Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
2013-05-17 | 22:06:38
Óscar Flores Tapia era gobernador de Coahuila. Lo asediaba de continuo uno de esos llamados “periodiqueros”, editor de cierto papelucho que aparecía de vez en cuando en una ciudad del norte del Estado. El hombre le presentaba una balumba de facturas por publicidad no solicitada. Flores Tapia lo despachaba siempre con cajas destempladas, pero el tenaz sujeto regresaba siempre con nuevas añadiduras a sus cobros. Cansado de aquel acoso interminable don Óscar le cerró al importuno la puerta de su despacho. Una y otra vez el tipo volvía a solicitar audiencia. Quería dialogar con el gobernador, le decía a su secretario. Empeño inútil: Flores Tapia ya no lo recibió. Entonces el individuo empezó a atacarlo en su infame papelorio. Lo tildaba con toda suerte de adjetivos denostosos; lo revestía de palabras ofensivas. Con eso le fue peor: los guardias de Palacio no lo dejaron pasar ya de la puerta de la calle. Al verse así tratado el tal sujeto acusó al gobernador de ser enemigo de la libertad de prensa, y tomó el tren a la Ciudad de México. Ahí obtuvo una entrevista -¡qué tiempos aquéllos!- con el secretario de Gobernación, don Enrique Olivares Santana. Le dijo que Flores Tapia, prepotente, se negaba a dialogar con él acerca de asuntos importantes del Estado. El funcionario oyó con paciencia los alegatos del visitante, y luego lo despidió muy cortésmente Le prometió que hablaría con el señor gobernador, quien de seguro lo recibiría para entablar el diálogo que solicitaba. Ufano, muy contento, regresó a Saltillo el infatuado cagatintas. En efecto, Olivares Santana tomó el teléfono y llamó a Flores Tapia. Eran los dos amigos cercanísimos, y además hermanos en la insigne y venerable Orden de la Masonería. “Oscarito –le dijo don Enrique-. Estuvo conmigo un periodista de Coahuila. Se queja de que no quieres dialogar con él acerca de temas de importancia para la entidad. ¿Por qué no lo recibes? Nada te cuesta hablar con ese hombre. Así te lo quitarás de encima”. “Claro que lo recibiré, Enrique –contestó de buen grado Flores Tapia-, y dialogaré con él. Hazle saber que lo espero en mi oficina tal día y a tal hora”. Se llegó la fecha del encuentro. El periodiquero llegó muy engallado: he aquí que el gobernador se había visto obligado a recibirlo en obediencia a una orden del mismísimo secretario de Gobernación. Llevaba el individuo bajo el brazo un altero de facturas dos veces más grueso que el anterior que había presentado. De seguro Flores Tapia se avendría a pagárselas de inmediato. Exactamente a la hora fijada el secretario particular de don Óscar introdujo al sujeto en el despacho del gobernador. Éste lo esperaba sentado ante una pequeña mesa. Hizo caso omiso de la sonrisilla de suficiencia que se dibujaba en el rostro del altanero visitante, y le pidió que se sentara frente a él. Le dijo: “¿De modo, Fulano de Tal, que quieres dialogar conmigo?”. “Así es –respondió el tipo-. Y de este diálogo está enterado ya el secretario de Gobernación”. “Perfectamente –replicó don Óscar-. Vamos entonces a dialogar. ¿Quién quieres que empiece el diálogo: tú o yo?”. “No, pos empiécelo usté” –contestó el otro con tono jactancioso. “Muy bien” –accedió Flores Tapia-. Empiezo yo”. Puso sobre la superficie de la mesa las palmas de sus manos, aquellas enormes manos que tenía, y acercó lo más que pudo su rostro al de su interlocutor. Clavó en él una mirada fiera y le dijo: “Vas mucho y chingas a tu madre”. El otro se quedó mudo por la estupefacción. “Ándale –le dijo entonces el gobernador-. Yo ya empecé el diálogo. Ahora te toca a ti. ¿Qué me respondes?”. El periodista huisachero estaba mudo por el asombro y por el susto. “Vamos –lo incitó Flores Tapia-. Dime algo. Contéstame, por ejemplo: ‘Chingue usté a la suya”, o: “A veinte”, pero no te quedes así, callado. Anda, respóndeme”. Ya no dijo palabra el individuo. Tomó apresuradamente el montón de papeles que con tan gran confianza había llevado; se levantó a toda prisa de la mesa y se encaminó hacia la salida como alma que lleva el diablo. Cuando ya estaba en la puerta le gritó Flores Tapia desde el fondo de la oficina con su estentóreo vozarrón: “¡Que conste, Fulano! ¡Tú fuiste el que no quiso dialogar!”… Por estos días ha habido un diálogo entre los representantes de la UNAM y la caterva de maleantes que la han atacado al atacar sus instalaciones. La continuada violencia de esos delincuentes hizo que se interrumpieran las conversaciones. Sé bien que hay diálogos en que por prudencia es necesario tragar sapos y culebras, y evitar fruncimientos de nariz aunque haya tufo de hedentina. En ciertos casos, sin embargo, me inclino por el modo de dialogar de Flores Tapia… FIN.

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