Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Calderón acabará con el PAN
2013-05-20 | 22:27:04
Un aficionado al motociclismo se casó con una oficial de la Patrulla de Caminos. A su regreso de la luna de miel un amigo le preguntó al motociclista cómo le había ido en la noche de bodas con su flamante esposa. “No muy bien –replicó malhumorado el tipo-. Me multó con 500 pesos por no llevar casco protector; con mil por exceso de velocidad, y con mil 500 por haber tomado una desviación equivocada”. (No le entendí)…
Puedo estar equivocado, pero pienso que la función de un partido opositor no es oponerse sistemáticamente al Gobierno nada más porque sí -por joder, decía el español-, sino asumir un papel crítico ante él, contribuir a darle rumbo cierto a la administración, y aportar ideas y acciones tendientes a conseguir que los detentadores del poder actúen conforme al interés público y en bien de la comunidad.
Si estoy equivocado, díganmelo. (Se hace el silencio. ¿Es que todos están de acuerdo con mi aseveración, o es que nadie la leyó? Se hace otro silencio). Felipe Calderón se equivoca cuando pretende seguir manipulando al PAN a través de interpósita persona (no quise poner “por mano de gato”, pues se oye muy feo).
Su intervención puede dividir irremediablemente a Acción Nacional, y hacer que se asemeje al PRD en eso de las tribus. Por eso, y sin tener el gusto de conocerlos, exhorto a los senadores panistas pertenecientes al grupo de Cordero a conservar la unidad de su partido.
Si miran hacia atrás, hacia ese pasado que ahora representa Calderón, se exponen a torcer el surco. Pueden formar, sí, una oposición constructiva al interior del PAN que acote las acciones de Madero y ayude a orientar su tarea, pero no deben provocar una fractura que debilite aún más al partido y constituya no solo una rémora para la organización, sino también un estorbo para los cambios que urgentemente necesita México.
No pretendo señalar rumbos a nadie. Podría yo llevar en la espalda aquel letrero que leí alguna vez en la defensa trasera de un automovilito viejo: “No me sigan. Yo también ando perdido”. Pero a pesar de todo sigo sintiendo simpatía por el PAN –tantos buenos amigos he tenido que en su tiempo lucharon por los ideales de Manuel Gómez Morín-, y temo los malos efectos que los rencores y las inquinas personales pueden provocar en el partido blanquiazul.
Acción Nacional estará en aptitud de seguir prestando servicios importantes al país si no se divide y si no cae en dogmatismos personalistas que no tienen ya razón de ser…
Creo que una vez más equivocaste el rumbo, columnista, con tu anterior peñolada. Misión tuya es orientar a la República, no a los partidos políticos, por muy desorientados que los veas. Sin mengua de tu preocupación por los asuntos nacionales deja que esas organizaciones fijen por sí mismas su rumbo y dirección, y no te erijas en un metomentodo.
Decía un cierto señor: “De todos los problemas que tengo, el 50 por ciento es por pendejo, y el otro 50 por metiche”. Ya tienes tú el 50 por ciento de esa proporción. No la llenes toda…
Una mujer dada a los placeres de la carne convocó a un singular torneo: le daría 100 mil dólares al hombre que consiguiera hacerla gritar en el curso del acto del amor. De sobra está decir que se presentaron numerosos aspirantes a recibir el premio; hombres de todas las razas, orígenes y condiciones. Los había galanes expertos en las artes amatorias, y boquirrubios mancebos que en su juventud y fortaleza física fincaban sus esperanzas de ganar la presea.
Llegaron potentes sementales varoniles de los seis continentes: África, América, Asia, Europa, Oceanía y Saltillo (se mencionan por estricto orden alfabético, no de importancia). Ninguno de ellos consiguió no ya hacer gritar a la mujer, sino ni siquiera arrancarle un leve suspiro, un ligero ¡ay! o un tenue gañido.
En eso se presentó al concurso un mexicano, un tal Panchito el Ñango. Al verlo todos rieron: el hombrecillo era enclenque y bajito de estatura; tilico, caquéctico y escuchimizado. Las risotadas arreciaron cuando el petiso su subió sobre la convocante: parecía lagartija en peña. Y sin embargo al punto la mujer empezó a gritar, a proferir tremendos ululatos, clamorosos baladros y tonantes alaridos.
Le fue entregado el premio al celebrado Ñango, y la mujer hubo de ser llevada al hospital, pues no cesaba de dar voces. Le preguntaron al mexicano qué había hecho para suscitar en la mujer aquellos formidables gritos. Respondió Panchito con orgullo: “Me puse en el pizarrín polvos de chile”. (Nota: Y era chile habanero, para colmo)… FIN.

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