Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Que la justicia no sea contaminada
2013-06-26 | 22:33:35
“Tu mujer te está engañando”. Así le dijo un oriental a su mejor amigo. (Nadie como los mejores amigos para dar noticias como ésa). El otro oriental preguntó hecho una furia: “¿Con quién me está engañando?”. “Ignoro su nombre –respondió el oficioso informador-. Lo único que sé es que el tipo pertenece a la comunidad judía”. De inmediato el mitrado oriental se dirigió a su casa y encaró a su mujer. “Me dijeron –le reclamó indignado- que me estás poniendo el cuerno con un judío”. Replica la oriental: “¿Quién te contó semejante mishegass?”. (En yiddish la palabra “mishegass” –o “meshugaas”- sirve para describir algo absurdo, sin sentido)…
Don Chinguetas veía en el periódico las fotos de las guapísimas mujeres de personajes de la ciudad que no se caracterizaban precisamente por su clara inteligencia. Comentó, disgustado: “Los hombres más indejos son los que tienen las mejores esposas”. “¡Caramba, querido! –exclamó conmovida doña Macalota, su mujer-. ¡Qué piropo tan lindo me acabas de decir!”…
Yo no conozco a Andrés Granier. Lo he visto sólo una vez en la vida, la noche que recibí de sus manos el Premio José Pagés Llergo, entregado conjuntamente por el gobierno de Tabasco y la revista Siempre! de la inteligentísima Beatriz Pagés. Recibí esa presea, por cierto, junto con Carlos Slim, Alejandro Solalinde y otros distinguidos mexicanos, entre los cuales yo no me distinguía nada. El entonces gobernante tabasqueño me pareció un señor muy correcto. Soy tan distraído que ni siquiera me fijé en su traje, su camisa y sus zapatos, que luego darían tanto de qué hablar.
Séame permitida una digresión de orden privado, ahora que todo mundo se opone a las privatizaciones. Tengo de la amistad un concepto tan alto que resulta ya anacrónico. Por encima de las debilidades humanas soy leal a mis amigos, sobre todo cuando han caído en la desgracia. Eso no siempre es bien mirado, pero a mis años un amigo vale más que la alabanza pública. Mi objetivo no es ser objetivo, sino ser humano, y sigo el paso en paz, diga lo que diga el qué dirán.
El reportero está obligado a la objetividad; el escritor puede darse el lujo de tener sentimientos. Si eso es pecado, entonces, como dice la canción, me confieso irredento pecador. Granier, sin embargo, no es mi amigo. Nadie me acusará por eso de ser su defensor. Lejos de mí, la temeraria idea de buscar justificación a su conducta. Algo, sin embargo, me llama la atención, y lo planteo en forma de pregunta que pocos quizá se han preguntado. ¿Por qué, contra el consejo de sus abogados, el exgobernante tabasqueño volvió a México cuando ya estaba relativamente a salvo en Estados Unidos? El largo tiempo que suele tomar un proceso de extradición habría hecho quizá que se aquietaran algo las pasiones e intereses de la politiquería, y que la desmemoria de la gente obrara en su favor.
Renunció a esa ventaja, temporal, si se quiere, pero ventaja al fin, y se presentó por propia voluntad a la justicia. Eso habla en su favor, aunque las evidencias lo condenen. Mi peroración no se encamina a buscar atenuante a su conducta, pero sí a pedir desde mi condición de simple –simplicísimo- ciudadano que en su caso la justicia no sea contaminada por la política. Pedir eso, lo sé, es incurrir en supina ingenuidad. Cuando un panadero es acusado de algo la justicia no se panaderiza, lo mismo que no se albañiliza si el indiciado es albañil. Pero si el reo es un político la justicia se politiza siempre. Y cuando la política se mezcla con la ley la contamina e inficiona. Es de desearse que el proceso que se le sigue a Granier sea jurídico, y no político. Si pedir eso es pecado, entonces, como dice la canción, me declaro irredento pecador…
El canguro hembra, con su cría en la bolsa marsupial, sacó las patas delanteras por las rejas de su jaula en el zoológico, le estiró por la cintura el pantalón al sorprendido caballero, se asomó hacia el interior y luego le dijo con asombro: “¡Caramba! ¡Qué pequeñito es tu hijo! ¡Casi no se ve!”…
Mister Greentail, maduro caballero, galanteaba a cuanta chica guapa se ponía a su alcance. Alguien le comentó a su esposa: “¡Qué coqueto es tu marido! ¿No te preocupa eso?”. “No –contestó la señora-. Lo conozco bien, y sé que es como los candiles: encendido de día y apagado en la noche”… FIN.

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