Por Catón
Columna: De política y Cosas Peores
Civilidad para los panistas
2013-05-28 | 22:15:53
Empédocles Etílez era un asiduo bebedor. Nada lo podía apartar de la botella. Sus compañeros de parranda lo veían caer al suelo de borracho en la cantina, privado de sentido, y exclamaban llenos de admiración: “¡Este Empédocles! ¡Siempre sabe el momento preciso en que debe dejar de beber!”.
El buen Padre Arsilio lo amonestaba siempre: “Hijo mío, ese nefasto vicio te está matando lentamente”. Oponía el temulento: “No llevo prisa, padrecito”.
El reverendo Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Tercera Venida –no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite el adulterio a sus feligreses a condición de que no se consume a menos de 300 pies del templo-, trató igualmente de llevar al briago por el camino de la sobriedad. Le dijo en su español dificultoso: “Yo recomendarle a ousté no beber tanto, mister Etílez. Más de 300 mil personas morir cada año en los Estados Unidos por causa del alcohol”. “¡Pero yo soy puro mexicano, cabrón!” –replicó Empédocles con altanero tono de jaque de barriada.
Ni a su madre le hacía caso el ebrio. La santa señora le suplicó un día entre sollozos: “¡Ya no tomes, por el Sagrado Corazón!”. “No, mamacita –contestó el beodo-. Ahora estoy tomando acá por el rumbo de la Medalla Milagrosa”. Cierto día Empédocles fue a un baile. Borracho, invitó a bailar a una muchacha, y al abrazarla le colocó la mano derecha en una pompi. “Levante la mano” –le pidió la chica, mortificada. Empédocles alzó hasta lo más alta la mano izquierda, con que sostenía la de la muchacha. “La otra –precisó ella con enojo-. Quite su mano de ahí”. El achispado Etílez pasó entonces la mano a la otra pompi de la chica al tiempo que le decía muy solícito: “¿Qué ésta la traes inyectadita?”.
Un médico, preocupado por la salud del alcoholizado tipo, le ordenó hacerse unos análisis. Vio los resultados y le informó: “Parece que tiene usted algo de sangre en su alcohol”.
Un amigo le preguntó qué preferiría: hacerle el amor a una mujer hermosa o tomarse una botella de vino. Empédocles ponderó el asunto y luego farfulló: “¿Blanco o tinto?”.
Todo esto viene a cuento para narrar lo que anoche hizo el borrachín. Fue a un velorio. Desde el otro lado de la sala un sujeto se sacó del bolsillo trasero del pantalón una de esas anforitas de licor llamadas “nalgueras”, porque están hechas para adaptarse a la curvatura del hemisferio glúteo del portador, y se la mostró a Empédocles en gesto invitatorio. Al ver la anforita el azumbrado Etílez saltó sobre el ataúd para llegar prontamente a ella.
Uno de los dolientes se indignó al ver tamaña falta de respeto. Le reclamó, irritado: “¿Por un trago salta usted sobre el féretro?”. Tartajeó el chispo: “Y por dos se lo brinco a lo largo”…
Nunca he sido panista. No tuve el señalado honor de militar en el PAN de antes, ni tengo el dudoso honor de militar en el de hoy. Por eso puedo ver los corderos desde la barrera.
Hago hoy un brevísimo paréntesis en la modesta misión que me he fijado, la de orientar a la República, y en esta ocasión oriento a Acción Nacional. Si yo tuviera parte en la dirección del PAN buscaría para que fuera el próximo dirigente del Partido -¡ay, tan partido!- a un tercero en discordia. O a un cuarto, un quinto o un sexto. No escogería ni a un maderista ni a un calderonista.
Pese a todo quedan en las filas blanquiazules figuras de prestigio que no pertenecen ni a uno ni a otro bando, y que podrían salvar al PAN de una escisión irreparable.
La vida política de México no puede concebirse sin el partido que fundó Gómez Morín. Cualquier daño que sufra ese partido será también daño para la Nación.
Exhorto entonces a sus militantes a comportarse con conducta, como dice en el Potrero don Abundio. Es tiempo de unidad; es tiempo de evitar que los demás partidos –especialmente el PRI- asistan con sonrisa depravada a las ineptitudes de la inepta cultura política de quienes ponen el interés de su facción por encima del bien del grupo. Y ya no sigo orientando al PAN, porque me expongo a que luego el PRI y el PRD me pidan que los orienten también.
En ese caso tendría que decir lo que aquel italiano que en Nueva York estaba presentando el examen para obtener la ciudadanía americana. Le preguntó el examinador: “Una vez que se convierta usted en ciudadano ¿podría ser Presidente de los Estados Unidos?”. “Se lo agradezco mucho –respondió muy cortés el italiano-, pero no puedo descuidar la peluquería”… FIN.

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