Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
‘¿Y mis borregas, padre?’
2013-05-25 | 21:42:37
Don Hamponio, encallecido delincuente, escapó de la cárcel, y recatándose a todas las miradas logró llegar hasta su casa. Al entrar en la recámara -¡oh sorpresa!- vio a su mujer en brazos de otro hombre. Eso lo dejó sin habla, tanto que apenas acertó a decir: “¡Inverecunda, descarada, procaz, desfachatada, impúdica, grosera, descocada, falaz, disimulada, infiel, amancebada, perjura, abarraganada, desvergonzada, traidora, baja y ruin!”.“Tú tienes la culpa, Hamponio –respondió la señora con gemebundo acento-. La próxima vez avísame cuando te vayas a escapar”…
El Padre Arsilio, cura de aldea, tenía un feligrés que jamás iba a misa los domingos. Lo buscó un día en su casa y le preguntó por qué. “Señor cura –explicó el hombre-, tengo mis borregas. No las puedo descuidar, por eso no voy nunca a la iglesia”. “Mañana es fiesta de guardar –le dijo don Arsilio-. Te espero en misa; no vayas a faltar”. Inquieto, preguntó el campesino: “¿Y mis borregas, padre?”. “Dios cuidará de ellas” –respondió terminante, el sacerdote.
En efecto, al día siguiente el pastor se presentó en la iglesia, lo cual alegró mucho al señor cura. Al empezar la misa el Padre Arsilio dijo a sus parroquianos: “Hermanos míos: Dios está aquí”. “¡Joder! –exclamó en alta voz el pastor al tiempo que salía apresuradamente de la Iglesia-. ¡Ya dejó solas a las borregas!”…
Cebiliana era una chica algo gordita, para decirlo con caridad cristiana. Se hizo novia de un galancete totalmente distinto a ella: magro, macilento, amojamado, hético, escuálido, caquéctico y escuchimizado. Quiero decir flaco.
(Los opuestos se atraen, reza un principio de filosofía parda. Una nuera de mamá Lata, mi abuela materna, le contó muy preocupada que su hija, bajita de estatura, menudita, se iba a casar con un muchacho de estatura procerosa, tan alto que la niña apenas le llegaba a la cintura. “Anda, hija –la tranquilizó mamá Lata-. Con que los centros se junten, aunque los holanes cuelguen”).
Continúo el relato. Contrajeron matrimonio Cebiliana y Tilico, que así se llamaba el escuálido novio. Cuando llegaron al hotel donde pasarían su noche de bodas el encargado les preguntó discretamente si querían dos camas o una sola. “Dos –se adelantó a pedir la novia-. Una individual para él, y una king size para mí”.
Consternado, Tilico llevó aparte a Cebiliana y le preguntó con sentimiento: “¿Por qué dos camas, mi amor, y por qué una king size para ti?”. Respondió ella, expeditiva: “Espera a que me quite la faja”. (Caón, Cebiliana era tan gorda que en las mañanas se levantaba por los dos lados de la cama)…
Wellh Ung, el toroso mancebo encargado de la cría de los faisanes, le pidió a Fanny Highbuttocks, la mucama de la casa, que le entregara la preciosa gala de su doncellez. Ella se resistía a hacer tal donación. Le dijo a su hirsuto cortejador: “Temo las consecuencias de ese acto. Soy débil de corazón”. Prometió Wellh: “Te aseguro que tendré cuidado: no llegaré hasta ahí”…
La señora amonestaba a su hija, curvilínea muchacha en edad de merecer. Le dijo: “Cásate con el hombre que te convenga”. “Lo haré, mamá –prometió ella-. Pero mientras llega el hombre que me conviene me divertiré con los que no me convienen”…
Silly Kohn, vedette de moda, acudió a la consulta de su ginecólogo. Le dijo que sentía náuseas y escalofríos. Después de examinarla brevemente le dijo el facultativo: “O tiene usted gripe o está embarazada”. Replicó, pensativa, Silly Kohn: “Yo creo que más bien estoy embarazada. Ninguno de los hombres con los que he estado últimamente tenía gripe, pero todos tenían aquello”…
Himenia Camafría, madura señorita soltera, llamó por teléfono al manicomio de la ciudad. Le preguntó al que contestó: “¿Se les salió Joe Busydick, el famoso maniático sexual?”. “Efectivamente –respondió el hombre-. ¿Lo ha visto usted?”. Contesta la señorita Himenia: “En este momento está entrando a mi casa por una ventana. Pueden venir por él mañana al mediodía”…
Los reclutas de la brigada de paracaidistas iban a hacer su primer salto. Les dice el instructor: “Cuando salten recuerden dónde está la argolla que deberán jalar para que el paracaídas se abra. Está a la altura de los testículos”. Uno de los reclutas se lleva la mano al cuello y hurga afanosamente en él. Luego le dice muy alarmado al instructor: “¡Señor, no hallo la argolla!”…
Dos beatas de pueblo estaban conversando. Le dice una a la otra: “Padezco insomnio”. “Yo también –responde la otra-. Pero no me preocupa, porque mi insomnio tiene cura”. (No le entendí)… FIN.

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