Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
La gente de Andrés Manuel
2013-08-08 | 22:26:24
Pepito iba a ingresar en una nueva escuela. Su admisión dependía de una entrevista con el director. La mamá del chiquillo le advirtió: “Has de saber que el director sufrió hace años un accidente grave, y en él perdió las orejas. Eso le ha provocado un gran complejo. Si quieres que te admita no hagas ninguna alusión a eso; haz como que ni siquiera notaste que no tiene orejas”.
Llegó la hora de la entrevista, y después de una inicial conversación el director le preguntó a Pepito: “Dime, niño: ¿has advertido algo especial en mí?”. “Claro que sí –respondió él-. Lo noté desde que entré. Eso se ve inmediatamente”. “¿Ah sí? -se revolvió en su sillón el director, inquieto y nervioso-. ¿Qué fue lo que notaste?”. Respondió sin vacilar Pepito: “Que usa usted lentes de contacto”. “¡Vaya que eres observador, chamaco! -lo felicitó, aliviado, el director-. ¿Cómo supiste que uso lentes de contacto?”. Contestó Pepito: “Porque si tuviera orejas usaría lentes de los otros”...

Dos agentes de ventas llevaban ya un mes fuera de su casa. Cierta noche, después de beber una competente ración de copas en el bar, uno de ellos le propuso a su amigo que fueran a una casa de mala nota. Le dijo: “Pediré para ti la mujer más hermosa y más ardiente del local”. Replicó el otro: “Gracias, pero mejor pídeme la más fea y la más fría”. “¿Por qué?” –se asombró el primero. “La verdad -confesó el otro-, estoy empezando a extrañar a mi señora”...

Los recién casados entraron en una pequeña fonda a la orilla de la carretera. Ella se veía rozagante y satisfecha. El novio, por el contrario, se miraba agotado, exánime, desfallecido, feble, exangüe, débil, frágil, exhausto, desmadejado, anémico, lánguido, cansado, marchito, consumido, inánime y desmejorado. Ella se levantó al baño, y cuando se vio solo el muchacho se echó a llorar desgarradoramente ante el asombro de la concurrencia.
El dueño de la fonda fue prontamente hacia él y le preguntó solícito: “¿Le sucede algo, joven?”. “Sí –respondió el muchacho entre sus lágrimas-. Y peor me va a pasar”. “¿Qué le sucede?” -inquirió el de la fonda. “Mire usted -explicó el novio sin dejar de llorar-. Mi novia y yo pasamos nuestra noche de bodas en Tres Marías, y ella me hizo demostrarle mi amor tres veces. Anoche estuvimos en Cuatro Caminos, y me hizo amarla cuatro veces”. “Eso es una delicia –dijo el otro-. No me explico por qué llora usted”. El muchacho estalló en un sollozo desgarrado y respondió: “¡Es que ahora vamos a Mil Cumbres!”...

Andrés Manuel López Obrador se ha puesto él mismo entre la espada y la pared. Una cosa es “su” gente y otra bien distinta es “la” gente. Su gente espera de él que organice manifestaciones, bloqueos y plantones si se hace una reforma energética que cambie en Pemex aunque sea un escritorio de oficina.
Pero la gente, vale decir el común de los mexicanos, la que no se ha afiliado a la Morena, no quiere ya algaradas ni desórdenes. Por más que no lo diga, el tabasqueño sabe bien que fue un error mayúsculo aquel del plantón en Reforma, y el otro de la toma de posesión como “Presidente legítimo”.
Esos dislates, añadidos a otros, le costaron al final la Presidencia. Se encuentra ahora AMLO en la hamletiana disyuntiva de ser o no ser López Obrador. Si organiza protestas su gente irá con él, pero la gente le dará la espalda nuevamente. Si no las hace, su gente se lo demandará; lo verá igual que mira ahora a Miguel Mancera o a Marcelo Ebrard, como un hombre tibio sin garra ni arrastre popular, y perderá su base de apoyo.
AMLO ha navegado entre la furia y el sosiego; entre “¡Al diablo las instituciones!” y “La república amorosa”.
Ese doble discurso no gustó ni a los suyos ni a los ajenos. De ahí vino su derrota, clara y contundente, frente a Peña Nieto. ¿Cuál de las dos posturas escogerá ahora López Obrador? ¿La del extremista radical o la del político prudente? La respuesta está en el viento…

Eglogio, ingenuo campesino, le contó muy feliz a su compadre: “Fíjese, compadrito, que el marrano del vecino se metió en mi corral, y ahora mi marrana va a tener puerquitos. Y mire qué coincidencia: mi mujer va a tener familia; ella, que en 15 años de casada conmigo jamás había salido embarazada”. “Caray, compadre -dijo el otro rascándose la cabeza-. Yo que usté tendría mucho cuidado con el marrano del vecino”... FIN.

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