Por Catón
Columna: De políticas y cosas peores
Hambre de libertad
2013-06-07 | 22:16:01
Un fanático del futbol iba a ser padre por primera vez. Le preguntó un amigo: “¿Qué pasará si el nacimiento del niño sucede el mismo día del partido de campeonato?”. “No habrá problema –responde el individuo-. Haré que me lo graben en video. Así podré ver el nacimiento de mi hijo cuando termine el juego”…
El muchacho le dijo a su chica: “Pasaremos un rato inolvidable. Tengo tres boletos para el concierto de esta noche”. “¿Por qué tres boletos?” –se extrañó ella. Responde el galán: “Uno para tu mamá, otro para tu papá, y el tercero para tu hermano. Estaremos solos en tu casa”…
El pueblo mexicano, dice un lugar común, es paciente y abnegado. Quizá lo sea, pero debemos pensar que esa paciencia y esa abnegación no son eternas. Hay millones de pobres en este país, y muchos de ellos –quizá la mayoría- se encuentran ya en extremos de miseria. La pobreza es el problema capital de México; de él derivan muchos más. El reloj de la justicia social está trágicamente atrasado. Hemos avanzado en el camino de la libertad, y se ha abierto ante nosotros la vía democrática. Pero en lo principal, la justicia, hemos adelantado poco, casi nada. Inciden muchos factores, desde luego, pero un lector desapasionado de la historia mexicana advertirá que después de una larga serie de gobiernos llamados revolucionarios hay más pobreza ahora que en tiempos del porfiriato. Entonces no había libertad –en pocos países la había- pero la gente, aun la más pobre, tenía qué comer.
A don Francisco I. Madero un provocador, al servicio del gobierno, lo increpó: ¿por qué, si tanto le preocupaba el pueblo, no repartía su dinero entre los pobres, para que compraran pan? Respondió el Apóstol: “tiene hambre de libertad”. Hoy por hoy, la verdad sea dicha, tiene hambre de pan. Ese hecho, evidente por lo demás, se reconoce con la creación de programas como el de la Cruzada contra el Hambre. Cualquier acción oficial será mero paliativo a la pobreza si no se hacen cambios de fondo que permitan la creación de empleos. Se ponen tantas trabas al establecimiento de nuevas empresas, nacionales y extranjeras por igual, que se diría que los políticos están interesados en que la pobreza no desaparezca. Un burocratismo estólido exige el cumplimiento de infinitos trámites, e impone trabas de todo orden y desorden, con lo cual el proceso para fundar una empresa se vuelve asunto largo y enfadoso. En otros países los gobiernos le dicen al empresario: “Ponte a trabajar, y luego iré a revisar que lo estés haciendo bien”. Aquí el gobierno le dice al empresario: “No trabajes hasta que yo te diga que lo puedes hacer”.
Tarda mucho en decírselo, y mil y mil dependencias y organismos caen sobre aquel que quiere crear empleos, y le estorban su propósito, y le imponen mil onerosas condiciones y gravámenes que le dificultan la tarea. Urge un nuevo sistema que, sin mengua de los derechos de los trabajadores, dé mayor libertad a los empresarios para crear fuentes de empleo. Si eso no se hace el problema de la pobreza seguirá creciendo. No me hago responsable de las consecuencias…
Un ejecutivo joven fue a comprar zapatos. En la zapatería estaba una dulce ancianita que se acercó a él. Tenía los ojos llenos de lágrimas. “Perdóneme, joven –le dijo con acento emocionado-. Tiene usted un gran parecido con mi hijo que murió hace poco. Tuve que contenerme para no decirle: ‘¡Hijo mío!’. Usted sabrá disculparme”. “No se preocupe, señora –respondió conmovido el muchacho-. No me habría molestado si me hubiera usted dicho eso”. Pidió con vacilante voz la viejecita: “Le parecerá una tontería, pero me haría usted sentir muy bien si al salir de la tienda yo le dijera: ‘¡Adiós, hijito!’, y usted me contestara: ‘¡Adiós, mamá! ¡Te veré en la casa!’”. “No hay problema –respondió el ejecutivo con una sonrisa de ternura-. Me alegrará hacerla sentir bien”. En efecto, poco después la ancianita se encaminó hacia la salida. Se volvió, y desde la puerta le dijo al joven con cariñosa voz: “¡Adiós, hijito!”. “¡Adiós, mamá! –respondió el muchacho-. ¡Te veré en la casa!”. Cuando el ejecutivo fue a pagar los zapatos que había escogido la cajera le dijo: “Son 5 mil 500 pesos”. “¡Cómo! –se sorprendió el tipo-. ¡Estos zapatos cuestan 900 pesos!”. “Sí –respondió la cajera-. Pero su mamacita se llevó tres pares, y dijo que usted los iba a pagar”… FIN.

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018