Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Acaban con paraíso michoacano
2013-05-21 | 22:07:58
Este cuento trata de un indio piel roja perteneciente a la tribu de los sioux. Se llamaba Un Solo Tiro. Su nombre obedecía al hecho de que había nacido con un testículo nomás. A Un Solo Tiro le disgustaba mucho su nombre, pues proclamaba su condición de chiclán. Nada de malo tiene eso, y además tal calidad no le estorbaba en sus tareas de varón.
De hecho cumplía con ellas mejor que los demás bravos de la tribu. Su viripotencia le había dado fama en todos los teepees y wigwams. Aun así su nombre encalabrinaba a Un Solo Tiro, de manera que decidió cambiarlo. Se bautizó a sí mismo como Águila de la Montaña, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo, y amenazó de muerte a todo aquel –o aquella- que lo llamara con su anterior apelativo.
El piel roja tenía dos esposas. La más joven era una linda squaw llamada Pájaro Azul, pues tenía los ojos de ese color. Y es que por las venas de la muchacha corrían nueve décimas de sangre blanca: su señora madre había tenido tratos de familiaridad con un misionero, un explorador, un minero, un soldado de la Caballería Americana, un vaquero, un cazador de búfalos, un trampero, un vendedor de aguardiente y un maquinista del Ferrocarril Interoceánico.
Sucedió que por pura distracción Pájaro Azul llamó a su esposo con su antiguo nombre. Le dijo: “Ven, Un Solo Tiro”. El enojado guerrero tomó a Pájaro Azul y le hizo el amor hasta dejarla sin el aliento de la vida. La segunda esposa del indio, mujer mayor y más fuerte que la primera, se llamaba Pájaro Amarillo, pues tenía la piel de ese tono.
Se murmuraba que su progenitora había prestado servicios mujeriles a todos los chinos que participaron en la construcción de aquel ferrocarril. Inadvertidamente Pájaro Amarillo saludó a su marido diciéndole: “Buenos días, Un Solo Tiro”. Furioso, el indio se lanzó a hacerle el amor vehementemente, con la intención de matarla también.
Sin embargo no pudo acabar con la vida de Pájaro Amarillo. Más bien ella lo dejó exhausto, exánime agotado. Y aquí acaba la historia. Este largo relato tiene una moraleja: no se puede matar dos Pájaros de Un Solo Tiro…
Me duele ver lo que pasa en Michoacán. Es uno de los estados más bellos del país, un verdadero jardín de las delicias. Su tierra es fértil; sus ciudades son joyeles de historia y tradición. Generosa es su gente, llena de buenas cualidades. Ahora, sin embargo, la violencia criminal se ha enseñoreado de ese paraíso, y lo ha convertido en un infierno.
La maldad y ambición de unos; la negligencia o corrupción de otros, han hecho que Michoacán sufra hoy por hoy todos los males que derivan de una delincuencia rampante y desbocada. Numerosas poblaciones están bajo el dominio de los criminales, que ejercen poder y autoridad sobre regiones enteras del estado.
Tal se diría que esas comarcas no forman parte ya de la nación, sino que son propiedad particular de los delincuentes. Eso no se puede permitir. Se debe acudir en defensa de Michoacán y de los michoacanos, y rescatar para ellos sus ciudades y sus pueblos. El costo de lograr eso puede ser muy alto, pero mayor será si no se pone fin a la violencia criminal…
Don Gerontino, señor de edad más que madura, fue a consultar al médico, pues sufría de cansancio general. Le preguntó el facultativo: “¿Fuma usted?”. “No”. “¿Bebe?”. “Tampoco”. “¿Tiene actividad sexual?”. Respondió el valetudinario señor: “Sí”. Al oír eso el médico se sorprendió, y le dijo a su senil paciente: “Pues deberá usted dejar la mitad de esa actividad sexual”. Inquirió don Gerontino: “¿Cuál mitad quiere que deje, doctor? ¿La de pensar en el sexo o la de hablar de él?”…
Aquellos novios se iban a casar, y él le preguntaba a su futura esposa si sabía cocinar. Ella respondía con vaguedades. Se llegó la fecha del desposorio. En la noche de bodas la muchacha se mostró como una verdadera artista de la sensualidad. Ejercitó un variado repertorio de artes amorosas; dejó las enseñanzas del Kama Sutra en un librito para principiantes.
Con sus habilidades de erotismo transportó a su flamante maridito al séptimo cielo de la felicidad; lo hizo sentir cosas que jamás había sentido; le dio placeres inéditos y goces inefables que ni siquiera sospechaba que existían. Al final lo dejó ahíto, gratamente agotado, feliz y satisfecho.
La sabidora muchacha se tendió al lado de su feliz esposo y le musitó al oído con voz de ronroneo: “Después de esto, mi vida, ¿te interesa si sé cocinar o no?”… FIN.

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