Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Mi maestro
2013-07-04 | 10:54:31
El ancianito le dijo a su esposa, vejuca como él: “¿Recuerdas, viejita, que al día siguiente de que nos casamos me dijiste que yo tenía muchos defectos, pero que tarde o temprano me ibas a cambiar?”. Contestó ella: “Sí, lo recuerdo”. Y dice el viejito: “Pues creo que llegó el momento de que me cambies: me acabo de hacer pipí en los pantalones”…
El padre Arsilio terminó de dar la clase de catecismo a los niños de la parroquia. Les dijo: “¿Tienen alguna pregunta?”. Pepito fue el único que levantó la mano. Preguntó: “Señor cura: ¿cuando un cura que cura cura a un cura que necesita cura para que le dé su cura, el cura que cura al cura se cura de que el cura al que cura sea buen cura?”. El padre Arsilio, aturrullado, le dice a Pepito: “Hijo, creo que esa pregunta mejor se la haces al señor obispo”…
En la pradera donde Babalucas tenía su granja hubo un tornado. Al día siguiente un vecino le preguntó: “¿Sufrió daños tu granero?”. Responde el pavitonto: “No lo sé. Todavía no lo encuentro”…
En el sexto año de primaria tuve un maestro como el de “Corazón, diario de un niño”, de Amicis. Se llamaba César González Carielo y era joven, muy joven; quizá ni siquiera llegaba a los 25 años. La Escuela Anexa a la Normal era una hermosa escuela. Ahí el hijo del gobernador convivía con el del albañil, y nada distinguía en el trato a uno del otro.
Íbamos a clases a mañana y tarde. En nuestro salón, de amplias ventanas que daban al jardín, había luz de sol y de alegría. Reinaba un orden que no salía de ninguna orden, sino del cariño y respeto que nuestro maestro sentía por nosotros, y del respeto y cariño que nosotros sentíamos por nuestro profesor. ¡Cuántas cosas aprendimos de él! Aún puedo recitar de memoria, si me lo solicitan, el nombre de todos los ríos de Europa: Guadalquivir, Guadiana, Tajo, Duero, Ebro, Garona, Loira, Sena, Rhin, Elba, Vístula, Niemen, Oder…
Lo malo es que nunca nadie me lo solicita. Ahí aprendí a cantar, en francés, La Marsellesa. Nos la enseñó don Pablo Herrera, que además de ser nuestro maestro de música era peluquero y francmasón. Ahí escuché por la primera vez el nombre de un loco muy cuerdo, soñador de realidades, realizador de sueños, que se llamaba don Quijote, y de un hombre muy cuerdo cuyo nombre era Sancho Panza, que terminó adquiriendo la alta locura de su señor.
Estoy seguro de que todavía hay maestros y maestras como mi profesor César González. Él murió en plena juventud. Nuestro grupo fue el último al que dio clases; en las vacaciones de ese año perdió la vida en un accidente de automóvil. Niños aún, lo lloramos como se llora a un papá. Pero la vocación que él tuvo, de maestro, la tienen muchos hombres y mujeres generosos que cada día van al salón de clases a sembrar semillas de mañana.
En ellos radica el futuro de este país, y no en los que son profesores por dos razones solas: el día 15 y el día último. Esos no son maestros, son ganapanes. Menos aún merecen ese nombre quienes dejan el aula para dañar a sus comunidades con violencias so pretexto de buscar nuevas “conquistas”. Tampoco ellos son maestros: son vividores del ocio y el desorden.
Yo, que nutrí mi infancia en la lectura de libros como “Corazón”, sé que mientras exista un hombre o una mujer en quien viva la vocación de enseñar, y un niño o una niña con asombro ante la vida, seguirá habiendo escuelas como aquella en que mi profesor César González me enseñó el nombre de los ríos de Europa, que aún puedo recitar de memoria si me lo solicitan. Lo malo es que nunca nadie me lo solicita…
Solicia Sinpitier, madura señorita soltera, les contó a sus amiguitas Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón una fantástica experiencia que había tenido. “Iba yo por la playa –relató-, y las olas arrojaron a mis pies una botella tapada con un corcho. La destapé, y de la botella surgió un genio de oriente. Era un hombrón de estatura gigantea, musculatura lacertosa y arrogante apostura de poderoso másculo.
Me dijo que yo lo había liberado de la prisión en que lo tenía un perverso mago, y que como recompensa por haberle devuelto su libertad me cumpliría tres deseos”. Preguntaron ansiosas, al unísono, las señoritas Camafría y Sinvarón: “¿Y te los cumplió?”. “Sin duda me los hubiera cumplido –respondió Solicia-, pero nada más le aguanté el primero”… FIN.

mirador.
armando fuentes aguirre

Llegó el uno y me dijo:
-Soy el número uno.
-No es usted el único –le contesté-. Todos creemos ser el número uno.
-Pero yo soy el uno uno –opuso él-. Todos los demás están después de mí.
-Lo mismo creemos todos –repetí-. Yo, por ejemplo, pienso que usted está después de mí. Es el número dos.
El número uno se encalabrinó como si en verdad fuera él el número uno. Me dijo con irritación:
-No puedo ser el número uno y el dos al mismo tiempo. Modere usted sus pretensiones.
-Modere usted las suyas –repliqué-. En todo caso lo exhorto a que lleguemos a una sabia conclusión: todos somos el número uno.
-Está bien –se resignó-. Pero yo soy el uno uno.
Le dije:
-Yo también.
¡Hasta mañana!...

manganitas
por afa
“…En la cárcel varios políticos…”.
No es que yo sea contumaz,
ni hombre dado a la porfía,
pero sobre esto diría
que todavía faltan más.

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