Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
La voz de Fuenteovejuna
2013-05-16 | 22:28:35
Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, tenía una cierta amiga, mujer casada ella, con la cual se refocilaba en el domicilio conyugal de la pecatriz. Para tal fin aprovechaba las ausencias del marido, amigo cercano del pérfido galán.
Cierto día Pitongo estaba yogando con la casquivana señora cuando lo acometió de pronto una inquietud. Le preguntó a la dama: “¿No irá a venir tu esposo?”. “No lo creo –respondió ella muy tranquila-. Me dijo que iba a pescar contigo, y que estarían fuera todo el fin de semana”… (Tampoco el cornúpeta andaba pescando, se los aseguro. El indejo ni siquiera se llevó el curricán)…
Un vecino de Babalucas lo visitó en su casa, y lo halló en la cocina friendo champiñones. No se sorprendió, pues ahora está muy de moda ser chef, sobre todo en el campo de la Fusion Cuisine. (El otro día mi amigo Pascualito me hizo degustar su última creación: Escargots en cama de Nopales con reducción de Verdolagas y espuma de Huauzontle). Le preguntó: “¿Qué haces?”. Respondió el badulaque: “Conocí a una linda chica, y le pedí que saliera conmigo. Ella me dijo: ‘Vete a freír hongos’. Y aquí estoy”…
El secretario de Gobernación anunció el cese del titular de la Profeco, y señaló que el cesado no tuvo ninguna participación en los hechos que motivaron su salida. En efecto, el funcionario ni siquiera tuvo conocimiento del incidente originado por su hija. Tampoco supo de la intervención en él de personal de la Procuraduría. ¿Cuál es, entonces, la causa de su despido? Es una razón a veces bastante irrazonable, pero siempre poderosa: la razón de Estado.
Los cañones de los ejércitos austriacos llevaban una inscripción muy expresiva: Ultima ratio. Eso quiere decir: La última razón. Igual de contundente es la razón de Estado: se impone independientemente de su racionalidad.
Es lamentable el cese de un funcionario cuyos méritos son reconocidos, y que seguramente habría cumplido con eficiencia su responsabilidad. Pero ante eso se levanta el interés del Estado, superior al de aquellos que forman parte de su estructura de poder. Peña Nieto se vio obligado a oír las voces de quienes en las redes sociales, o por otros medios, reclamaban la salida del ahora ex funcionario.
Si en el caso de Rosario Robles, aún más grave que éste, el Presidente pudo imponer aquello de: “No te preocupes”, en éste ya no pudo decir: “Sí, y qué”, Y es que las redes sociales, que no se agitan ante hechos como el de los normalistas de Guerrero o los llamados maestros de Oaxaca, o el estado de cosas que priva en Michoacán, o el hambre de los pobres, en presencia de un yerro personal se lanzan con furia de Furias, arpías, erinias o gorgonas sobre el o la protagonista del suceso.
No son esas redes sociales el New York Times o el Washington Post: son más bien el National Enquirer, publicación que gusta del escándalo y lo magnifica. En el caso del ex titular de la Profeco se sacrifica el interés personal en aras del bien de la República. Es atendible el argumento de que lo sucedido causó daño a la imagen de una dependencia que para poder cumplir con eficacia su función debe estar por encima de toda suspicacia o crítica.
El Presidente Peña oyó esta vez la voz de Fuenteovejuna, aunque haya sido una Fuenteovejuna más vociferante que analítica. La verdad -para bien o para mal, quién sabe- es que en todas partes las Fuentevejunas se mueven más por la emoción que por la razón. Esperemos que este suceso, por muchos motivos lamentable, sirva de sano precedente y evite nuevos casos similares…
El reverendo Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Tercera Venida (no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite el adulterio a sus feligreses a condición de que no sea en domingo), hizo un viaje en automóvil. A su lado iba la hermana Highduff, la atractiva organista de la congregación.
A poco de conducir, el pastor, como no queriendo, puso la mano sobre la rodilla de la hermana. “Reverendo –le dijo ella al punto-. Recuerde usted el Himno 89”. No pudo el pastor Fages recordar la letra de aquel himno.
Turbado, quitó su mano de donde la había puesto, y así no pasó nada. Al regreso del viaje lo primero que hizo el reverendo fue buscar en el Himnario aquel Himno 89. Decía: “Avanza, avanza, sube más, / y a la gloria llegarás”… FIN.

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018