Por Catón
Columna: DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
‘Yo no soy pobre...’
2013-05-06 | 22:30:01
Por el lado paterno mis antepasados eran terratenientes. Es decir, tenían la tierra. Por el lado materno eran campesinos. Es decir, la tierra los tenía a ellos. Así, ahora yo tengo un poco de tierra y ella me tiene mucho a mí. Admiro el mar con todos sus pescaditos, pero a la tierra la amo con sus animalitos todos.
¿De dónde a mí ese amor? Supongo que de mi abuelo, José María Aguirre. Hombre de pocas letras y menos aun palabras era papá Chema, y las más de ellas las empleaba en diálogos consigo mismo. Un día salió de Saltillo al amanecer, en su expresito tirado por un viejo caballo. Lo acompañaba mi abuela Liberata.
Iban a General Cepeda, la antigua Patos, donde vivían entonces. Apenas habían andado media legua cuando el abuelo detuvo el carricoche, bajó de él y cortó unas hierbitas que vio a la orilla del camino. “-¿Para qué son esas hierbas?” -preguntó Lata-. No contestó el abuelo. Sumido en sus profundos pensamientos hizo el resto del viaje.
Cuando al caer la tarde llegaron a la villa abrió papá Chema la puerta de su casa con la gran llave ferrada, se sirvió en la cocina un vaso de agua del botellón de barro, la bebió en lentos sorbos, se enjugó los labios con la manga de la camisa y dijo luego: “-P’al caldo”. Turulata quedó mi abuela, sin entender aquello. Se le había olvidado ya la pregunta que hizo desde la mañana...
Pero no es eso lo que hoy quiero contar de mi abuelo don José María. Un su primo, el señero señor Antonio Narro, era el hombre más rico de Saltillo. Ser rico en Saltillo es ser aún más rico, y don Antonio lo era, y mucho. Hacendado, sentía pasión por los trabajos de la tierra. La agricultura fue su único amor. Ningún otro conoció; vivió y murió soltero.
La enorme fortuna que labró con el laboreo de su hacienda la dejó en su testamento para fundar una escuela de agricultura, la actual Universidad Autónoma Agraria “Antonio Narro”. Y un legado también dejó, en dinero, “para mis parientes pobres”. Papá Chema fue convocado por el albacea, quien le entregó 200 pesos de los de entonces, de oro.
Aquella era una suma cuantiosísima; con ella se podía comprar una muy buena casa. “-¿De qué es este dinero?” -quiso saber mi abuelo-. Y el notario: “Don Antonio Narro dejó una cantidad importante para repartirse entre sus parientes pobres. Usted es su pariente, y es pobre. Esto le corresponde en el reparto”.
“-Señores -dijo entonces papá Chema-. Aquí hay un error grande. Soy pariente de Antonio, eso es muy cierto, pero pobre no soy. Miren ustedes: tengo salud, manos para trabajar, tierritas que siembro año con año, animalitos. Y tengo mujer e hijos con los que vivo muy feliz. Yo no me considero pobre. Denle ese dinero a alguien que realmente lo sea. Como ven, yo no lo soy. Conque, señores, buenos días. Queden ustedes con Dios, y no me falte a mí”. Y así diciendo salió de la oficina, alta su pequeña estatura, como la de un hidalgo...
Inscribo el nombre de mi señor abuelo en esta página. Como él, también soy rico. Y mis riquezas -la vida, el amor de los míos, la paz de Dios, los bienes que de su mano he recibido, el trabajo de cada día- no me las puede disminuir nada ni nadie. Con la misma fortuna de mi abuelo camino cada día muy lleno de venturas... FIN.

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