Por Catón
Columna: De política y cosas peores
No más campañas
2013-07-19 | 22:09:59
Decía cierto señor sin un solo cabello en la cabeza: “No es que yo sea calvo; lo que sucede es que soy unos 60 centímetros más alto que mi pelo”. (No le entendí)…
Don Timo Rato, caballero de no malos bigotes, pero apocado, irresoluto y encogido, cortejaba discretamente a Himenia Camafría, madura señorita soltera. Por más que se esforzaba no lograba reunir el valor necesario para declararle a la virtuosa célibe sus intenciones, que eran honestas y contenidas dentro de los más estrechos límites de la moralidad. Quiero decir que su propósito era dar a la señorita Himenia el dulcísimo título de esposa, casarse con ella, desposarla, llevarla al altar. Sabía que ella no lo miraba con indiferencia, pero aun así no se atrevía a proponerle que unieran sus destinos. Temía que ella interpretara mal esas palabras, “unir nuestros destinos”, y viera en ellas una intención erótica que el honrado señor estaba muy lejos de abrigar.
Cuando por fin se convenció de que su timidez le impediría decirle cara a cara a la señorita Himenia su intención, decidió recurrir a un expediente extremo. Una tarde, después de darse valor con seis o siete copitas de rompope, don Timo Rato la llamó por teléfono a su casa. Ni siquiera esperó a que ella dijera: “¿Aló?”, que era la graciosa manera en que solía contestar las llamadas telefónicas. Antes de que su dulcinea pudiera articular palabra le dijo sin más: “Perdone mi atrevimiento, señorita Himenia. ¿Quiere usted casarse conmigo?”. “¡De mil amores! –respondió ella de inmediato-. ¿Quién habla?”…
Menos burocracia electoral. Menos dinero a los partidos. Menos tiempo para las campañas de los políticos, con menos contaminación visual en ellas. Menos propaganda en televisión y radio, que tiene ya a los ciudadanos up to the mother, si me es permitido ese anglicismo que traducido al ático español quiere decir “hasta la madre”. Menos diputados y senadores, y supresión de aquellos que no se ganen en las urnas su escaño o su curul.
Ah, y menos partidos, de modo que no existan -ni a nivel federal ni en los estados- esos partiditos, partidillos y partidejos que son negocio personal o empresa de familia, y que en cada proceso se venden al mejor postor. En eso, entre otras cosas, debe consistir una real y verdadera reforma electoral. Lo cierto es que gastamos demasiado en la política.
Una de las más onerosas cargas para la economía de los contribuyentes es el sostenimiento de esta incipiente democracia nuestra, que nos ha salido tan ruidosa, tan latosa y tan costosa. Desde luego no la cambiamos por los pasados tiempos, de partido aplanadora y presidencialismo omnímodo, pero debemos aprender el modo de ser democráticos, en un país muy pobre, sin tener que pagar por eso un precio de país muy rico. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado…
Eglogia, garrida moza campesina en flor de edad, iba por el camino de la hacienda. Se dirigía a la acequia a sacar agua en el cántaro que llevaba graciosamente sobre el hombro, en tal manera que sin proponérselo mostraba enhiesto el busto, cimbreante la cintura, y tentadoras las redondeces de su carne joven. (Caón, esto parece sacado de una novela del Caballero Audaz).
Acertó a pasar por ahí el hacendado, recio varón en plenitud de edad, gallardo y poderoso. Sofrenó su caballo al lado de la joven, que se detuvo también a la orilla del camino. “¿Cómo estás, Logia?” –le preguntó el hombre tocándose levemente el ala de su jarano a modo de saludo. “Bien, siñor amo” –respondió ella al tiempo que con el pie removía con turbación la tierra. “Cada día te pones más hermosa, muchacha” –le dijo con insinuante voz el hacendado atusándose el bigote porfiriano. “Favor que usté mi hace, siñor amo” –agradeció ella, ruborosa, mientras seguía removiendo con el pie la tierra.
“Pareces flor del campo –continuó el dueño de la hacienda pasando por la lozana joven una mirada de ignívoma lubricidad-. Feliz el hombre que pueda gozar el aroma y belleza de esa flor”. “Gracias, siñor amo –respondió ella sin levantar la vista-. Lo qui pasa es que usté mi mira con ojos de piedá”. Y al decir eso seguía removiendo la tierra con el pie. “Te veo con ojos de hombre, guapa –replicó el patrón afirmando los pies en el estribo como disponiéndose a bajar-. Pero dime: ¿por qué remueves tanto la tierra con el pié?”. Ruborizándose más contestó Eglogia: “Es que siguramente usté mi va a tumbar ahora, siñor amo, y estoy preparando desde ahora el hueco, pa´estar en blandito”… FIN.

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