Por Catón
Columna: De política y cosas peores
De política y cosas peores
2013-05-28 | 08:56:32

La esposa de don Languidio Pitocáido, senescente caballero, le preguntó a un empresario de pompas fúnebres: “¿Cuánto cobra por medio funeral?”. El hombre se quedó de a seis, y hasta de a siete u ocho. “¿Medio funeral?” –repitió sin entender. “Sí –confirmó la señora-. Es que mi marido está muerto de la cintura para abajo”.
Don Lino Mora (por otro nombre Mora Lino) era delegado regional de la Liga de la Decencia. En una esquina vio a una chica de tacón dorado, y de inmediato se dirigió a reprenderla. Le espetó con acrimonia: “Muchacha: ¿qué diría tu madre si te viera aquí?”. “Seguramente me mataría -replicó ella-. Esta es su esquina”.
El cliente le reclamó al mesero: “Hay una abeja en mi sopa”. “Sí, señor –repuso el camarero-. Hoy descansa la mosca”…
Una joven mujer se quejó en la demarcación de policía de que un hombre de más de 2 metros de estatura la había forzado. Declaró que estando ella de pie el hombrón la recargó contra la pared, y en esa postura vertical sació en ella sus verriondos rijos. Al oficial de guardia eso le llamó mucho la atención, pues la quejosa era muy bajita: apenas llegaría al metro y medio de estatura. “¿Cómo pudo ese hombre hacer tal cosa –le preguntó a la mujer-, siendo tan alto él y tan chaparra usted, dicho sea sin ofender?”. “Bueno –se ruborizó la demandante-, es que me puse de puntitas”…
México tiene sitios entrañables que bien pueden ser considerados parte del patrimonio nacional. Pienso, por ejemplo, en el tradicional Café de la Parroquia, de la familia Fernández, en Veracruz.
Pienso en el Jardín Corona, de Tampico, o en la gloriosa cantina El Porvenir, donde se está mejor que enfrente (enfrente está el panteón).
Pienso en La Prosperidad, de Mérida, en cuyo foro oí recitar los tremebundos versos de Pichorra. Pienso en otro insigne bar, el más que centenario Hussong’s, de Ensenada, donde Humphrey Bogart solía emborracharse hasta el punto en que llegaba a creerse Humphrey Bogart.
Pienso en el Café Valadez, de Guanajuato, o en La Puntada, de Monterrey, lugar de excelentes panes y sabrosos guisos. Pienso en La Gran Vía, de San Luis Potosí, tan elegante, o en el Mercado de Oaxaca, tan del pueblo.
Pienso en los tacos de cabeza que en Hermosillo ofrece el Chino, y en otros tacos inefables: los de cachete, en Los Pioneros, lugar de obligada visita en mi ciudad.
Pienso en la churrería El Moro, de San Juan de Letrán –todavía no puedo decir Eje Central-, en el centro histórico de nuestra Capital, o en El Taquito, restorán y cantina de taurófilos, en las calles del Carmen, donde se degusta ese manjar para conocedores que son las criadillas de toro.
Pienso, muy sobre todo, en “La Canasta”, orgullo y gala de Saltillo, con su celebérrimo arroz huérfano, su filete tapado y sus enchiladas ATM, bocados esos -y todos los demás que ahí se sirven- no de cardenal, sino de pontífice romano.
A dicha categoría de lugares, sin los cuales no es posible entender lo que es este país, pertenece el Mercado de la Merced, en la Ciudad de México. Con Tepito y la Lagunilla ese barrio forma una tríada de sitios cuya profunda tradición y estilo dan rostro al corazón de la ciudad. Un incendio arrasó hace unos meses el populoso y popular mercado. Si por la mente de alguien pasó la temeraria idea de demolerlo para dar paso a ese ente voraz e insensible llamado la modernidad, tal idea fue desechada de inmediato, y con razón.
El mercado será restaurado, sí, para volverlo a sus locatarios y marchantes. Ojalá eso se haga respetando la tradición del inmueble, su fisonomía y bravo encanto. Para cuidar que las cosas se hagan bien están quienes conocen desde siempre el barrio, y que de siempre lo aman; gente como Carlos Slim y Jacobo Zabludovsky, que tanto han hecho por el Centro Histórico porque en él nacieron y se forjaron; o mi ingenioso amigo Antonio Garci; o Rafael Guízar, que en bellas acuarelas ha plasmado lo mismo sus palacios que sus vecindades; o don Fortino Rojas, que en su magnífico restorán Don Chon oficia como máximo curador de la cocina prehispánica de México; o Ángeles González Gamio, cuyas crónicas en La Jornada, sabrosas en todos los sentidos, hacen que sus lectores sintamos, aun desde lejos, el latido de los antiguos barrios de la gran ciudad.
Me congratulo por la resurrección de la Merced. Con ella se fortalecen el amor y orgullo que todos los mexicanos sentimos por nuestra Capital. Enhorabuena… FIN.


MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Las buenas cosas tardan a veces en llegar, mas siempre llegan.
Encontré por azar un soneto de Luis María Martínez, quien además de máximo jerarca de la Iglesia Católica de México fue poeta místico de hondas raíces y alta calidad. He aquí ese soneto, que bien podría llamarse La Cruz:
“El fruto de la vid sin el pesado / esfuerzo del lagar no fuera vino, / ni el trigo candeal sin el molino / se convirtiera en pan inmaculado. // Si por dolor no fuera transformado / en pan de vida y en licor divino, / el amor no cumpliera su destino / de darse en comunión siempre al amado. // Sin la Cruz, para mí Jesús no fuera / pan de salud y cáliz de alegría, / y Él mismo en mi miseria no viviera. // Y pues su amor me dio su Eucaristía, / mi amor no fuera amor si no le diera, / por el milagro del dolor, la mía”.
Quisiera haber hallado antes este bellísimo soneto, para ponerlo aquí el pasado 3 de mayo, día de la Cruz. A veces las buenas cosas tardan en llegar, mas llegan siempre.

¡Hasta mañana!...
MANGANITAS.

Por AFA.
“… Piden registro nuevos partidos políticos…”.
Su abundancia será tal
que para pagar su gente
resultará insuficiente
el tesoro nacional.

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