Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
Las dos parroquias
2013-04-24 | 22:22:48
El cliente de la casa de mala nota se dirigió a la pupila recién llegada al establecimiento, que se veía muy joven y novata. Le preguntó: “¿Sabes de estas cosas, muchacha?”. Respondió ella: “Al revés y al derecho”. Le indica el visitante: “Muy bien. Empezaremos al derecho”. (No le entendí)...

Al pasar frente al Empire State el conductor que guiaba el tour por Nueva York le comentó a Babalucas: “Éste es el rascacielos más famoso de la ciudad”. Lo vio el badulaque, y preguntó muy intrigado: “¿A qué horas empieza a rascar?”...

Dos vagabundos llegaron a una casa y le pidieron a la señora algo de comer. Les dijo ella: “¿Ven esa alfombra que está colgada ahí? Sacúdanle el polvo con estos bates de beisbol. Cuando terminen les daré una buena comida, un trozo de pay de manzana y un café”. Los hombres se pusieron a trabajar. Poco después la señora se asomó por la ventana y vio que uno de ellos estaba echando maromas en el aire, pegaba grandes saltos y se doblaba hacia adelante y hacia atrás.

“¡Caramba! –le dijo con asombro al otro vagabundo-. No sabía que su amigo fuera acróbata, contorsionista y maromero”. Respondió el individuo: “Yo tampoco lo sabía hasta que sin querer le pegué en los éstos con el bate”...

Iba el alegre grupo de muchachos remando en una lancha por el río. Cansados, llevaron el bote a una isleta y se quitaron la ropa para nadar un rato. Apenas iban a entrar en el agua cuando se percataron de que llegaba una lancha llena de muchachas. Apresuradamente se enredaron las toallas a la cintura. Uno de ellos, sin embargo, se la puso en la cabeza, tapándose el rostro.“¿Por qué haces eso?” -le preguntaron con asombro. “Bueno -explica él-. En mi pueblo a los hombres las muchachas nos conocen por la cara”...

Veracruz, lo he dicho siempre, es la sonrisa de México. Ir al Puerto es para mí un hermoso regalo de la vida. Hace unos días estuve ahí, y visité las dos catedrales que la capital veracruzana tiene: una, la que está frente a la plaza principal; la otra, el glorioso Café de La Parroquia, que con tanto esmero cuidan mis queridos amigos los Fernández.

Bebí mi lechero, claro, con una bomba –el equivalente de nuestras conchas o volcanes- rellena de nata, auténtica nata de leche; y di buena cuenta de unos huevos veracruzanos, obra maestra de cocina. Le di un abrazo a Felipe; dejé otro para Ángel; saludé a esos espléndidos jarochos que son los de la mesa El Arca de Noé, y me retraté con los generosos parroquianos de La Parroquia.

Luego caminé por las calles del centro; fui a los portales, y entré en la magnífica librería que Educal tiene en uno de los ángulos del zócalo. En esas librerías siempre hallo buenas cosas: excelentes libros; bellas artesanías; estupenda música; películas para verlas una y otra vez.

Encontré –precioso hallazgo- una colección de obras de Capra, y encontré también “Lagunilla mi barrio”, film entrañable que disfrutarás si ese estorbo llamado la solemnidad no te lo impide. Luego -¡oh maravilla!- fui a Orizaba. Pero eso merece crónica aparte. La escribiré cuando se me quite el deslumbramiento de haber estado en Orizaba…

La secretaria le dijo a su compañera: “Siempre se me olvida el nombre del nuevo gerente, mister Tracer”. “Haz lo que yo -le aconseja la otra con pícara sonrisa-. Me acuerdo del trasero, y no más le quito la o”. Poco después entró el gerente, y la chica lo saludó alegremente: “Good morning, mister Cul!”...
Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, maduras señoritas solteras, fueron al zoológico. Al pasar frente a la jaula del gorila el forzudo animal abrió las rejas, tomó en sus membrudos brazos a la señorita Himenia y la metió en su cueva. “¡Maldito animal! ¡Bestia salvaje! -gritó la señorita Celiberia-. ¡¿Qué tiene ella que no tenga yo?!”...

Un individuo llegó al consultorio de un doctor. Al verlo la enfermera se desmayó por el horror que le causó la vista del sujeto: el individuo traía clavada un hacha en la cabeza. A duras penas pudo también el facultativo contener su espanto.

“Doctor –le pidió el hombre-. Quiero que me quite un catarro que traigo, y que además me examine los testículos”. “¿Catarro? ¿Testículos? -acertó a decir el facultativo-. ¿Y esa hacha que trae clavada en la cabeza?”. “Precisamente, doctor -explicó el tipo-. Cada vez que estornudo me doy con el mango del hacha en los testículos”... FIN.

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