Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
La nueva Tijuana
2013-05-31 | 21:54:51
Dos argentinos de Buenos Aires estaban en la sala de la casa de uno de ellos. Pasaba ya la medianoche, y la esposa del anfitrión dormía ya. El visitante dijo en voz demasiado alta: “Tengo ganas de una mujer, che”. “Bajá la voz” –le pidió el anfitrión. El visitante subió al segundo piso y bajó a la esposa de su amigo…
El amigo de Babalucas le preguntó, extrañado: “¿Por qué le pusiste barandales a tu cama?”. Contesta el tonto roque: “Porque todas las chicas que traía a mi departamento se iban siempre al empezar las acciones. Decían que yo no practicaba el sexo seguro”…
Tijuana es hoy por hoy una de las mejores ciudades del país. Olvidada quedó su antigua fama de ciudad de giros negros para que los gringos fueran a pecar los fines de semana. Tampoco tiene vigencia, ya la frase aquella según la cual lo mejor de Tijuana era San Diego. En oferta gastronómica, por ejemplo, la ciudad mexicana supera por mucho a su vecina norteamericana. Se ha convertido en un centro cultural de primer orden, con espléndidas instalaciones para el desarrollo de las artes. El jueves pasado, gracias a la amable invitación que me hizo la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción, delegación Tijuana, tuve la señalada distinción de dar la primera conferencia magistral –el calificativo no se lo puse yo- en el flamante Baja California Center, un magnífico centro de convenciones en cuyo frente el mejor arquitecto del mundo, que se llama Dios, puso una hermosa alberca que se llama el mar.
Las autoridades y los laboriosos habitantes de Tijuana lograron disipar el espectro de la violencia que se abatió en un tiempo sobre su comunidad. Juntos, en coordinación y colaboración, los tres niveles de gobierno, el Ejército y la Armada, y grupos de ciudadanos participativos, hicieron que el orden, la paz y la seguridad volvieran a la ciudad. Desde luego no todo es miel sobre hojuelas. Se viven todavía los efectos de la recesión en el país vecino, y no ha desaparecido por completo el temor que alejó de Tijuana a los estadounidenses, quienes habían hecho de sus playas, así como de Rosarito y Ensenada, un sitio ideal para el retiro. Pero también ellos han empezando a regresar, lo mismo que quienes se habían ido a vivir a San Diego por causa de la amenaza criminal. Igualmente está volviendo la industria maquiladora, que había creído encontrar en otras latitudes -China sobre todo- mejores condiciones para su actividad.
Para mí es una delicia ir a Tijuana. Tengo ahí viejos amigos, y cada vez que voy hago amigos nuevos. Por eso, y porque veo cómo Tijuana va mejorando en todos los aspectos, me preocupó ver que con motivo de la cercana elección de gobernador, hay quienes está echando mano de la injuria y la difamación para descalificar al adversario. Y no es el prepotente PRI ni el rijoso PRD los que han recurrido a las llamadas campañas negras para tratar de alzarse con el triunfo. Es el PAN, que otrora fue el partido de la gente decente, pero que ahora no vacila en emplear toda suerte de indecencias si eso le puede quitar votos al contrario. Hay a veces inexplicables omisiones.
La autoridad electoral, en todas partes y en todo tiempo, debería frenar de inmediato cualquier manifestación de violencia en la propaganda que hacen los partidos. Y las injurias son una forma de violencia. Tijuana no merece ese tipo de campañas políticas, ni esas frases pedestres, ni esos anuncios espectaculares que quieren dañar al candidato priista y que más daño causarán al del PAN, pues la gente no gusta del insulto o las ofensas como argumento electoral. Y mejor cambio de tema, porque estoy muy encaboronado…
Un adolescente pueblerino se presentó ante su padre. Cerró la puerta tras de sí y le dijo al señor: “Me envía mi mamá. Dice que ya es tiempo de que me hables de las abejitas y los pajaritos”. “Muy bien –empezó el progenitor-. ¿Recuerdas que hace unos meses fuimos tú y yo a la ciudad?”. “Sí, lo recuerdo” –contestó el jovenzuelo. “¿Y recuerdas –prosiguió el padre- que te llevé a una casa donde había unas muchachas muy pintadas?”. “También me acuerdo” –responde el adolescente. “¿Y recuerdas –le dijo el señor- que le pedí a una de las chicas que te llevara con ella a su cuarto?”. “Claro que lo recuerdo –vuelve a decir el mozalbete. “¿Y recuerdas –continuó el papá- lo que hicieron ahí tú y la muchacha?”. “¡Nunca lo olvidaré!” –exclamó el jovenzuelo. “Bueno –concluyó el papá-. Pues eso es lo que hacen las abejitas y los pajaritos”…
FIN.

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