Por Catón
Columna: De política y coas peores
Arcángeles, querubines o serafines
2013-08-16 | 22:14:37
Afrodisio Pitongo era hombre fornicario y dado a la libídine. Gustaba también de los espíritus del vino. Solía decir: “Beber aunque no tengamos sed y follar durante todo el año: he ahí lo que nos distingue a los hombres de los animales”.
En cierta ocasión el salaz sujeto le propuso a una linda chica pasar juntos la noche. “Si lo hago –opuso ella- no me respetarás por la mañana”. “Nos despertamos después del mediodía” –sugirió él para quitarle tal temor.
Ése y otros labiosos argumentos vencieron la resistencia de la joven, quien finalmente se rindió a las instancias del tozudo seductor. Cuando llegaron al departamento de Pitongo la chica tropezó en el tapete de la entrada y estuvo a punto de caer. Afrodisio la sostuvo, solícito y caballeroso, y le preguntó lleno de inquietud: “¿Te lastimaste, linda?”.
Al día siguiente, consumado ya el trance de erotismo, los dos salían del departamento, y ella volvió a tropezar en la alfombrilla. Le dijo entonces Afrodisio: “Levántalas, pendeja”. (¡Ah, hombres! Si no fuera yo uno de ellos diría que son groseros, ruines, majaderos, zafios, insolentes, patanes, burdos, sandios, y además cabrones)...
Dos señores de edad ya muy madura rumiaban sus pensamientos, silenciosos, en la banca del parque al que iban todos los días. De pronto uno de ellos dejó escapar un hondo suspiro, y una lágrima rodó por su mejilla. Le dijo el otro al punto: “Si vas a hablar de mujeres me voy”...
No vivo en Puebla, pero Puebla vive en mí. Voy a esa angélica ciudad como ir a un santuario. En ella soy peregrino de arte y artesanías, de historia y tradiciones, de arquitectura y arqueología, de galas de gula, de cosas del espíritu y la fe.
Acudo siempre al Barrio del Artista, a Los Sapos y al Parián; disfruto los tesoros carolinos y palafoxianos. En compañía de mi joven y talentoso amigo Pablo Argüelles he ido a visitar a fray Sebastián de Aparicio, el primer charro mexicano, y con la guía de ese sabio señor que es don Eduardo Merlo he conocido los prodigios que guarda la magnificente catedral poblana.
(Se dice que los ángeles la hicieron, pero es tan bella y majestuosa que tengo para mí que más bien la construyeron los arcángeles, si no es que los principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines o serafines, espíritus todos superiores a los ángeles en la alta jerarquía celestial).
Este pasado martes regresé a la hermosa ciudad por invitación del rector de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, el maestro Alfonso Esparza Ortiz. Digno rector es él; aplica lo mejor de su talento y de su esfuerzo en bien de la casa de estudios.
¡Qué grata experiencia fue para mí estar en ella! Hablé ante los maestros y alumnos de la institución en el espléndido Complejo Cultural Universitario, sitio que en México no tiene igual y que sería orgullo de cualquier país del mundo.
El propio señor rector, amable y generoso, hizo mi presentación, y entre otras cosas dijo lo siguiente: “...Catón demuestra que es posible ser crítico con humor y seriedad a la vez. Poseedor de una vasta cultura, logra hacer de lo cotidiano algo extraordinario, y presentar lo complicado en una manera sencilla.
Dueño de un don de gentes exquisito, hombre de familia y de valores, ciudadano responsable, académico talentoso, pone ante nosotros lo esencial, y lo hace con el ejemplo, pues, aunque poco conocida, lleva a cabo una importante labor filantrópica en favor de los niños. Maestro Catón: gracias por la distinción que nos otorga al acompañarnos. Los universitarios nos sentimos orgullosos al recibirlo”.
Sólo puedo corresponder a tanta bondad diciendo aquí mi gratitud, tanto mayor cuanto menores son mis méritos. Procuraré portarme bien: quizá Diosito bueno me premiará dejándome volver una vez más a Puebla y a su Universidad...
Meñico Maldotado, infeliz joven con quien la naturaleza se mostró avara y cicatera, desposó a Pirulina, muchacha sabidora. La noche de las bodas ella le vio la consabida parte y luego exclamó con gran ternura: “¡Mira! ¿Qué quiere ser cuando sea grande?”. El pobre Meñico tuvo antes una experiencia igualmente desconsoladora.
Fue a cierto motel con una musa de la noche. Nervioso, empezó a desvestirse en silencio. Le dijo la perendeca: “No hablas mucho ¿verdad?”. Tratando de disimular su azoro Maldotado contestó: “Yo hablo con esto”. Y le mostró a la hetaira la región de la entrepierna. “Ya veo –replicó la maturranga-. Eres hombre de pocas palabras”...
FIN.

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