo Horacio en una de sus célebres Epístolas: “Naturam expellas furca; tamen usque recurret”. Ya podrás echar fuera a la naturaleza con todas tus fuerzas; aún así ella regresará.
Un amigo a quien confió su cuita le aconsejó que se buscara un hobby o entretenimiento. Él escogió la filatelia, pero el hecho de humedecer las estampillas para pegarlas en el álbum le traía a la mente imágenes que en vano trataba de apartar de sí. Le sucedía lo que a Joe Garagiola, famoso catcher de los Cardenales de San Luis. El golpe de las pelotas que con toda su fuerza lanzaban los pitchers hacía que le doliera la mano, de modo que ideó poner en su guante algo que atenuara el duro impacto. Lo que mejor funcionó fue un relleno de busto de mujer, pues su forma cóncava resultaba ideal para el efecto. Durante varios juegos lo usó con buenos resultados. Pronto dejó de emplearlo, sin embargo. “El relleno me distraía con pensamientos que nada tenían que ver con el beisbol” –escribió Joe en su autobiografía. Ningún otro remedio alivió al pobre Frustracio de su infelicidad.
Si mis cuatro lectores se topan en la calle con un hombre saturnino -sombrío, melancólico- ya sabrán que es don Frustracio. No ha logrado sublimar su desengaño; de nada le han servido ni la siquiatría ni la religión. Vaga a veces sin rumbo por la calle, y mira con ojos tristes a las parejas de novios que caminan enlazados por la cintura o se besan en el parque. Lejos de mí la temeraria idea de apesarar a mis cuatro lectores con el relato de la desdicha conyugal de don Frustracio. Solo quiero hacer énfasis en la verdad que contenía aquel letrero que alguna vez miré en el Zoomat, el hermosísimo jardín zoológico que en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, fundó un benemérito naturalista, don Miguel Álvarez del Toro. Decía ese letrero: “Dios perdona siempre. Los hombres algunas veces. La naturaleza nunca”… FIN.

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