Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
Sin exagerar
2013-04-29 | 22:23:24
¡Pobre Meñico Maldotado! La naturaleza se mostró avara con él en la región correspondiente a la entrepierna. Eso lo hacía sufrir bastante. Vendió su acción del Country Club porque en el baño de vapor todos reían al ver su pequeñez y lo hacían víctima de infames chocarrerías que no son para ser repetidas.
Y eso era lo de menos: las damas con quienes Meñico tenía trato íntimo hacían cosas que lo lastimaban mucho: entrecerraban los ojos para tratar de verle aquello, o se ponían lentes; pedían una lupa a la administración del hotel; le tomaban una fotografía, “para amplificarla”, según decían.
En cierta ocasión una declaró al verlo: “Miente la Constitución: no es cierto que todos los hombres fueron creados iguales”. En fin, aquello era un constante bullying que lo hería profundamente. El infeliz Meñico cantaba siempre con pesaroso acento la canción que dice: “¿Señor, por qué los seres no son de igual valor?”. (“El plebeyo”, vals de Felipe Pinglo).
Cierto día oyó hablar de un urólogo que podía ayudarlo en su problema. El afamado médico lo examinó con ayuda de su enfermera, y al final le dijo: “Me temo, joven, que hoy no podré hacer nada por usted. Pero regrese la próxima semana, y le aseguro que en esa ocasión haré que su atributo varonil se vea más grande”. “¿De veras, doctor?” –clamó Meñico, feliz e ilusionado-. ¿Qué hará usted para que mi parte se vea de tamaño mayor?”. Respondió sin dudar el célebre galeno: “Tendré una enfermera de manos más pequeñas”…
Que sea menos, por favor, que sea menos. Lejos de mí la temeraria idea de condonar la actuación de la hija del titular de la Profeco. Su conducta es merecedora de reprobación, y más aún la de los adulones que acudieron a su llamado y ejercieron represalias contra la dueña del local en la Colonia Roma. Ante comportamientos como ése debemos externar nuestra protesta de ciudadanos vigilantes y conscientes.
No exageremos, sin embargo. En este caso nos hallamos en presencia de un incidente menor -y aislado- que muy posiblemente no volverá a repetirse. De seguro la joven ha aprendido su lección. Las redes sociales, que son a veces tribuna para expresar la justa indignación de la ciudadanía, pero que algunos convierten en asamblea de alimañas carroñeras (¡bófonos!), han tenido ya campo y tabla para sus desahogos.
Nadie debería hacer de esto una cuestión apocalíptica, y decir que lo sucedido es evidencia del regreso al viejo sistema autoritario y a los modos políticos de ayer. Pedir la renuncia del funcionario es igualmente exageración risible y carente de toda racionalidad.
Sin abdicar de nuestro derecho a la protesta demos a las cosas su justa dimensión, y no formemos tempestades en vasitos de agua. Tormentas de más aliento soplan ahora, y otras se anuncian en el horizonte que reclaman nuestra atención. Ante esos problemas gastar la pólvora en infiernitos es ejercicio para desocupados. (Otra vez ¡bófonos!)…
Don Liebro fue con el doctor Ken Hosanna y le dijo que padecía insomnio. Por más esfuerzos que hacía no lograba cerrar los ojos por las noches. Se ponía a numerar cosas innumerables –las estrellas, las arenas del desierto, las veces que ha sido tomada la rectoría de la UNAM-, pero ni así lograba que le llegara la bendición del sueño. “Oh sleep! It is a gentle thing”. Eso es de Coleridge.
El facultativo, tras considerar su caso, le entregó cinco píldoras. “Deberá usted tomar una cada viernes –le indicó-. No sólo podrá dormir toda la noche, sino además tendrá sueños de gratísima delectación. Con la primera, la píldora azul, soñará que está haciendo el amor con una francesita traviesa y voluptuosa. El siguiente viernes tomará la píldora roja, y soñará que tiene sexo con una africana ardiente y pasional.
La píldora verde, correspondiente al tercer viernes, lo hará soñar con una mujer del Imperio del Sol Naciente -cutis de porcelana, ojos de almendra-, dueña de una antigua sabiduría erótica. La píldora amarilla, que tomará el siguiente viernes, lo hará gozar en sueños la arrebatada lubricidad sin culpas de una mujer de la Oceanía.
Y finalmente, con la píldora morada, soñará usted que una hermosa morena mexicana lo llevará al último deliquio de la pasión sensual”. Inquirió don Liebro: “¿Una píldora cada semana, doctor?”. “Así es –respondió el ínclito galeno-. Una cada viernes, empezando el próximo. Así se le quitará el insomnio”. Ese mismo día –era martes- don Liebro le dijo a su mujer: “Por ningún motivo me vayas a despertar, sea la hora que sea. Esta noche voy a tomarme cinco píldoras”… FIN.

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018