Por Catón
Columna: De polìtica y cosas peores
El Big Ben
2013-04-20 | 22:12:20
El marido llegó a su casa cuando no era esperado y encontró a su mujer en trance de fornicación con un sujeto. “¡Ah! –le gritó el coronado esposo al individuo en paroxismo rábido-. ¡Esto me lo va usted a pagar!”. “¡De ninguna manera, señor mío! –protestó el lúbrico amador-. Estoy abonado con su esposa, y ya le tengo pagado todo el año”. (Nota: la señora solía hacer un descuento por pago anticipado)…
Simpliciano, joven candoroso, casó con Pirulina. Al regreso del viaje nupcial el recién desposado le comentó a un amigo: “Creo que mi mujer tiene un pasado”. “¿Por qué piensas eso?” –quiso saber el amigo. Responde Simpliciano: “Antes de empezar la noche de bodas me metí al baño a arreglarme. Tardé un poco, y Pirulina me gritó: ‘¡Date prisa, que no tengo toda la noche para ti solo!’”…
Otro muchacho igualmente ingenuo contrajo matrimonio. Al llegar a la suite nupcial le preguntó, solemne, a su flamante mujercita: “Dime la verdad, Mesalinia: antes de casarte conmigo ¿hiciste entrega de tu cuerpo alguna vez?”. “Sólo una –respondió ella-. Pero fue a la fuerza”. “¿A la fuerza?” –se inquietó el novio. “Sí –confirma Mesalinia-. A la Fuerza Aérea”. (Nota: En la localidad ese destacamento contaba con 185 efectivos)…
El perrito y la perrita hacían sus cositas en la calle. Los transeúntes que pasaban no podían evitar mirarlos. Le dice en voz baja el perrito a la perrita: “Nos están viendo, Daisy. Actúa con naturalidad”…
Dos maestras célibes, jubiladas las dos, fueron a Londres de paseo. En la Galería Nacional de Arte visitaron la sala de estatuas clásicas, y vieron una de la época helénica que representaba a un joven atleta que por no tener ninguna hoja en la aludida parte mostraba una espléndida dotación natural. Algo le dijo al oído una de las visitantes a la otra, el caso es que ésta respondió: “No creo que se llame así, Cloris. Entiendo que el Big Ben es un reloj”…
En la agencia de pompas fúnebres un sujeto lloraba lastimeramente, y clamaba con desesperación: “¡Se me fue! ¡Se me fue!”. El encargado de la funeraria le dijo, respetuoso: “Espero que el tiempo, que todo lo cura, alivie su dolor y le dé resignación. ¿Quién se le fue, señor?”. “¡Mi suegra! -respondió con desesperación el individuo-. ¡Ya la había yo metido en el cajón, y se escapó! ¡Se me fue, se me fue!”…
Aquel señor adquirió un coche de segunda mano. Días después le comentó a su esposa: “El automóvil salió malo. Luego luego se calienta”. La criadita de la casa, muchacha pizpireta, escuchó aquello y dijo con pícara sonrisa: “¡Ay, señor! ¡Ya le está usted pasando sus mañas al coche!”…
El pequeño ciempiés se quejó con su mamá: “Me duele una patita”. “¿Cuál?” –le preguntó ella. “No sé –respondió el pequeño ciempiés-. Nada más sé contar hasta 10”…
Don Crésido, hombre extremadamente rico, y sin mujer ni hijos, estaba en su lecho de agonía. Con feble voz se dirigió a su único sobrino: “¿Hablaste con el médico?”. “Sí, tío” –respondió éste. Inquirió el enfermo con angustia: “¿Y te dio alguna esperanza?”. “Ninguna –respondió tristemente el sobrino-. Parece que se va usted a aliviar”…
Don Geroncio, señor de edad provecta, visitó en su casa a su amiga Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera. Ella le ofreció un tecito de hojas de naranjo con galletas de animalitos, y los dos entablaron una grata conversación. Hablaron de los pasados tiempos, en que privaban la caballerosidad en el hombre y la virtud en la mujer.
Ahora, en cambio –comentaron-, todo era desvergüenza en las nuevas generaciones, y en el trato entre los sexos reinaban el libertinaje y la impudicia. “¡Ah!” –suspiraron profundamente los dos al mismo tiempo. Y al tiempo que suspiraron le dieron otro sorbo al tecito de hojas de naranja, y consumieron sendas galletas de animalitos.
“Ya no hay respeto del hombre hacia la mujer –declaró con acento congojoso la señorita Celiberia-. ¡Qué diferencia con los valores y costumbres de antes! Por ejemplo, usted, amigo mío, sería incapaz de aprovecharse en este momento de mí, por más que estamos absolutamente solos”. “¡No diga eso, amable señorita! –exclamó don Geroncio, azarado-. ¡Sólo que estuviera yo borracho me atrevería a tocarla con intenciones lúbricas!”.
“¡Entonces andamos de suerte! –se alegró Celiberia al oír eso-. ¡Me acaban de regalar una botella de tequila!”… FIN.


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