Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Elvis
2013-05-19 | 11:59:07
“¿Por qué los hombres aman a las cabronas? ¡Joder, porque no hay de otras!”…
Eso dice un cierto amigo mío, misógino irredento. Lejos estoy de compartir su drástica opinión. Por el contrario, pienso que los varones, que tan llenos estamos de defectos, mejoramos mucho cuando nos vemos en presencia de una mujer. Alejados de esa magia llamada “el eterno femenino” los hombres nos volvemos planos, sosos, aburridos.
Ah, pero basta que llegue una señora, y más si es de buen ver y de mejor tocar, para que de inmediato respondamos al llamado de la selva –es decir al llamado de la vida- y mostremos nuestras mejores cualidades. “Desdichado el que en la hora lunar / en su lecho no huele azahar”. Eso es de López Velarde. En una reciente encuesta muchas damas proporcionaron un dato interesante: dijeron que han notado que cuando un hombre les hace el amor se vuelve más inteligente, más perceptivo, más sensible.
No me extraña: en ese momento el señor está conectado a una mujer. Algo más que una leyenda es esa historia según la cual el Señor le dijo a Eva: “Voy a darte más inteligencia que a Adán, mejor sentido de las cosas, mayor sabiduría. Pero ha de ser con una condición”. Preguntó la mujer: “¿Cuál?”. Le respondió el Creador: “Tendrás que dejarlo creer que a él lo hice primero, y que él es el que manda”.
Desde luego esto tiene sus variantes. Pepito le pidió a su padre que lo acompañara al jardín a ver a su gatito. Algo le sucedía al minino. Fue el señor y se dio cuenta de que al micho se le habían agotado ya sus nueve vidas. “Creo, Pepito –le dijo con cautela a su hijo-, que Marrullo murió”. “¿Todo?” –inquirió el niño. “Todo –confirmó el padre-. De la punta de los bigotes al extremo de la cola”. Preguntó Pepito: “¿Y por qué tiene las patitas tiesas y dirigidas hacia arriba?”. “Eso –improvisó el papá- es para que el ángel del Señor pueda tomarlo de una de las patitas y así llevarlo al Cielo”.
Al día siguiente el papá de Pepito hubo de salir de viaje por razón de su trabajo. Cuando regresó a casa el niño le tenía una tremenda novedad. “Mi mami estuvo a punto de morir” –le dijo. “¿Cómo es eso?” –se asustó el señor. Explica Pepito: “Estaba en su cama con las patitas hacia arriba, como las tenía Marrullo.
Y de no haber sido porque el vecino se subió sobre ella y la detuvo, el ángel del Señor habría venido para tomarla de una patita y así llevarla al Cielo”. A fin de cuentas, la verdad sea dicha, la mujer impone siempre su natural dominio. Había un curita joven que se parecía mucho a Elvis Presley. Sus parroquianos –sus parroquianas, sobre todo- le decían de su extraordinaria semejanza con El Rey, el ídolo que recientemente había fallecido.
Decidió ir a Las Vegas a fin de ver si, en efecto, su parecido con el gran artista era tan grande como sus feligreses afirmaban. No tardó en darse cuenta de que, efectivamente, era el perfecto sosias de Elvis.
Tan pronto bajó del avión una adolescente regordeta se lanzó sobre él y le echó los brazos al cuello al tiempo que gritaba entre histéricos sollozos: “¡Elvis! ¡Era mentira que habías muerto! ¡Vives, vives todavía, y vivirás por siempre!”. “Te equivocas, hija –le dijo con amabilidad el joven cura a la chiquilla al tiempo que se deshacía de su estrecho abrazo-. Es cierto: la gente me dice que me parezco mucho a ese gran cantante, pero soy sólo un humilde sacerdote del Señor”.
Lo mismo se repitió al hacer su registro en el hotel. “¡Elvis! –exclamó al verlo el encargado-. ¡Ya suponía yo que lo de su muerte era un truco de publicidad! ¡Qué honor tenerlo con nosotros, mister Presley! Desde ahora le digo que por cortesía del hotel podrá usted pedir todas las hamburguesas y toda la mantequilla de cacahuate que quiera”. “Te equivocas, hijo mío –lo corrigió el curita-.
En efecto, todos me dicen que me parezco a ese extraordinario artista pélvico, pero la verdad es que soy sólo un modesto propagador de la Palabra”. No acabó ahí la cosa. En el camino a su habitación se abrió la puerta de un cuarto y apareció una esplendorosa rubia. Vio al curita y exclamó con acento apasionado: “¡Elvis! ¡Ya sabía yo que estabas vivo! ¡Siempre dije que el día que te viera me entregaría en cuerpo y alma a ti! Sobre todo en cuerpo.
¡Ahora que te tengo frente a mí cumpliré el sueño de mi vida!”. Al oír eso el joven cura tomó por la cintura a la curvilínea fémina y la llevó a su habitación al tiempo que le canturreaba al oído con melosa voz: “Love me tender, love me sweet…”… FIN.

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