Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
Cuentecillos sobre las madres
2013-05-09 | 22:15:09
¡Felicidades a todas las madres en su día! No hay dignidad más grande que la de ellas: son dueñas del gran misterio de la vida. Nunca los hombres podremos entender el prodigio de la maternidad, por el cual el hijo es como una prolongación del cuerpo y el alma de su madre, parte suya que tiene vida propia. No nos es dable comprender con nuestras romas capacidades de varón los claros goces y las sombrías aflicciones de las madres.
Para nosotros son inaccesibles las alturas de su alegría y la profundidad de su dolor. Y me detengo, pues lo que sigue de aquí es ya “El Brindis del Bohemio”. En su lugar ofrezco a las cabecitas blancas (y a las rubias, y rojas, y moradas, azules con rayitos verdes, tornasoles, ala de cuervo y de color platino) un florilegio de cuentecillos sobre las madres y la maternidad…
El director de la escuela hablaba acerca de los sacrificios de las madres, de las marcas que en ellas dejan los desvelos y angustias de la maternidad. “-¡Ah, niños! -decía con patético acento sonoroso-. ¡Mirad a vuestras madres! ¡Ved esos rostros marchitos, esas ojeras de desvelo, esas frentes llenas de arrugas, esos cabellos blancos! ¡Pensad un poco, niños! ¿A qué se debe eso?”. Responde Pepito con toda seriedad: “-A que se han pasado dos días sin ir al salón de belleza”...
Después de dos años de ausencia Babalucas regresó a su casa. Se encontró con una novedad: hacía un mes su señora había dado a luz un bebito. No solo eso: el bebito era negro. “-¿Qué pasó, Suripancia?” -pregunta a su mujer rascándose la cabeza- “-¡Ay, viejito! -responde con un suspiro la señora-. Tus cartas eran demasiado apasionadas, y ésta es la consecuencia”. “-Muy bien -acepta Babalucas-. Pero, ¿por qué el niño salió negro?”.
“-No salió negro -le dice la señora-. Nació blanquito como tú. Pero como no pude darle pecho contraté a una nodriza negra, y al tomar su leche el niño se puso negrito también”.
Babalucas acepta la explicación, pero se queda con alguna duda y va con su mamá a plantearle el caso. “-¿Tú crees, mamá -le pregunta-, que haya podido suceder lo que me dice Suripancia?”. “-Yo creo que sí -le dice la señora-. Yo tampoco pude darte pecho, y te alimenté con leche de vaca. Y mira, todavía no se te quita lo buey”…
Los hijos se asustaron al oír que su papá daba tremendos alaridos. Acudieron con premura y lo que vieron los dejó espantados: el pobre señor estaba en tierra y su esposa -la madre de los muchachos- estaba montada encima de él y le daba terribles golpes en la cabeza con la plancha. “-¡Mamá! -gritan todos al unísono-. (Y dejen ustedes al unísono: además al mismo tiempo).
¡Mamá! ¿Qué haces? ¡Suelta a papá!”. Y así diciendo la separan con fuerza del pobre lacerado, que yacía en el suelo, sangrantes rostro y cráneo. La señora se echa a llorar desconsoladamente. “-¡Hijos ingratos! -profiere con dolorido acento-. ¡Ni siquiera por ser el 10 de Mayo permiten que su madre se dé un pequeño gusto!”...
El niñito decía siempre a su mamá: “-Mami, quiero hacer popó”. A ella eso le apenaba, porque a veces el niño lo decía delante de las visitas. Así, le hace una recomendación: “-No digas nunca que quieres hacer popó, hijito. Di que quieres musitar”. Lamentablemente la señora no se cuidó de informar de esa elegante clave a su marido.
Cierta mañana muy temprano dormía el señor después de una larga noche turbulenta. Llega el nene y le dice moviéndolo por el hombro: “-Papi: quiero musitar”. “-Está bien, hijito -masculla él entre sueños-. Hazlo aquí en mi oreja”…
Y ahora, gran final, he aquí una frase para ser meditada: “Darwin se equivocó. Si su teoría de la evolución fuera cierta las mamás tendrían ocho manos”... FIN.

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