Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Francisco el sencillo
2013-06-18 | 22:18:30
Don Algón, salaz ejecutivo, invitó a Susiflor, linda muchacha, a pasar “un agradable rato” en su departamento. Ella se molestó bastante al oír esa proposición.
Le dijo al libidinoso carcamal: “¿Usted cree que con su dinero puede comprar mi honor?”. Replicó don Algón: “En ningún momento dije que te iba a pagar”…
Al hablar del naufragio del Titanic declaró el ecologista radical: “Desde luego me duele la muerte de tantos hombres, mujeres y niños, pero confío en que el iceberg no haya sufrido demasiados daños”…
Tres individuos le pidieron a una linda chica: “Ven con nosotros. Necesitamos una persona más”. Preguntó ella: “¿Dominó?”. Le respondió uno de los tipos: “No. Orgía”…
Cien días son muy pocos días. Cien días son muchos días. Las dos aseveraciones son verdad, según la circunstancia en que se digan. Todo es relativo, menos lo relativo, pues si todo es relativo entones lo relativo es lo absoluto. Quod erat demonstrandum, que era lo que se quería demostrar. (En inglés eso se llama “The five W’s”: Which was what we wanted).
El tiempo es cruel. El tiempo es bondadoso. También son ciertas -y relativas- ambas manifestaciones. La crueldad de los años se mira en nuestro rostro y nuestro cuerpo. “‘Time goes’, I say. Oh, no! / Alas! Time stays, I go!”. “El tiempo se va, digo. Pero no: / el tiempo queda siempre. Me voy yo”.
Decían los latinos hablando de las horas: “Vulnerant omnes, ultima necat”. Todas hieren, la última mata. Y sin embargo el tiempo, aunque nos maltrate físicamente, nos sana los dolores del espíritu y nos alivia las penas y amarguras del ayer (en mi caso también del antier).
El tiempo es el mejor de los médicos, y el peor de los maquillistas. En su “Ricardo II” escribió Shakespeare, estimado colega a quien aprecio y admiro sinceramente: “I wasted time, and now doth time waste me”. Gasté el tiempo, y ahora el tiempo me está gastando a mí.
Pero ¿a qué todas estas lucubraciones farragosas sobre el tiempo, que hacen que lo esté perdiendo quien las lee? Me sirven de hito para señalar los 100 primeros días del Papa Francisco en la sede pontificia.
En ese tiempo, brevísimo, si se considera la edad dos veces milenaria de la Iglesia, el obispo de Roma ha impuesto un nuevo estilo en el ejercicio del papado, estilo que se finca en la humildad, la sencillez, la renuncia a las pompas y boato del ceremonial en la corte vaticana.
El nombre mismo que escogió Bergoglio, el del Pobrecito de Asís, fue el primer indicio de su actitud ante el tremendo peso que cayó sobre sus hombros, el de ser guía de la catolicidad. La instauración de ese estilo –con el primer milagro que se le atribuye, el de haber logrado que un argentino le caiga bien a todo el mundo- es logro ya de por sí considerable en tan corto tiempo.
Debemos esperar, sin embargo, cambios de fondo no solo en la estructura de poder del Vaticano, sino también de la misma Iglesia, urgida de transformaciones que respondan a los desafíos del mundo actual y la acerquen más a las necesidades de la gente.
Crece la deserción de fieles en algunos países de tradición católica, sobre todo europeos, cuyos templos están ya casi vacíos, y ese abandono empieza a verse en nuestro continente.
Una condena explícita a la pena de muerte; una actitud más comprensiva y generosa en relación con las personas homosexuales; un aprovechamiento mayor del riquísimo caudal que la mujer puede aportar a las funciones eclesiales, y una más grande preocupación por los pobres de la Tierra, todo eso hará que la Iglesia Católica, que tiene tan hondas raíces en el mundo, ofrezca mayor sombra protectora y más opimos frutos en bien de sus feligreses y del mundo. (Nota importante: Hago la aclaración de que no he hablado en el nombre del mundo, sino mío propio. Gracias)…
Dicen los norteamericanos. “An apple a day keeps the doctor away”. Una manzana cada día mantiene alejado al médico. Un doctor se presentó ante el juez y le pidió que lo divorciara de su esposa. “¿Por qué? –quiso saber el juzgador. Replicó, hosco, el galeno: “Todas las noches, cuando nos vamos a la cama, me da una manzana”. ¡La señora no quería que se le acercara!...
Al empezar la noche de bodas el novio le preguntó a la novia: “¿Eres virgen?”. “Y tú –respondió al punto la muchacha- ¿eres San José?”… FIN.

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