Por Catón
Columna: De política y cosas peores
No hay nada igual...
2013-07-14 | 08:59:57
Tres jóvenes casadas hablaban de los métodos anticonceptivos que cada una utilizaba. La primera dijo que recurría a la píldora. La segunda empleaba el método del ritmo. La tercera declaró que ella se valía del método de la tina y los platos. Las amigas, sorprendidas, le preguntaron qué método era ése.
Explicó la muchacha: “Mi marido es bastante más bajo de estatura que yo. Hacemos el amor de pie, y para alcanzarme él se sube sobre una tina. Empiezan las acciones. Cuando los ojos se le ponen como platos yo le doy una patada a la tina. Así no encargamos familia”…
Dos estudiantes llegaron tarde al examen. Le dice uno al maestro: “Veníamos a tiempo, profesor, pero se nos bajó una llanta del coche, y tuvimos que cambiarla. Por favor, pónganos el examen”. “Está bien” –accedió el mentor. Los colocó a cada uno en un extremo del salón, les entregó una hoja en blanco y les dijo: “El examen para ustedes consistirá en una sola pregunta: ¿Cuál llanta?”…
Al comenzar la noche de bodas la recién casada, que llevaba una faldita brevísima, se puso de puntillas y se asomó por el balcón a ver el cielo lleno de estrellas, y con luna llena. “¿No es cierto, Jadeón –le preguntó a su flamante maridito-, que ésta es la vista más hermosa que has contemplado en toda tu vida?”. “Sí -respondió él respirando agitadamente-. Y si te agachas otro poco la vista será más hermosa todavía”...
Un tipo le contó a su amigo: “Fui a una agencia de automóviles a comprar uno. El gerente de ventas me dijo: ‘Ahora son más grandes que nunca, y duran toda la vida’. Lo que no me dijo es que se estaba refiriendo a los pagos”…
Aquellos diez amigos vivían en un pequeño pueblo llamado Comején. Cierto día hicieron un acuerdo singular: cada uno aportaría mil dólares a un fondo común. Se rifarían la cantidad entre ellos, y el que se la ganara iría a París y se gastaría todo el dinero en una gloriosa noche en la mejor casa de mala nota de aquella gran ciudad. Luego regresaría y les describiría su experiencia a los demás.
Se entregaron las aportaciones, se efectuó la rifa y el ganador resultó ser Fortunacio. Le compraron su boleto de avión y lo fueron a llevar al aeropuerto. Ahí lo despidieron con abrazos y exhortaciones para que disfrutara plenamente de aquella experiencia sin igual. Cuando después de una semana Fortunacio regresó del viaje los amigos se reunieron con él para que les narrara su experiencia.
“¡Qué ciudad es París! -empezó Fortunacio-. La Torre Eiffel, el Sena, Notre Dame, el Louvre... ¡No hay nada igual en Comején!”. “Muy bien -lo apremiaron los amigos-. Pero háblanos de lo otro, de la casa de mala nota y lo demás”. “¡Ah! -exclamó con embeleso Fortunacio-. ¡Qué casa aquella! Pisos de mármol; paredes forradas en cedro y caoba; escaleras de pórfido; estatuas de alabastro; cortinas de brocado...
¡No hay nada igual en Comején!”. “¡Sigue, sigue!” -le pidieron con ansiedad los otros-. “Primero fui al bar -relató Fortunacio-. ¡Qué bar aquél! Una cava como una catedral: vinos de un siglo; cognac de lo mejor; un río de champaña. ¡No hay nada igual en Comején!”. “Ahórrate todo eso -se impacientaron los amigos-. Ve al grano”.
“Luego -continuó Fortunacio- me dirigí a la sala donde estaban las muchachas. ¡Qué mujeres! Rubias, trigueñas, pelirrojas; orientales, caucásicas, africanas… ¡No hay nada igual en Comején!”.
“¡Joder! -se desesperaron los otros-. ¡Ya dinos lo que queremos oír!”. “A eso voy -replicó Fortunacio-. Vino hacia mí una morena preciosísima. Ojos como de fuego; boca sensual; grupa de potra arábiga; cabello que casi le llegaba hasta los pies… ¡No hay nada igual en Comején!”. “¿Y luego?” -lo apresuraron los amigos. “Me tomó de la mano -prosiguió Fortunacio- y me llevó a una habitación.
¡Qué habitación aquella! Luces color violeta; aroma de inciensos orientales; voluptuosa música ambiental… No hay nada igual en Comején”. ¿Y después? –volvieron a preguntar los otros, ávidos de saber-. ¿Qué sucedió después?”. “Después –continuó Fortunacio- nos desvestimos los dos y nos tendimos en la cama.
¡Qué cama aquella! Redonda; con colchón de agua y sábanas negras de seda y de satín. No hay nada igual en Comején”. Los amigos se desesperaron: “¿Y luego? ¿Y luego?”. “Luego –respondió Fortunacio- todo fue exactamente igual que en Comején”... FIN.

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018

Nosotros | Publicidad | Suscripciones | Contacto

 

 

Reservados todos los derechos 2018