Por Catón
Columna: De política y cosas peores
Se le pasaron las píldoras
2013-07-21 | 10:17:18
La joven mujer no llegó una noche a su casa, y faltó también todo el siguiente día. Su esposo la buscó, desesperado. Cansado, entró en un pequeño restorán a comer algo.
Ahí estaba la señora, dando muy buena cuenta de una pizza.
“¡Frinesia! –exclamó el marido al verla-. ¿Por qué no has ido a casa?”. Respondió ella: “Cuatro forzudos hombres me raptaron, y me han estado haciendo el amor como locos durante cuatro días”. “¿Cuatro? –Se sorprendió el esposo-. Sólo has faltado dos”.
Replicó la mujer: “Nada más vine a comer algo; luego regresaré con ellos”…
Un señor de edad madura se casó con dama joven. Ella advirtió de inmediato que los mejores tiempos de su flamante esposo habían pasado ya. Fue con un médico y le confió sus cuitas.
“No se preocupe usted, señora -le dice el facultativo-. Lleve estas píldoras y haga que las tome su marido. Cada una le quitará 10 años’’.
Esa misma noche la ansiosa señora puso una píldora en el tazón de leche tibia que acostumbraba tomar su añoso cónyuge. Para asegurarse el buen resultado del reconstituyente fármaco puso otra píldora, y otra, y otra, y dos píldoras más.
Tan pronto el señor bebió su leche ella se dirigió a la alcoba, se arregló, se perfumó, se puso su más vaporoso negligé y se tendió en el tálamo con actitud sensual y voluptuosa.
Llegó el marido, y sin siquiera notar la amorosa disposición de su señora se echó a dormir como un bendito. Ella no se apesadumbró. Dijo para sí: “Seguramente durante la noche hará su efecto la pócima rejuvenecedora’’. Se durmió también, esperanzada, y tuvo ardientes sueños en los que su febril libido le presentó deliquios mil de incandescente amor.
Rompió por fin la luz del nuevo día. Abrió el señor los ojos. Gozosa, su mujer advirtió en ellos nuevo brillo, como si los tuviera iluminados por esplendente fulgor de mocedad.
El hombre saltó de la cama con energía inusitada y movimientos rápidos y vigorosos. La esposa, feliz al observar que el mágico elixir había dado resultados, le dijo con voz cargada de eróticas sugerencias: “¿A dónde vas, mi amor? ¿Por qué así saltas del mullido lecho? Ven, permanece un rato conmigo; deja que te ciñan mis amorosos brazos’’.
“No puedo, mami -respondió el señor con voz de niño al tiempo que se vestía apresuradamente-. Se me está haciendo tarde para el kinder’’...
Una robusta dama entró en el consultorio médico y le dijo al doctor con imperioso acento: “Hágame un examen, rápido, y dígame de inmediato su diagnóstico’’. “Muy bien -responde el profesionista-. Está usted muy gorda, se maquilla con exceso y necesita anteojos.
El letrero dice: ‘Médico veterinario’’’...
Aquel sujeto era un avaro cicatero. Su pobre mujer le dijo un día: “Viejo, necesito que me compres zapatos. Los que hace cuatro años me trajiste ya se me acabaron’’.
“Es que te los pones –le reprochó el roñoso individuo-. Sin embargo todavía se ven bien’’. “Porque los cuido mucho -explica ella-, pero las suelas ya están todas gastadas’’. “No han de estar tanto’’ -opone el cutre.
“Sí lo están -insiste la infeliz-. Mira: voy a cerrar los ojos y tú pon una moneda en el suelo’’. El tipo, algo extrañado por la rara demanda de su cónyuge, colocó una moneda en el piso. Ella, sin verla, puso el pie sobre la moneda y dijo sin vacilar: “Águila’’...
Llegaron los revolucionarios al pueblo y entraron violentamente en un convento de monjitas. Las juntaron a todas, y el jefe de la cuadrilla le dijo a la superiora al tiempo que le ponía enfrente a un joven soldado fortachón: “Quiero que sepa lo que es un hombre, señora. Se va usted a ir a una celda con este muchacho’’.
“De ninguna manera -responde enérgicamente la monjita-. Por mis sagrados votos no puedo hacer tal cosa’’. “Muy bien -aceptó el jefe-. Entonces se va a tomar esta botella de tequila’’. Y le puso en las manos una botella del fuerte licor patrio.
La reverenda madre aplicó la tesis ignaciana del mal menor, y apuró varios tragos del ardiente líquido. Cuando acabó la libación se limpió la boca con la manga del hábito y luego dijo con tono retador: “¡’Ora sí, échenme al joven soldado fortachón!’’...
Una joven mujer era dueña de un restorán dividido en dos partes, la trasera y la frontal, para la atención de los clientes. Cierto día decidió ampliar el local, cosa que coincidió con su evidente embarazo.
A fin de avisar a sus parroquianos de las obras puso un letrero en el local. Lo vio su esposo y le dijo: “Quita inmediatamente ese cartel”. “¿Por qué?” –preguntó ella, desconcertada, al tiempo que se ponía las manos sobre la rotundidad de su próspero embarazo.
Respondió el marido: “Lee bien lo que pusiste en el letrero. Dice: ‘Disculpen ustedes las molestias. Cuando termine mi ampliación podré servirles lo mismo por la parte de atrás que por delante”… FIN.


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