Por Catón
Columna: De Política y Cosas Peores
Cada quien su vida
2013-08-24 | 21:17:25
Don Astasio llegó a su casa y encontró a su esposa, doña Facilisa, entrepiernada en el lecho conyugal con un desconocido. Desconocido para don Astasio, quiero decir, pues por su parte doña Facilisa daba muestras de conocer bien al individuo, a juzgar por la forma en que se dirigía a él: le decía “rey santo”, “prieto lindo” y “papasote”, entre otras parecidas expresiones no de cariño, sino de arrebato lúbrico.
El lacerado señor colgó en el perchero del pasillo el sombrero, el saco y la bufanda que usaba aun en los días de calor canicular, y marmoteando pesias se dirigió hacia el chifonier donde guardaba una libreta en la cual anotaba voces de invectiva para enrostrar a su mujer en tales ocasiones. Volvió a la alcoba y le dijo: “¡Tepalcuana!”. Doña Facilisa le preguntó: “¿Qué significa eso?”. Y esperó la respuesta sin perder el compás de sus meneos eróticos.
Todo se podrá decir de la señora, menos que carecía de ritmo. “Tal pregunta debería hacértela yo a ti –repuso don Astasio-. ¿Qué significa esto? Pero una de las obras de misericordia que el buen Padre Ripalda enuncia en su olvidado catecismo es aquella de ‘Enseñar al que no sabe’. Te explicaré, entonces, el origen de la palabra ‘tepalcuana’.
Viene del náuhatl, y se aplica a la persona que come vorazmente, seguramente por tener hambre. La voz viene de ‘tepalcatl’, pedazo de barro, y ‘cuani’, el que come. Tan hambriento está que devora hasta los tepalcates o trastos de la cocina.
En cierta ocasión el fiel cronista que algún día escribirá esta historia se hallaba en la cocina de su su casa en el Potrero, almorzando un rico plato campesino de cebolla en salsa. Tan delicioso estaba ese manjar que el cronista, a quien le sirvieron el guiso en un plato que tenía pintado un pájaro en el fondo, rebañaba afanosamente el condumio con un trozo de pan, para no dejar nada en el plato.
Don Abundio, el viejo cuidador del rancho, le dijo con sorna al goloso comensal: “¡Le va a borrar usted el pajarito al plato, licenciado!”. Pero advierto que me aparto del relato. Vuelvo a él.
‘Tepalcuana’ llamaban los aztecas también a la manceba o concubina de un varón, seguramente porque lo devoraba, ya sacándole hasta la última gota del líquido seminal, ya dejándolo en la ruina. ¡Qué galano saber hay en las etimologías!”.
Así le dijo don Astasio a su mujer, y añadió luego: “Mejor harías en dedicarte a los estudios filológicos que en entregarte a esos pecaminosos devaneos de libídine que te dejan a ti sin virtud y a mí sin honra”. “Y a mí todo desfuerzado, señor” –intervino en ese punto el mocetón con el que se estaba refocilando doña Facilisa.
“Le ruego, joven –amonestólo don Astasio-, que no intervenga usted en la conversación de los mayores. Tenga una poca más de educación”. “Perdone, caballero –se disculpó el mancebo-. Lo que pasa es que estuve en una escuela que tenía profesores de la CNTE, y aunque asistí nueve años a la escuela, en todo ese tiempo solo recibí tres días de clase”.
Replicó don Astasio: “Eso no justifica su impertinencia, joven. Y le pido también que no mezcle la política con el tema que estamos tratando, relativo a las liviandades de mi esposa”. “Astasio –reprendió la señora a su marido-. No seas indiferente a las cuestiones sociales.
Por causa de esa apatía en los ciudadanos nuestro país se encuentra en la desoladora situación en que lo vemos hoy. ¿Cómo podemos aspirar a vivir en un México mejor si no nos interesamos en las cuestiones públicas?”.
Mientras decía todo eso doña Facilisa seguía haciendo sin interrupción los acompasados movimientos propios del acto que estaba realizando. ¡Ah, qué bonito es cuando alguien pone la obligación por encima de la devoción! Ni las interesantes disquisiciones filológicas de don Astasio fueron suficientes para distraer la atención de su señora y apartarla de su cometido.
Convencido de la inutilidad de sus predicaciones, y confiando en que por lo menos doña Facilisa habría aprendido el origen y significación de la palabra “tepalcuana”, don Astasio salió de la alcoba donde tenía lugar aquel ilícito concúbito, y fue a la cocina a prepararse un té de tila, que tiene la virtud de recoger la bilis y sosegar el ánimo.
Dejémoslo ahí, y nosotros meditemos en la sabia lección que, a más de la útil enseñanza sobre el vocablo “tepalcuana”, contiene este relato: México no será un país mejor mientras sus hijos no se interesen en la cosa pública. Por lo que hace a la privada, cada quien su vida...
FIN.

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