Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
El día del maestro
2013-05-14 | 22:12:18
Dos estudiantes ingleses de altas matemáticas se encontraron en el campus de su universidad. Uno de ellos llevaba una flamante bicicleta. Le preguntó el otro: “¿Cómo te hiciste de ella?”. Responde el primero: “Estaba yo resolviendo una difícil ecuación a la orilla del lago cuando llegó de pronto una lindísima muchacha. Iba en esta bicicleta.
Después de un breve rato de conversación empezó de repente a quitarse la ropa, y luego se mostró ante mí completamente desnuda. Me dijo respirando con agitación: ‘¡Toma lo que quieras!’”. El otro escuchó imperturbable aquel relato y en seguida le dijo a su amigo: “Hiciste bien en escoger la bicicleta. La ropa ni siquiera te habría quedado”…
El surrealismo es una forma de maquillar la realidad a fin de que no asuste. Lo surrealista no es lo que está bajo la realidad: es lo que está sobre ella. Por eso los mexicanos vivimos tan cómodamente instalados en el surrealismo: si en verdad viviéramos nuestra realidad quizá no la soportaríamos.
Pero dinos, escribidor de vacuidades: ¿a qué ese extraño prolegómeno, tan melancólico y patético? Viene a cuento para narrar un cuento que bien podría calificarse de surrealista.
Sucede que tres famosos caballos de carreras estaban conversando. Diré sus nombres: Citation, Secretariat y Man o’War. Hablaban de sus triunfos y sus glorias. Dice Citation: “Yo fui un ilustre pura sangre. En 1948 gané la Triple Corona: el Belmont Stakes, el Derby de Kentucky y el Preakness Stakes. Hazaña inconmensurable fue esa”.
Declaró a continuación Secretariat: “Soy un caballo de leyenda: en 1973 corrí el Derby de Kentucky en1 minuto 59 décimas. Ningún otro lo ha hecho en ese tiempo, ni antes ni después de mí”. Terció Man o’War: “Otro récord tengo yo que tampoco nadie ha igualado: en los años que siguieron a la Gran Guerra llegué primero a la meta en 20 de las 21 carreras que corrí”.
En eso se acercó un galgo y les dijo: “Si de velocidad se trata…”. “¡Hey! –exclamaron con asombro los tres caballos al unísono-. ¡Un perro que habla!”.
Hoy se festeja el Día del Maestro. Muchos hay merecedores de reconocimiento –los más de ellos, ciertamente-, pero en estados como Oaxaca, Guerrero y Michoacán la celebración no debería incluir a quienes sin justificarlo detentan ese honroso título, el de maestros. Y sin embargo se les festejará también, y se les otorgarán nuevas y más crecidas prestaciones.
Únicamente sus alumnos no los felicitarán, porque jamás los han tenido ante ellos. Díganme mis cuatro lectores si México, tal como se ha dicho innumerables veces, no es un país surrealista…
Don Gerontino, señor de edad más que madura, vivía en una casa de reposo de la que también era huésped doña Pasita, anciana como él. Entre los dos había surgido una buena amistad que poco a poco se convirtió en profundo afecto.
Ya se sabe que el amor protege contra la edad, pero la edad no protege contra el amor. Una tarde en que los dos charlaban en el portalillo del jardín don Gerontino se arrodilló de súbito ante doña Pasita y le dijo estas palabras al tiempo que le ofrecía un ramillete de aromadas flores: “Amiga mía: quiero hacerle dos preguntas”. “Dígame, querido amigo” –se azaró ella.
Así, arrodillado, declaró el provecto señor: “He encontrado en usted, Pasita, una amable y muy grata compañía, y pienso que podemos llegar juntos al final del camino. En el crepúsculo de la existencia, cara amiga, es bueno tener a nuestro lado a alguien que nos escuche y nos comprenda.
Pienso que usted y yo, Pasita, somos almas gemelas, y que la vida nos ofrece todavía la bella oportunidad de ir mano con mano y corazón con corazón, y disfrutar en armonía y sosiego los días que nos queden de existencia.
Dígame, Pasita: ¿quiere usted casarse conmigo?”. “¡Desde luego que sí, querido amigo! –respondió ella, emocionada-. ¡Acepto con alegría su proposición!”. “¡Gracias, muchas gracias! –exclamó don Gerontino igualmente conmovido-.
¡Al concederme su mano me ha hecho usted el hombre más feliz del mundo!”. Habló doña Pasita: “Pero me dijo usted, querido amigo, que deseaba hacerme dos preguntas. ¿Cuál es la otra?”. Con feble voz respondió el arrodillado caballero: “¿Podría usted ayudarme a que me levante?”… FIN.

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