Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
El esposo ‘considerado’
2013-07-17 | 09:35:49
El fantástico y aleccionador cuento que ocupa hoy este espacio se basa en un mensaje que me envió mi amigo cibernético EHG. Su correo me inspiró un relato que puse en labios de Capronio, uno de los mil personajes que aparecen en esta columneja. Helo aquí: “A veces los hombres incurrimos en un error muy grande: olvidamos que nuestras esposas envejecen. Eso hace que sea más difícil para ellas lo relativo al cuidado del hogar. Ante esa inevitable realidad debemos ser considerados. Yo creo que lo soy, por eso me permito compartir con otros maridos algunas reflexiones tendientes al bien de sus compañeras.
Mi nombre es Capronio. Hace unos meses decidí adelantar mi retiro, aunque me faltaba mucho tiempo para llegar a la edad de la jubilación. Pensé que merecía ya un descanso, por eso no vacilé en renunciar a mi trabajo, por más que solo percibiría como pensión una tercera parte de mi sueldo. Eso obligó a mi esposa Ancila a buscar un empleo de tiempo completo, a fin de que mi tren de vida no cambiara. Quizá el cansancio de trabajar ocho horas diarias, seis días a la semana, hizo que empezaran a manifestarse en ella los primeros síntomas de envejecimiento, lo cual me causó a mí varios problemas.
Suelo jugar al golf todos los días, incluso sábados y domingos. Regreso a casa a la misma hora en que mi esposa vuelve del trabajo. Ella sabe muy bien que el esfuerzo de jugar me pone hambriento, pero aún así siempre insiste en descansar 15 minutos antes de prepararme la cena y servírmela. Luego, mi mujer acostumbraba lavar los platos inmediatamente después de cenar. Ahora se queda sentada unos instantes, como si los platos se fueran a lavar solos. Tampoco eso le reclamo: soy muy considerado, y no la apresuro.
Eso sí, le digo que no podrá irse a la cama si antes no los lava y deja la cocina perfectamente limpia. No puede uno permitir que el hogar ruede. Otra cosa: los 18 hoyos de golf que juego cada día me hacen llegar a casa muy cansado, pero después de una dormitadita, una buena cena y una ducha estoy listo para todo, si ustedes me entienden. Ella en cambio, por su envejecimiento se duerme de inmediato. Yo, considerado que soy, no la despierto, pero de cualquier modo obtengo mi satisfacción. Así todos contentos. También dice que está cansada cuando le pido que me planche la camisa que necesitaré para ir a comer los martes en el club, o para visitar los lunes a cierta personita que ustedes se imaginan, pero cuya existencia ella ni siquiera sospecha.
Lo mismo parece inconformarse cuando le ordeno que me prepare la ropa que llevaré al juego de póquer con mis amigos los martes, jueves y viernes, o de dominó los miércoles y sábados. No toma en cuenta que mis salidas le dejan bastantes horas libres para acabar las faenas del hogar, o para hacer otras cosas igualmente placenteras, como pasear al perro, cortar el césped del jardín, arreglar los desperfectos de la casa, sacudir las alfombras, aspirar los pisos, o lustrar mis zapatos de golf cuando se ensucian por haber estado lodoso el campo.
Otra cosa de la cual se queja Ancila es que no le alcanza el tiempo para pagar los recibos y cuentas de mis gastos. Yo le sugiero que lo haga en la media hora que en el trabajo le dan para comer. Así, le digo, dejará de comer por lo menos tres días a la semana, y eso la ayudará a guardar la línea. Más considerado que yo no se puede ser. En fin, amigos: para nosotros los hombres el matrimonio es una carga muy dura de llevar. Eso no debe hacernos olvidar la consideración que debemos a nuestras esposas. Con ellas nos casamos para bien o para mal.
Sé lo frustrante que puede ser para cualquier marido una esposa como la mía, en proceso de envejecimiento, y sé también que algunos de ustedes encontrarán difícil ser tan considerados como yo. Pero hay que permitir que nuestras compañeras envejezcan con dignidad, y eso lo podemos lograr con solo guardarles algunas consideraciones como ésas con las que acostumbro yo consentir a mi mujer. Seamos considerados con nuestras esposas. Después de todo vinimos a este mundo a ayudarnos los unos a los otros. Afectuosamente, su amigo Capronio”…
Nota de la redacción. Nos vemos en la penosa necesidad de informar a nuestros lectores que el señor Capronio perdió la vida en forma repentina. Fue encontrado muerto en su casa. Tenía un palo de golf metido en el culo, con perdón sea dicho. El fiscal acusó a Ancila de haberlo asesinado, pero un jurado compuesto totalmente por mujeres la absolvió. Tanto las integrantes del jurado como la jueza que decretó la inmediata libertad de la acusada tomaron en cuenta la sólida argumentación de la abogada defensora en el sentido de que Capronio se sentó accidentalmente en el palo de golf… FIN.
Súplica atenta y rendida a los editores: Por favor, no sugieran en el título de la columna el final de la misma. Un nombre adecuado podría ser simplemente “El considerado”.

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